Segunda entrega del capítulo Chimeneas del Nervión, (que yo he titulado España y los empresarios: una mirada a nuestro más inmediato pasado), en el que el historiador Fernando García de Cortázar se refiere a la desigual actitud de las burguesías españolas, que al fin y a la postre han configurado la realidad de las regiones de España y son fuente de tensiones en la nación fallida.
Muy diferente es el itinerario del País Vasco, aun cuando su economía también pareciera depender a finales del siglo de la exportación de materias primas mineras. Aquí, el acaparamiento de las explotaciones en muy pocas manos y las dificultades impuestas por el fuero a las concesiones a extranjeros hicieron posible que la oligarquía vizcaína acumulase los medios suficientes para acometer la inversión industrial.
Desde el término de la segunda guerra carlista, la burguesía minera toma el relevo de la vieja clase comercial y continúa su labor de creación de siderurgias destinadas a sustituir las obsoletas ferrerías con la apertura de Santa Ana de Boueta en 1841 como episodio notable. Primera sociedad anónima del País Vasco, reunió un equipo de comerciantes bilbaínos y técnicos franceses para levantar los primeros altos hornos vizcaínos, alimentados todavía con carbón vegetal.
Al igual que la siderometalurgia vizcaína, Guipuzcoa se adelanta ese mismo año en el sector papelero, al fundar el capital donostiarra en Tolosa la compañía La Esperanza para rentabilizar al momento la unificación de mercados y la prohibición de compra de papel europeo. En 1902 dos tercios de papel español procedían de los valles guipuzcoanos, a costa de contaminar irremediablemente los ríos de la provincia.
El polo vizcaíno, reforzado poor la apertura de nuevas empresas en la ría del Nervión, dio el tiro de gracia al núcleo asturiano que parecía destinado a ser la cabeza de la siderurgia española por sus abundantes reservas de carbón y la pujanza de sus fábricas en los años cincuenta. Falló, sin embargo, al no poder atraerse la demanda ferroviaria y no disponer de capitales propios, debiendo soportar así mismo la dura competencia del hierro vizcaíno. El parón de la siderurgia astur sólo se vería compensado por el éxito de la metalurgia de zinc, donde la Compañía Asturiana se impondría como primer productor europeo.
A pleno rendimiento desde 1885, las empresas del Nervión, volcadas en el lingote para la exportación, conquistan en pocos años el mercado nacional, sobre todo desde que la Liga Vizcaína de Productores logra del gobierno un arancel proteccionista completamente favorable a sus intereses.
Con el paraguas del Estado, se multiplican las compañías de construcción naval y mecánica, así como buena parte de la mediana industria vizcaína y guipuzcoana, en tanto el enorme consumo de explosivos por la minería tira de la industria química.
Desde los últimos años del siglo XVIII, Cataluña, con sus indianas, estaba en cabeza de la industria textil española y, aunque la pérdida del mercado colonial le asesta un duro golpe, también actúa de revulsivo, al promover la mecanización como medio de compensar el alza de los salarios y rebajar los costes.
Los primeros proyectos fabriles modernos tienden a concentrarse en Barcelona y su puerto, por donde se abastecían del combustible, siendo pionera en la modernización la compañía Bonaplata. Sin embargo, ante el alza de los costos de la energía, muchas de las empresas terminarían trasladánsose al interior de la provincia, a fin de sacar rendimiento a los ríos Ter y LLobregat.
En paralelo a la multiplicación de factorías, modernas sociedades anónimas -La España Industrial o La Industria Algodonera- dominarán con sus chimeneas el paisaje de Barcelona, y sus telas, cada vez más baratas, nacionalizarán la oferta española de textiles.
La dependencia del consumo nacional tendrá graves inconvenientes, al quedar la industria sometida al ritmo de las cosechas, de tal forma que las crisis agrarias provocarán un brusco descenso de ventas y mayores presiones de los patronos catalanes para mantener la exclusividad del abastecimiento cubano.
En plena fiebre del oro, no faltan tampoco nuevas compañías mecánicas, que anticipan La Maquinista Terrestre y Marítima, mientras el crecimiento de la gran urbe barcelonesa desarrolla las industrias de gas y electricidad. Todo este hervidero de iniciativas engrandecerá el papel de Cataluña en la economía peninsular hasta hacer de ella la fábrica de España.
No todo fueron avances; atada por el alto coste de las materias primas y por el mercado consumidor mortecino, la industria española creció a la sombra protectora del Estado, resguradada de las embestidas de la competencia europea. Un recurso excepcional, que todos los países consideraron imprescindible en las primeras etapas de su industrialización, terminará en España por convertirse en la salida fácil de un empresariado timorato acostrumbrado a un mercado interior sin riesgos.
Al promover la prosperidad del norte y noreste español, la industria aceleró la tendencia al despoblamiento del centro en favor de la periferia, donde la llegada masiva de proletarios transformarí vertiginosamente las ciudades con la construcción de miserables barrios. Para mayor complejidad, el asentamiento de los recién llegados trajo consigo un elemento cultural convulsivo al predominar el componente castellano frente a las renacidas conciencias del País Vasco y Cataluña.
Por contra, el centro y el Sur permanecerán cautivos de su estructura agraria y caciquil, responsble de graves conmociones, y con una industria colonizada por extranjeros o por empresarios del Norte.
La imagen de las dos Españas, los supuestos agravios del nacionalismo periférico o el llanto estilizante del 98 por Castilla serán hijos del desdoblamiento industrial.
Fuente: ÁLBUM DE LA HISTORIA DE ESPAÑA (Fernando García de Cortázar)
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