Revista Cocina

Espacio compartido¿Lo respeta, por favor?

Por Dolega @blogdedolega

Seven

Una reflexión después de que uno llegue a estar realmente harto de situaciones verdaderamente desagradables.

Si salgo a comer ó cenar fuera de mi casa, además de gastarme el dinero y ahorrarme cocinar y lavar platos, sé que voy a compartir un espacio con muchas otras personas y estoy dispuesta a ello. A lo que no estoy dispuesta es a que los demás invadan mi trozo de espacio y mi comida se convierta en una Ginkana de cómo esquivar al niño ajeno de turno.

Me parece genial que los padres salgan a comer con sus retoños los fines de semana, de hecho lo encuentro muy sano para la concordia familiar, siempre y cuando tu vecino de mesa no tenga que soportar que uno ó varios de los tuyos le tiren la bebida ó le pisen el bolso, en su particular juego infantil.

También he sido madre y sé de los inconvenientes para que los niños se comporten con propiedad en según qué sitios, pero lo que nunca hice fue desentenderme de ellos y dedicarme al disfrute de la comida con mi pareja, mientras los resultados de nuestro amor, le impedían al resto del restaurante, a base de gritos y carreras, el sano hábito de comunicarse.

Si voy al cine, cada día menos debido a los precios poco populares del mismo, es para ver una película después de hacer promesa de no bajármela de internet por aquello de que se me pueda presentar en casa la guardia civil y confiscarme el vehículo para actualizar el blog.

Sé que voy a compartir un espacio y muchos ruidos con gente que, durante la proyección, mascará, sorberá, desenvolverá decenas de caramelos y últimamente comerá todo tipo de cosas dentro de la sala, lo asumo; pero a lo que no estoy dispuesta, es a aguantar a alguien delante de mí twitteando , guasapeando y comentándole al compañero de asiento los pormenores de la conversación.

Me parece genial que haya gente que invierta el dinero que les da su padre, en ir al cine y ver la película a medias por estar a otras cosas, pero yo quiero aprovechar hasta el último céntimo, de los casi 30€ que me ha costado estar ahí, así que la luz de la pantallita, el sonidito de los mensajitos y los comentarios al de al lado durante la película, no estoy dispuesta a permitirlos.

Si voy al supermercado, arrastrada por mentiras infames del Consorte, sé que voy a compartir un espacio con cientos de personas de lo más variopintas y con actitudes desesperantes en algunos casos, pero oye, cada uno pasa la tarde el sábado dónde quiere ó puede, así que me armo de paciencia para sortear a los abducidos por las variedades de galletas de chocolate, los indecisos para seleccionar los dos mejores ejemplares entre 700Kgs de manzanas, los listos de la charcutería…

Si ya saben, el listo que coge un número lo arruga convenientemente y se dedica a estar pendiente de cuando dicen un número muuuuuy anterior al suyo y pasados tres segundos que ve que no hay nadie salta él, como si hubiera estado pensando en la solución de la inmortalidad del cangrejo y pone el papelito del número totalmente  arrugado en la cestita de los números y se dedica a pedir con todo el morro. Acaba de llegar y sale el primero. Todo eso lo asumo, con hastío pero lo asumo.

Lo que no estoy dispuesta a soportar es llegar a una caja y encontrarme un carrito lleno de cosas y huérfano de chofer, esperar estoicamente a que el cliente al que están atendiendo termine totalmente la compra y cuando le llega el turno al carrito huérfano, apartarlo, ponerme a descargar el mío y cuando llevo medio carro descargado, que aparezca el dueño del abandonado y te suelte a los gritos “¡Oiga señora no se cuele, que solo he ido a buscar unas latas de pimientos!”

Estoy harta de la falta de respeto por el espacio compartido. Soy consciente de que cada día más, la sociedad es más individualista y todos vamos a lo nuestro, pero el espacio compartido merece un respeto.

Estamos todo el día con pensamientos y eslóganes en todas las redes sociales, en las camisetas y ahora, últimamente en las paredes de casas y comercios. Me alegro mucho, pero me gustaría más que calara en las cabezas de la gente con la que tienes que compartir un espacio, aquel tan simple que dice:

“Tu derecho termina, donde empieza el mío”

 


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