El arranque de Argylle (2024) no puede ser más absurdo y ridículo, aunque luego descubramos que tiene una justificación argumental y narrativa. Aun así, la cosa es que, a medida que avanza, resulta que la historia no se separa demasiado del tono de parodia que dilapida de entrada. Lo que sí sabe de fijo cualquiera que vaya a verla es que el objetivo casi único de la película es dejar a las audiencias con la boca abierta a base de efectos increíbles, situaciones risibles por grotescas, generosas dosis de escepticismo cool y un buen puñado de lugares comunes propios de un género que su director --Matthew Vaughn-- conoce a la perfección. No por casualidad lo ha petado con sendos largometrajes protagonizados por unos personajes paródicos e hipertrofiados que no son más que una deformación freudiana del arquetipo envarado y patriarcal de James Bond: Austin Powers y Kingsman. De modo que aquí viene de nuevo Vaughn con ganas de dar un giro (leve, bastante leve) al tipo de filme que mejor se le da y que, a base de repeticiones y de variaciones, ha exprimido hasta dejarlo prácticamente seco.
La principal novedad es que esta vez Vaughn incorpora varios elementos de una trama romántica convencional dentro de un guión bastante más trabajado que sus anteriores filmes, repleto de giros más o menos previsibles dos minutos antes de que sucedan. Y para dilatar el efecto de estas bruscas revelaciones, cada escena se culmina con una formidable exhibición de acción a raudales y peleas coreografiadas digitalmente por los técnicos de Apple (coproductora de la película).
Y así va pasando la película, señora jueza: de sobresalto en sobresalto, proporcionando entretenimiento y fascinación a raudales. Una mención sobre el reparto antes de terminar: todos están rematadamente sosos y/o demuestran limitaciones interpretativas para una comedia alocada como esta. Todos excepto uno, al que yo desde luego no tenía en mi carpeta de actores con lado superficial y divertido: Sam Rockwell. Ofrece el recital de gestos, caras y tonos que exige su personaje, y lo hace sin caer en la parodia o la exageración. Es el único que, de verdad, consiguió que entrara en una película tan imposible y exagerada como Argylle.