En España, en el que si no se va con orgullo de representarlo, pronto podría terminar destrozado por las contínuas injerencias para derribar los muros invisibles que lo levantaron, y al que todavía llamamos España a excepción de más de dos millones de ciudadanos que compartieron casa, comida, privilegios, olimpiadas y la roja cuando vence de vez en cuando. Lo que no impide que exista un gran problema de identidad, de rechazo a todo cuanto huele a historia, aunque sea la podrida que dejó de apestar cuando llego el momento de pasar página a la dictadura de la que no sólo fue Franco su artífice exclusivo, lo que nos conduciría a repartir responsabilidades más que por dignidad que por doquier al tener que nominar a otros muchos millones de adeptos al régimen, por dejar de señalar al destino que mantuvo a unos en paz, a otros con el amago de un revanchismo de totem y tabu.
Ya va siendo hora de dejar en las tumbas del olvido una justificación para airear, después de tantos años, los trapos sucios que no tuvimos ocasión ni osadía de lavar mientras vivía esa leyenda trágica del dictador Francisco Franco, de lo que todavía al parecer es hoy para los "aprovechados" una excusa para ponerlo como una "piñata" a la que darle palo y abrirla como una jugosa sandía, y así dramatizar sine die la penosa y gravosa lápida con la que nos enterró durante una eterna ley mordaza el célebre "caudillo". Basta ya de tanta soflama, de tanto tiro de aire comprimido, de tantos que utilizan la referencia del "fascio" para llenarse la boca, que sí fuesemos justos deberíamos analizar con los agravios comparativos de los insignes políticos que nos representar en un hemiciclo, que como siga entre "rufianes" y "sorayazos", pronto se contemplará como un circo, el que circulan únicamente los payasos, por miedo a que los trapecistas salten al vacío cada vez que abren la boca los "sicarios de la palabra" para contestar sin argumentos al contrario.
Nunca estamos de acuerdo con nada, y es justo que predomine la lbertad de criterios, pero cuando más falta unificar esfuerzos para resistir y llenar el hueco que nos abrímos cuando de pleno derecho participamos en la comunidad internacional, nuestros propios, que no son nada extraños, se siguen apuñalando unos a otros, sin llegar a las manos, salvo para arriar las nuevas banderas de la oportunidad nacionalista si fuese necesario.
Esta es una llamada para dejar que las excusas desaparezcan y pasten en esos prados que alimentan nuestras inquietudes sociales. Hay tantas cosas de qué preocuparse, cómo la del recibo del gas que se verá aumentado en 1,75 € para sufragar la pérdidas de la faraónica torre marítima denominada Castor, que por no acreditar su posicionamiento ni tan siquiera se realizó un estudio de riesgo y sus consecuencias orográficas. Y por poner este único ejemplo, nos daremos cuenta que somos incapaces de juzgar, señalar y dirigir nuestros dedos acusadores para localizar nombres y apellidos, lo que por imperativo legal nos pretenden costear el fracaso de una estación de almacenaje que al parecer no tiene responsables, o los que están sigue mirando a otro lado. Y es ahí cuando llegamos a la conclusión de qué poco a nada hemos avanzado, cuando la corrupción y el trabajo mal hecho que causa la prevaricación, reina en la democracia sin más demostración que darnos las gracias a los que seguimos pensando sin admitirlo, que todavía no hay, por desgracia, interventores para que la Ley de Transparencia ejerza el derecho que tenemos todos los demás, a que sin más preámbulos algún día aparezca.