Muy pocas veces se mostró proclive a manifestar sus sentimientos o preocupaciones; quizá porque no lo juzgó interesante o porque, simplemente, su sentido de la privacidad se lo impedía.
Hay un aspecto que se percibe en todas sus biografías, hasta en las más fantasiosas: su rechazo a lo superfluo, a la pérdida del tiempo, no entendido a la manera actual como una actividad frenética, que, más que hacer algo, se hace para no hacer nada; sino como la tarea continuada en que se combinan la acción y la reflexión, que son los motores de la creatividad.
No fue un hombre dado a la conversación, por la pura conversación, ni a publicar sus experiencias o razonamientos. Gran parte de lo que conservamos de su pensamiento y acontecimientos que le acaecieron, lo debemos a sus amigos -que no fueron demasiados- y a sus colaboradores. Ellos, pacientemente, recogieron frases, anécdotas y todo aquello que encontraron significativo de su admirado maestro para darlo a conocer, después de fallecido, a las generaciones venideras.
Antonio Gaudí i Cornet nació el 25 de junio de 1852 en la comarca del Baix Camp (Tierra Baja), de Tarragona. Todavía no hay acuerdo si en Riudoms o en Reus, aunque hay una tendencia a decantarse por esta última localidad. Procedía de una larga saga de buhoneros y caldereros afincados en Tarragona desde el siglo XVII. La niñez de Gaudí transcurrió entre Reus, donde sus padres tenían la empresa, y el campo, en una humilde propiedad de su madre conocida como el Mas de la Calderera, puesto que la línea familiar materna también practicaba ese oficio artesanal. Las noticias de esa época son escasas: fue un niño enfermizo, aquejado de afecciones reumáticas, que le obligaron a pasar frecuentes períodos de tiempo en el campo, sin poder asistir a la escuela. Es muy posible que este alejamiento de la población y el contacto con un ambiente natural, acompañado tan sólo por su madre y alguno de sus cuatro hermanos, estimulara dos de las capacidades que tanto iban a repercutir en su vida adulta: la observación y el análisis de la naturaleza.
En cualquier caso, no se puede calificar al pequeño Antoni de ser un niño atrasado en la escuela. Es más, algunas anécdotas recogidas de aquellos momentos, afirman, que a pesar de no poseer una inteligencia espectacular, Gaudí sorprendía a sus maestros por su facilidad en analizar y racionalizar las cuestiones.Un hecho remarcable de su adolescencia es la relación que estableció con dos condiscípulos de las Escuelas Pías de Reus, Eduard Toda y Josep Ribera. Los tres eran jóvenes entusiastas de la naturaleza e interesados por la historia y frecuentemente dedicaban parte de su tiempo del ocio a las excursiones. En una de sus salidas, Ribera les llevó hasta un lugar abandonado que había descubierto tiempo atrás cuando su familia residía en la Espluga de Francolí: el monasterio en ruinas de Santa María de Poblet. En aquellos días, el movimiento nacionalista catalán se manifestaba a través de la literatura, del excursionismo, y en la recuperación del patrimonio arquitectónico; y aquellos jóvenes tomaron la firme resolución de restaurar el antiguo cenobio. De aquel proyecto juvenil sólo resta un dibujo de la planta dibujada por Gaudí, que debía tener 15 años, y una memoria redactada por sus compañeros. Para el monasterio representó la recuperación de su recuerdo y, mucho tiempo después, cuando Toda llegó a la jubilación, el inicio de su restauración. Para Gaudí, la declaración de la vocación arquitectónica.
Gaudí se trasladó pronto a la Ciudad Condal, para estudiar el último curso de bachillerato y cursar el curso preparatorio en la Escuela de Arquitectura. El plan de estudios estaba repartido entre este curso preparatorio y los estudios específicos de la titulación. En la Escuela se recuerda a Gaudí como un joven de carácter muy acusado y alegre, con resultados académicos muy desiguales pero dotado de una gran capacidad creativa y de una extraordinaria habilidad para el cálculo. La obtención del título se retrasó hasta 1878, no por la actitud rebelde y de rechazo a la formación obsoleta de la Institución, que algunos biógrafos pretenden endosarle, sino a causa de su precaria situación económica.El plan de estudios -dirigido por el admirador de Viollet-le-Duc, Elies Rogent- contemplaba como materias preferentes: Tecnología, Materiales, Artes aplicadas a la construcción, junto a Conocimiento de los estilos del pasado y Dibujo, específicamente arquitectónico y artístico; materias en modo alguno desfasadas y que ciertamente debieron interesar a Gaudí.
La prueba de la estima de la valía del futuro arquitecto fue que, desde el primer curso, estuvo trabajando en talleres de profesores y de maestros de obras de renombre, como: Francisco de Paula del Villar y Josep Fontseré, o para las firmas Padrés i Borrás y Serrallach.
En el taller de Fontseré, Gaudí obtuvo el primer reconocimiento a su trabajo: por iniciativa propia corrigió una tarea encomendada a un compañero -el depósito del agua de la Fuente de la Cascada de la Ciutadella-. El maestro de obras, desconfiando de la bondad del cálculo, consultó a Joan Torras -profesor de Resistencia de Materiales-. Éste, sorprendido por la acertada solución propuesta, retuvo el nombre del joven estudiante. Meses más tarde, recordando el hecho, Torras dio por aprobada su asignatura a Gaudí, a pesar del mal resultado obtenido en el examen.
