Revista Cine

Esos hombres llamados padres (Aftersun)

Publicado el 15 enero 2023 por Sesiondiscontinua
Esos hombres llamados padres (Aftersun)Siempre he pensado que cualquier persona que conozcamos en la vida encaja en una de estas cuatro categorías: amigos, enemigos, madre y padre. Que las dos últimas sólo pueda ocuparlas una única persona es anecdótico aunque dice mucho sobre cómo organizamos mentalmente nuestro mundo.
De nuevo una película a la que debéis descontar al menos un 10% a mi entusiasmo; esta vez por la conjunción de paralelismos del argumento con ciertas partes de mi biografía. Nada que ver con Somewhere (2010) de Sofia Coppola que, aunque se centraba como la de ahora en la relación padre-hija y me interesó, estaba atravesada de arriba abajo por la pastosidad y el desapego ante un estilo de vida lujoso y cómodo y, por tanto, propicio en momentos únicos y curiosos. Con Aftersun (2022) no hay nada de eso; todo son rutinas íntimas y momentos en compañía, potenciados por la manera en que están filmadas, transformándolas en algo intenso y revelador (no para los protagonistas, sino para las audiencias, que son quienes extraemos casi intuitivamente un significado). Un deslumbrante debut en la dirección para Charlotte Wells, una cineasta cuyo siguiente largometraje habré de examinar detenidamente.
Una mujer (Sophie, interpretada por Celia Rowlson-Hall), de la que apenas alcanzamos a saber lo justo y fundamental sobre su vida y su circunstancia, recuerda unos días de vacaciones que pasó en Turquía con su padre cuando tenía once años. Era a finales de los noventa, era verano y al parecer fue un momento de convivencia único. No es que de pronto comprendiera retrospectivamente que lo sucedido y lo dicho en aquellos días encerrara una clave decisiva para explicar sus respectivas vidas, nada de eso; lo que pasa es que a todos nos llega un momento en la vida en que deseamos a toda costa encontrarle significados transcendentes, una especie de intriga de predestinación que justifique el futuro que luego fue. La película está atravesada por la alegría y la melancolía de algo que entonces la Sophie niña no percibió como instantes únicos de felicidad y ahora, ya adulta, parece empeñada en reelaborar como algo irrepetible.
Las películas sobre viajes siempre tienen algo de fascinante, pero las que involucran a padres/madres e hijos/as --o adultos y niños que terminan reproduciendo una situación similar como la pionera Alicia en las ciudades (1974)-- todavía más. En mi caso, no puedo evitar identificarme al máximo con Paul Mescal (Calum, el padre) e imaginando que Frankie Corio (Sophie de niña) es un trasunto de mi propia hija. Aftersun me recuerda los días que hemos pasado en destinos de playa, de forma muy similar a como los muestra la película: Almería, Ibiza, Nápoles, San Sebastián, Mallorca, Cádiz, Menorca, Creta y, por supuesto, Altafulla, nuestra base de operaciones veraniegas desde 2002. Pero no sólo eso, también me enternece comprobar cómo ambos organizan sus días de una forma que no ha cambiado tanto: comidas, hacer comentarios sobre la gente, tiempos muertos en la piscina, excursiones, ir de compras, vístete, lee, a dormir... Los padres nos comportamos de forma curiosa respecto a los indicadores que suelen caracterizan al sexo masculino: de entrada, suspendemos toda prioridad (en corto y claro: nuestro egoísmo connatural) por nuestras hijas pequeñas; y lo hacemos sin que nos cueste y sin sentir que renunciamos a nada. A cambio, buscamos a toda costa su complicidad: llenar su infancia de grandes momentos, protegerlas del resto de hombres del planeta, animarlas a que encuentren su lugar en el mundo, a que sean ellas mismas... Y entonces, cuando, finalmente, gracias a la lotería de la vida, parece que lo logran, nos sentimos tristes porque han tomado un camino muy diferente al que imaginamos para ellas. Y encima, siempre lo hacen antes de lo que teníamos previsto y con las personas más inesperadas.

En cuanto al estilo, Aftersun rebosa de aciertos técnicos, inteligentemente alineados con el tono de la historia: las escenas están rodadas como si se tratara fragmentos recuperados de un vídeo doméstico, perdido durante años (los mismos que Sophie ha tardado en recordar aquellos días), presentadas en una concatenación desordenada de momentos no necesariamente expresivos, pero que demuestran que el relevo inevitable de las generaciones se sigue cumpliendo a rajatabla. Otro acierto consiste en mostrar tanto a Sophie adulta recordando como a su padre en el pasado en la misma situación: a través de ese efecto de luces intermitentes de discoteca que provoca que no se aprecie el movimiento en la pista de baile, y lo que atisbamos en los fragmentos de luz parecen irreales o sin sentido debido a la falta de contexto; una muy buena metáfora sobre nuestra forma de recordar. También está esa forma de dejar fija la cámara (sin enfocar ni seguir a los actores), de manera que les oigamos y les veamos en reflejos (espejos, pantallas, puertas, ventanas), o a través de la videocámara con la que graban sus vacaciones; siempre algo interpuesto que rebaje la sensación de certeza que normalmente ofrece la imagen. Todas esas limitaciones/distracciones nos obligan a concentrarnos en la segunda mejor opción: las palabras y los silencios. Wells deja claro que la película es un recuerdo mediado, extraído con esfuerzo y sin orden de lo más profundo de su pensamiento.
Y, por descontado, esas situaciones perfectamente identificables entre padres e hijas, el auténtico centro de interés de la historia: el deseo de él para que Sophie se divierta con otras chicas de su edad (y obtener, a cambio, unos instantes de soledad); ella le obedecerá pero se juntará con jóvenes mucho mayores que ella; el tiempo en soledad del padre cuando finalmente ella se duerme (experimentando, como todos, ese espejismo universal por el que nos imaginamos disfrutando de un viaje en solitario, de encontrarnos con otras mujeres que nos han visto ejercer de padre divorciado aunque responsable); los enfados, los silencios forzados, las anécdotas divertidas, los primeros besos (la inminencia de la adolescencia, para ella), recuperar ese anhelo de juventud fiestera (para él), las reconciliaciones, las conversaciones tontas... En fin, esas rutinas propias de un destino de sol y playa (y que adoro por encima de todas las cosas).
El año comienza con el listón muy alto, con otro modelo con el que establecer comparaciones, un nuevo título para mi lista de películas a las que regresar de tanto en tanto para extraer nuevos detalles, nuevos significados, otras inspiraciones... Un gran, gran filme por méritos propios y que además me ha atrapado por motivos muy personales y al que sin duda voy a volver cuando esté muy arriba o muy abajo... Ay, en fin, los padres...

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