El Barómetro de financiación de la innovación en Europa, elaborado por ACG, ofrece un dato revelador: el 57% de las empresas españolas consideran que la I+D es una estrategia clave para desarrollarse. Sin embargo, la realidad ofrece un panorama ciertamente desolador: España cuenta con 13.000 empresas en “innovación activa” cuando debiéramos alcanzar una cifra cercana a las 50.000 para poder afrontar con garantías los retos de competitividad e internacionalización que tenemos pendientes.
La brecha es significativa pero lo puede ser aún más si continuamos en nuestro empeño de traducir el concepto de “innovación” en términos exclusivos de desarrollo tecnológico e investigación, factores que exigen niveles de financiación y asunción de riesgos lejanos a los modelos estables de gestión de los cuadros directivos españoles. Si además caemos en la cuenta de que el tejido empresarial español se basa en una estructura de pequeñas y medianas empresas, la cuestión pasa a convertirse en uno de esos retos que acaban por convertirse en leyendas.
Son muchas las voces que llevamos años clamando en el Desierto de las Bardenas y ocasionalmente en Los Monegros sobrela miopía empresarial a la hora de percibir la “innovación” desde una perspectiva integral en la que las personas protagonizan el auténtico valor estratégico de una empresa. Los últimos informes que nos llegan coinciden en afirmar que Alemania parece ser el ejemplo a seguir, un país que confía en la Innovación como su principal activo. La noticia no parece tener nada de nuevo, si no fuera por la concepción que las empresas alemanastienen del fenómeno.
Los alemanes entienden la Innovación como el producto final de un proceso articulado en torno a las personas y que potencia su carácter emprendedor, entendiendo por ello su capacidad para detectar oportunidades y enfrentarse a los problemas a partir de la activación de su Talento y Creatividad. No es que hayan descubierto la pólvora, simplemente han aplicado algo tan sencillo como el sentido común y, a la vista de los resultados, parece que han dado en el clavo. Mientras tanto, nosotros continuamos discutiendo sobre si debiéramos utilizar un martillo de mocheta o quizás fuera mejor uno de bola para dar en el clavo, pero, ¡eso sí!, robotizado, por supuesto, ya se sabe que esto de la tecnología…Llegará el Quinto Centenario del 98 y seguiremos en la misma, aunque siempre nos queda el consuelo de recordar el autogiro de De la Cierva o el submarino de Peral sin olvidarnos del Espadón de Loja.
No le demos más vueltas…
El principal activo de una empresa son sus personas pese a que algunos se empeñen en continuar con la matraca de los corrientes, menos corrientes, funcionales y la madre que los parió. El principal activo de las personas es su talento, su capacidad de enfrentar problemas, detectar y generar oportunidades, crear, compartir, soñar, pelear, insistir y, en definitiva, ser cada día un poco mejores y, en consecuencia, un poco más felices. Lo demás, diga lo que diga el Anuario Zaragozano del Buen Empresario, son pamplinas y retórica de reunión de pastores todas las ovejas al agua.
Continuar defendiendo que el valor real de las personas es su fuerza de trabajo puede resultar muy ortodoxo pero no deja de ser una valoración indignante desde el punto de vista marxista – capitalista y una gilipollez tamaño cuadro desde un punto de vista de economía real.
Mantener el discurso de que el talento y el conocimiento de las personas configuran el capital intangible de una empresa, puede resultar muy californiano, pero no deja de ser una estupidez tamaño mural. Las personas no son invisibles, pellizque, pellizque que ya vera como se quejan.
Podremos reírnos con aquello de la cabeza cuadrada y la patata cocida con salchicha y col, pero la realidad es la que dicta el veredicto: las personas o nada.