Revista Cultura y Ocio

España

Por Calvodemora
España
Hasta donde yo sé, por lo oído o por lo entrevisto, por lo leído o por lo entendido, no hay manera de que salgamos del marasmo sentimental de la patria, no hay forma de que unos y otros la sintamos propia al modo en que es propia la casa o la calle en que vivimos. Se es más de barrio o de ciudad, se es de Córdoba más que de Andalucía y, por supuesto, hay quien se postula andaluz o aragonés o catalán antes que español. La españolidad ha quedado en asunto pintoresco, en argumento literario. No sé bien qué hubo, algo tuvo que haber, para que se desmontara la idea de España, que estaba en proceso de montaje para algunos y montada, bien montada tal vez, para otros. Se ha contaminado la propia palabra que la explicita: España. Sólo la consideramos nuestra cuando hay un evento deportivo (fútbol las más de las veces) o cuando los desestabilizadores de la periferia la zahieren, la cogen a dos manos y la arrojan a los perros. Ahí, cuando la atacan, sacamos el fuego interno, el larvado; ahí nos declaramos españoles por la gracia de Dios y exhibimos la bandera en el balcón o el pin en la solapa. Lo que no hay es un término medio. Se puede amar el país en donde uno ha nacido sin que intermedie la tragedia. En los amores de las películas, en los melodramas, siempre sucumben los amantes. Cae uno o cae otros o incluso los dos. En el problema de España, como querían los noventayochistas, hace falta una pedagogía, un vademécum en el que se relaten los fármacos que precisa para que progrese como país igual que otros lo hacen pausada y casi imperceptiblemente. Yo, de entrada, no le tengo un fervor excesivo, tampoco la repudio, ni me duele, ni siquiera me preocupa. Podían haberme nacido italiano o de Mozambique, pero quiso el azar que mi madre me alumbrara cordobés y es ésa la marca que me fue impregnada. Viene el asunto a lo pronto que hemos dejado el Mundial de fútbol. Parece que se ha venido abajo el país entero. También, cuando ganábamos, parecía que el país entero se venía arriba. Ese abajo y ese arriba son idénticos en fanatismo. Se está muy abajo o se está muy arriba. El término medio nos queda lejos, no nos interesa, es cosa de otros, pero no de nosotros. Tal vez un alemán no sienta que nada suyo ha sido vulnerado cuando su selección fue apeada del torneo en la ronda preliminar. Ningún alemán (salvo los fanáticos, tendrá que haberlos) pensó que su país podía verse amenazado por la debacle en un deporte, aunque sea el bienamado fútbol. Aquí sí que importa, importa mucho la verdad. Volveremos a ser españoles, españoles de verdad, cuando arranque otra competición o cuando los catalanes (pongo por caso que sean otra vez los catalanes) retomen el argumento separatista y se empecinen en continuar hacia adelante muy a pesar de todos los muros que se levantan a su paso, para que no avancen, para que reculen. Ahí somos españoles por los cuatro costados, no antes, ni después. Me pregunto qué será ser español. Deseo una respuesta sencilla, que yo pueda entender; una que me ilumine las partes oscuras o las partes turbias; una que me haga mudar mi opinión o permanecer en la que tengo. Porque pasa con los países como con la religión: o se cree o no se cree. Tal vez las nacionalidades sean en el fondo religiones camufladas, convertidas en un apaño político o histórico o folclórico. El territorio, leí una vez, es el grado cero del paisaje, pero primero es el paisaje, primero son los árboles y los ríos, el campo que se extiende donde acaban las calles del pueblo. Puestos a amar, yo amo el paisaje, el que he visto siempre, con el que he crecido. Todo lo demás es un añadido interesado. Recuerdo eso de los ingleses de que allá donde deje el sombrero, ahí está mi casa. Es una hermosa reflexión, dice mucho, demuestra mucho. Ojalá España le hubiese metido cuatro a Rusia. Tres goles de Isco y uno de Ramos, en el minuto noventa y cuatro, para redondear la faena. España es un país de faenas. La liturgia importa más que el objeto ofrecido en ella. Somos más de iglesia que de Cristo y, por supuesto, somos de Isco por encima de todas las cosas, porque hay que tener un héroe, igual que los hubo en el ancestral y cochambroso pasado. Cuando hay héroes de por medio, se vive mejor, los héroes nos quitan un peso de encima, nos liberan de responsabilidades. En el fondo, si se me cuestiona mucho, soy más de España que de Rusia. Dicen que los nacionalismos se curan viajando, siempre lo he creído así, es la manera de que uno no se mire el ombligo sino que se fije en el ajeno. Los países son ombligos encantados de conocerse. Las banderas son todas de Hong-Kong, como decía en su tira El Roto hace unos años

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