Revista En Femenino

¿Eso qué es?

Por Expatxcojones

¿Eso qué es?

colegio de Terremoto, Tánger.2015. expatriadaxcojones.blogspot.com


Cada vez que llega la factura me pongo a temblar. No sólo por la pasta, que no es poca, sino por todo el tiempo que pierdo en hacer la transacción. Aunque mil veces prefiero hacer este periplo que tener que llevar a mi hijo al cole español.
Cuando llegamos a Tánger, Terremoto no había cumplido un año. Lo pusimos en una guardería. Española. Supongamos que se llama Jaimito. En aquella época lo llevaba una mujer andaluza, que de guarderías sabía poco pero como vendedora era un as. Y nos la metió doblada. Hasta el fondo. El niño no duró ni una semana. En ese tiempo vimos de qué iba el percal y lo cambiamos ipso facto. Le tocó el turno a la Disney School. Una guarde marroquí donde nos endosaron el rollo que la enseñanza era en inglés. Y una mierda. Cuando quise hablar con la profesora me di cuenta que no entendía ni papa. Y volvimos a cambiar. Al final optamos por una guardería belga. La dueña es una pesetera pero es seria y lleva el lugar con mano dura. Además, es la única que encontramos que no les ponía televisión a los niños. Y eso, en Marruecos, ya es mucho.
Pero el tiempo pasa y la etapa de la guardería llegó a su fin. Tocaba escoger escuela. Cuando no tenía hijos y escuchaba los problemas de algunos padres para dar con un buen colegio me parecía que exageraban. ¿Tan difícil no será? Cuando me tocó a mí, tuve que tragarme mis palabras. Menudo coñazo. El que no tiene una cosa, tiene otra y el que no, lo tiene todo y al cuadrado.
En Tánger, además de los centros marroquíes, hay tres escuelas internacionales. La americana, mi preferida pero carísima. La francesa, más barata aunque algo estricta para mi gusto. O la española, que es la más económica y, además, está a cinco minutos de nuestra casa. Sin contar eso de que promueve la cultura y los orígenes. Parecía claro. Ésta era la candidata ideal. Pero lo que nosotros quisiéramos no importaba. Lo realmente transcendente era loque quisieran ellos.
—Hay mucha demanda —nos decía uno de los padres en el tenis.— No os penséis que es fácil entrar —nos avisaba una madre en el súper.
Nos informamos de los plazos y los requerimientos. Y, después de darnos el visto bueno con los papeles (casi nos miran el agujero del culo) nos dan cita para la entrevista personal.
   —Hay que ir con el niño —me dice el Kalvo.   —¿Para qué?   —No sé… creo que le hacen unas pruebas de conocimiento.   —Pero si tiene dos años y medio ¿Qué conocimiento va a tener?
Llega el día. Nos ponemos bien guapos. Nos mentalizamos del teatrillo que hay que hacer y para allá que nos vamos. Nos abre la puerta un guardia. El colegio, llamémosle Jaime, está muy bien. Es un edificio grande. Recién pintado. Y lo mejor, tiene un patio enorme. Una especie de bosque en medio de la ciudad. Me gusta.
El guardia nos acompaña hasta la zona de las aulas infantiles. Nos indica que esperemos en un banco. Cuando sea la hora, nos llamarán. Delante nuestro, el espacio de recreo. Un arenero muy bien montado. Con caseta de madera, columpios varios e incluso un porche para que los niños no se achicharren cuando pegue el sol.
A pesar de que para los españoles este colegio es como si fuerapúblico (se apoquina pero es una cantidad irrisoria), para los marroquíes es de pago y funciona como un centro privado.
Nos toca. El Director del centro nos hace pasar. Una vez dentro del aula nos saluda una señora, que deduzco es una de las maestras de infantil. Lo primero que me jode, y no poco, es que al Kalvo lo sientan en la mesa del profesor y a mí me denigran a la mesilla de los niños. Y parece una chorrada. Y parezco una quisquillosa. Pero… ¿es que mi único papel como madre es jugar con plastilina o qué?
Mientras a él le preguntan por su trabajo, su sueldo, sus planes de futuro y todo lo que consideran importante (ellos, no nosotros) a mí me hacen jugar con muñecos, montar puzles y dibujar casitas.