Cuando el 4 de enero de 1878, Elies Rogent firmó el título de Gaudí, adivinando la singularidad de Gaudí dijo: " He aprobado a un loco o a un genio."
El año 1878 señala el inicio de una intensa actividad profesional: es el vencedor del concurso convocado por el Ayuntamiento de Barcelona para el diseño y la ejecución de unas farolas (situadas en la Plaça Reial y en el Pla de Palau); encargo de la Casa Vicens, su primera obra importante, y realiza el Anteproyecto del complejo industrial con viviendas para la Obrera Mataronense.
Es un período de investigación y de trabajo en que Gaudí acepta encomiendas por pequeñas que sean. Una de ellas le hizo entrar de lleno en el ámbito más selecto de la sociedad barcelonesa: la firma Casa Comella, especializada en la confección de guantes, le encargó el diseño de un pequeño mueble expositor para el Pabellón Español de la Exposición Internacional de Paris de aquel mismo año.
Uno de los visitantes -el Sr. Eusebi Güell i Bacigalupi (1846-1918)- quedó tan impresionado por la singularidad de la pieza de madera, cristal y hierro, que pidió contactar con su creador. Este fue el principio de una relación profesional y de amistad entre ambos que duraría 40 años. Desde aquel momento, Güell fue su mejor cliente, aunque no el único. Para él diseñó y construyó magníficas obras, cuidadas hasta el más mínimo detalle, que contribuyeron a expandir su fama de arquitecto diferente y controvertido. Sin embargo, la década de 1880 es un período de evolución y de transformación tanto en el campo arquitectónico como en personal. Su estilo se hace cada vez más propio y audaz, y es, con todo, un arquitecto de éxito. Trabaja todas las modalidades arquitectónicas civiles: fincas residenciales (Finca Güell, en Pedralbes y Palacio Güell, en el Carrer Nou de la Rambla); pabellones decorativos (El Capricho de Comillas y El Pabellón de la Compañía Transatlántica de la Exposición de Cádiz), y religiosas (el Palacio Episcopal de Astorga y el colegio de las Teresianas y el Templo de la Sagrada Familia de Barcelona).
Palacio Güell
Trata con magnates y con influyentes autoridades eclesiásticas. A todos impacta y de todos aprende. Los contactos frecuentes con personalidades tales como Joan Grau, obispo de Astorga, y Enric d'Osso, fundador del Colegio de las Teresianas, en primer lugar, y los obispos Torras i Bages -la figura más influyente en la ideología religiosa de finales del siglo XIX- y Campins, obispo de Palma de Mallorca, después, con quienes mantuvo numerosas y prolongadas entrevistas, dada su doble condición de clientes y amigos, debieron ejercer una poderosa influencia en su concepto religioso. Su marcada honestidad y su progresivo aislamiento de la vida mundana le llevan a rechazar la oferta de Prat de la Riba de presentarse a las elecciones municipales de 1905 por considerarlo un personaje dotado de un gran carisma.La ejecución de las obras religiosas encargadas y el avance del diseño de la fachada de la Pasión del templo de la Sagrada Familia durante una convalecencia en Puigcerdà modifican su estilo de vida. Ésta se torna cada vez más mística derivando en puro ascetismo, hasta su muerte en 1926.Por esto, quienes le consideran modernista se equivocan. En el caso de que fuera cierta la imagen de un Gaudí superficial y ansioso de gloria, que algunos tratadistas insisten en difundir, sería una circunstancia pasajera de juventud que poco peso puede tener en la valoración del conjunto de su vida. Fue moderno, porque fue un hijo de su época, no porque aspirase a impregnarse de la modernidad, a la manera que la entendieron la mayoría de los intelectuales modernistas: zarandeando la sociedad española con publicaciones, exposiciones, espectáculos..., para despertarla de su abúlico aislamiento de Europa; más bien, todo lo contrario. La figura de Gaudí se proyectó en Cataluña, pero sin ruidos ni escándalos, por la fuerza de su singularidad y la profunda trascendencia conceptual de obra. Gaudí comprendió a su tiempo, pero, ¿sus contemporáneos le comprendieron?.
Algunos no le entendieron; pero otros, que supuestamente formaban parte de la elite intelectual catalana, se dedicaron sistemáticamente a desacreditarlo con sus chanzas y juegos de palabras retóricos (Feliu Elies, alias Joan Sacs, y Eugeni d'Ors) sin querer ver más allá de la simple forma delimitadora. Incluso, hubo quien contribuyó a la campaña de descrédito desde el extranjero por un puñado de dinero, como confesó años más tarde Clemenceau, por ejemplo.
Gaudí fue un hombre excéntrico, desconcertante en ocasiones, por sus arranques de genio y la sequedad en el trato, especialmente con aquellos que no llegaban a traspasar el límite de la superficialidad. Intransigente en materia profesional pero compresivo en el plano humano. Honesto y generoso, dos cualidades fácilmente conciliables, en una personalidad que concibió su Obra, la más Grande, la nueva Jerusalén Celestial, como una oración poética de desagravio.
Josep Carner i Puig Oriol (1884-1970), un celebrado poeta catalán, escribió: "Si gaudiu del Modernisme/ no us quedeu a mig camí:/ arribeu al paroxisme/ de gaudir-ne amb en Gaudí". ("Si gozáis con el Modernismo/ no os quedéis a medio camino:/ alcanzad el paroxismo/ de gozarlo con Gaudí").