


sordidez del mundo de los feriantes con la presentación de la delicada Agnes (la bella Mary Philbin, un descubrimiento del director) y del animalesco Huber, capataz del carrusel y figura que acumula todo tipo de crueldades y sadismos, el cual aparece primero para interrumpir el cortejo del Conde (le arrebata a Agnes un figurita de un soldado que primero estrangula y luego arroja al suelo rompiéndola) y, a continuación, propina una paliza al jorobado Bartholomew, el enamorado de Agnes. Es decir, que se enfrenta de una u otra manera a los que son sus dos rivales sexuales siguiendo la lógica del sometimiento brutal a los deseos, habitual en el director (no en vano, tanto Huber como el Conde Von Hohenegg intentarán forzar a la pobre Agnes). En esta primera parte tiene lugar otra escena «marca de la casa», la habitual orgía etílico-fetichista con la cual Stonheim adoraba escandalizar a la «joven» América con la contemplación de las depravaciones de la «vieja» Europa.