La señorita Rottenmeier se intenta ganar el sueldo. Pretende interactuar con Terremoto pero él la mira asustado y no le hace ni puñetero caso. Normal. ¿No le decimos siempre que no hable con extraños? No me queda otra que hacer de mediadora. Es la única manera de que el niño haga lo que ella quiere.
Apenas puedo sentarme en esta sillita que parece sacada del cuento de Ricitos de Oro. Además, estoy con el bombo. Así que abro bien las patas para que me entre el barrigón mientras sigo intentando que no se me note la cara de Tía eres una plasta.
La pantomima no dura más de diez minutos pero a mí me parecen muchos más. El Señor Director da por terminada la entrevista. No se ha dirigido a mí para nada. Y cuando nos despedimos, la Señorita Rottenmeier me da la mano y me suelta:
   —Bueno, encantada, espero que vaya todo bien. Si el niño es aceptado tendréis que hablarle español en casa porque no lo entiende.
Perdona. ¿Tú eres tonta del culo o qué te pasa? El niño entiende el español perfectamente. Igual que el catalán y el francés. Lo que pasa es que no te conoce, han sido sólo diez minutos y tiene DOS AÑOS Y MEDIO. ¿Qué esperabas?
Salgo de allí indignada. ¿Esta rubia de bote es la que va a enseñarle algo de provecho a mi hijo? ¿Esta señora que debería estar jubilada? Me gustaría saber si al resto de alumnado (casi más del 85% de los críos provienen de familias marroquíes y hablan árabe en casa ) también les dirá lo del español. Lo dudo.
Estoy que hecho humo. Si ahora me tiran un huevo a la cabeza se fríe en tres segundos. El Kalvo, mucho más sensato, intenta calmarme.
—Venga, que no es para tanto…—¿Qué no? Me he mordido la lengua por el crío pero si por mi fuera le decía cuatro frescas a la repeinada esta.
Al llegar a casa me entero que nos han dado un papel con las normas del centro. Tenemos que devolverlo firmado. Lo leo de cabo a rabo (yo leo enteras las instrucciones de la lavadora, los folletos de los medicamentos y la letra pequeña de los champús). A mitad del folio saltan todas mis alarmas. En uno de los puntos te comunican claramente que pueden echar al niño siempre que lo consideren oportuno. No por mala conducta, cosa que entendería, sino por motivos un poco más dudosos. Cuando, días más tarde, pregunto a alguien de la escuela sobre el tema me responde:
—Es un centro español pero está fuera de la península. No tenemos obligación de tener a los niños españoles escolarizados.
Me paso unos cuantos días preguntándole a la gente. Oigo de todo. Cosas buenas y cosas malas. Madres satisfechas y padres indignados. De hecho, conozco a algunos profesores del instituto español y son gente muy maja. Es una elección difícil.Pero la mala experiencia de la entrevista y los comentarios de algunas de las madres declinan la balanza.
Mi hijo irá al cole francés. Aprenderá otra lengua. Otra cultura. Y seguirá hablando catalán en casa porque es mi casa y nosotros decidimos en qué idioma queremos comunicarnos.
Así que miro la factura y pienso que vale la pena hacer el esfuerzo. Mi hijo ha empezado este año y, hasta el momento, estoy satisfecha. Va a una aula trilingüe. Además de francés, aprende árabe e inglés. El catalán lo hablamos en casa y el español lo utiliza con sus amigos del parque. A veces cambia algunas palabras o se inventa otras pero se hace entender y sus equívocos nos hacen pasar ratos divertidos.
Para efectuar el pago de la escuela, que por suerte se hace trimestralmente, tengo dos opciones. La primera, entregar un cheque. ¡Un cheque! ¿Eso qué es? Creo que la última vez que vi uno era una niña y mi padre todavía no tenía canas. Descartado. La segunda opción es hacer un ingreso. Por curioso que parezca no es posible hacer una transferencia. O sea que primero tengo que ir a mi banco. Hacer cola. Retirar el dinero. Coger el coche. Ir hasta el otro banco. Volver a hacer cola. Rezar para que no les falle el sistema. Ingresar el dinero. Entonces, si todo va bien, me dan el resguardo y, de vuelta al coche. Conducir hasta la escuela. Ir a contabilidad. Llamar a la puerta. Entrar y entregarlo. Me espero a que la chica me de una copia y ya puedo dedicar lo que me queda del día a otras cosas más provechosas.

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