Revista Literatura
Se conecta a Internet. Mira los movimientos de su cuenta corriente, los mira aunque no haya movimientos. Rojo sobre negro. Vuelve a comprobar que su hipoteca concluye en 2037, parece el título de una película de Stanley Kubrick. 540 euros mensuales, más 21 de seguro. Menos mal que el Euríbor nos está dando un respiro, se dice. Repasa los últimos ingresos de nóminas, vuelve a comprobar que gana menos que hace catorce años, que le han bajado el sueldo tres veces en los últimos dos años. Y a darse con un canto en los dientes, con la que está cayendo. Eso lo escucha cada día, varias veces, muchas veces. Son conversaciones frecuentes, o como está: y nosotros nos quejamos, cuando ves la que está pasando mucha gente te das cuenta que deberíamos sentirnos unos privilegiados –le dice su esposa mientras ve los informativos o tras leer una noticia en un periódico-. No cesan de repetirle que la fiesta terminó y que ha llegado el momento de pagar el atracón, la resaca, los platos rotos, esas cosas. Él piensa en cuando se fugaron un fin de semana a Cáceres y pagaron 150 euros en ese menú degustación en ese restaurante de postín que aparece en todas las guías gastronómicas, también se le viene a la cabeza esa chaqueta que le regaló a su esposa hace ya cinco navidades, o tal vez ya hayan pasado seis. 400 euros en una chaqueta es mucho dinero, se dice, y sigue buscando en su memoria todos esos “dispendios” de los últimos años, cuando la fiesta estaba en pleno apogeo. En su enésima visita a sus datos bancarios –online- descubre que el próximo mes de enero dejará de pagar las letras del coche. Con un rápido ejercicio mental calcula que de esta manera compensa la última rebaja salarial, una flor en el estercolero. Prefiere no pensar que tardará muchos años en comprarse un coche nuevo, muchos, quién se mete en uno nuevo con la cosa como está. Recuerda otros veranos, por esta fecha ya había reservado un apartamento en la playa. Casi siempre el mismo apartamento, quince días, que Joaquín, el jardinero de la urbanización se encargaba un poco de todo y le buscaba siempre uno con vistas al mar. Este año espera una ganga, una ocasión final, un huequito en la casa de sus suegros. Ha disfrutado muchos agostos sin pensar en septiembre, pero este año septiembre es más septiembre, con ese IVA que nos va a desmoronar un poco más. Lo notará especialmente en los materiales escolares, calcula la diferencia con otros años y piensa de donde puede arrancar este nuevo pellizco, pero la superficie comienza a quedarse plana, muy plana y resbaladiza. La realidad es que su superficie nunca ha tenido grandes “picos” a los que agarrarse, incluso cuando la fiesta estaba en su pleno apogeo. Nunca se compró ese pisito en la playa, y eso que miró unos cuantos, tampoco posee un vehículo de gama alta, no tiene dinero bajo el colchón. Solamente, que no es poco, un plazo fijo que apenas le reporta 200 euros al año. A veces se arrepiente de no haber seguido los consejos de su amigo Manolo. Manolo dice que la cosa está muy apurada, pero todavía paga en el supermercado del centro comercial con billetes de 500 euros. Cada mes cambia dos o tres billetes, y hasta pudo cambiar de coche el pasado año. Cualquier día te vas a dar con la cabeza en el techo, que ya no te queda colchón, bromeaban hace años, cuando se veían con más frecuencia. Se sorprende al leer el vertiginoso ascenso de la Prima de Riesgo, así como la evolución del Diferencial. Hasta hace muy poco no sabía lo que eran la Prima de Riesgo ni el Diferencial –y sigue sin saberlo aunque hable de ello con frecuencia-. Temas habituales en el desayuno. Intuye que todo irá a peor, y cada mañana se despierta con la sensación de que hoy será el día en que todo vaya a peor, está predispuesto a vivir ese momento que en cierto modo ya ha vivido. Se alegra de no haberse metido en ese apartamento en la playa, ya que cuando todo vaya a peor es mejor estar ligero de equipaje, razona y vuelve a calcular lo que le resta por pagar de hipoteca. De todo lo anterior puede hablar con más o menos prestancia, a veces sin dolor, siempre con inquietud. Sin embargo, de su gran temor, sus hijos, aún no ha podido hablar con su esposa, tampoco con sus mejores amigos. Teme que no puede ofrecerles un futuro, teme que no tengan futuro, teme que puedan llegar a tener una vida peor que la suya. Teme que convivan con sus mismos temores. Amanece tras otra noche eterna, en el ambiente permanecen el olor y la humedad de la inesperada lluvia de la pasada tarde. Cuando la cafetera expulsa su vapor negro, el Sol se apodera de toda la terraza. Es el mismo Sol de ayer, de hace un año. Y seguramente mañana será el mismo Sol.
El Día de Córdoba