Isabel Valdes describe en El País los estudios demográficos sobre el consumo de pornografía en la población infante-juvenil y cómo esto está afectando sus relaciones:
“Pornografía gratuita, de fácil acceso, con una alta calidad de imagen, ilimitada en cantidad y variedad, anónima, con muchísima interactividad y cada vez más violenta”, apunta Ballester. Ellos, con un 87%, consumen más que ellas, aunque en los últimos cinco años ha aumentado un 20% las visualizaciones de las chicas. La edad media a la que se inician está en los 14 años para los varones y 16 para las jóvenes y la edad más temprana se adelanta ya a los ocho años. “Uno de cada cuatro chavales ya ha visto estos contenidos antes de los 13. Estos datos, que son muy preocupantes, confirman lo que percibíamos: la pornografía está cambiando las relaciones de los adolescentes y los móviles e Internet están claramente relacionados con estos cambios. Incluso aunque no lo busques, te lo encuentras”
¿Conversaciones para qué?
A Javier, la ausencia de conversaciones en el porno le parece absolutamente normal: “¿Para qué? Están follando, no necesitan hablar”. Este chaval de casi 15 años ve porno por las noches, cada noche, dice que se ha acostumbrado y ya no puede “masturbarse sin vídeos”. Todavía no ha tenido sexo con otra persona y se lo imagina como lo ve: “Molaría todo poder hacer algunas de las cosas. Lo del sexo anal, o lo del semen por ahí en el cuello… Cosas”. Se le enciende la cara cuando habla, le da “vergüenza” contarlo, pero está seguro de que no le daría hacerlo. Si se le pregunta por sexo con varias personas la cosa cambia: “Yo de eso paso. Verlo sí, pero hacerlo no”.
El peligro del consumo de la pornografía:
Roberto Sanz, psicólogo de la Fundación Sexpol, añade además que estos contenidos “refuerzan unos modelos y actitudes machistas que ya están presentes en la sociedad, las exacerban en el plano sexual y, como todas las ficciones, el porno genera ciertas fantasías que en este caso pueden tener que ver con relaciones de poder, agresivas”. Es lo que le ocurre a Javier, que ya no consigue excitarse sin ver porno y reconoce que cada vez necesita más. «Creo que hasta mi móvil está acostumbrado, yo le digo ‘Siri, porno’ y ya sabe lo que tiene que hacer», bromea el adolescente, que últimamente se ha aficionado al «bdsm suave», un modelo de sadomasoquismo que ha de ser consensuado, pero que en el porno suele responder a un alto grado de violencia.
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