Que el western como género está cadáver parece algo que no necesita mayor aclaración. Las películas que de tarde en tarde regresan al mismo son o bien manifestaciones fantomáticas de veneración nostálgica o vehículos anómalos en busca de una abstracción que el presente no permite, o, en algunos casos, acercamientos historicistas que buscan penetrar en la entraña mitopoética de la construcción de América. Todas estas vías son en no pocos aspectos y en diferentes grados representaciones de lo mismo, una tendencia, posmoderna por explicarlo pedantemente, que tiene que ver con la huida del presente hacia las convenciones (estilísticas, espirituales, históricas, “de valores”), convenientemente aggiornadas, de cines o formulaciones ya prácticamente agotados como vías expresivas, en este caso el western que como género ya ha experimentado todos los estadios posibles, del primitivismo a la plenitud, pasando por la introspección, la desmitificación, las bastardización, la parodia, el revisionismo o el manierismo. El enfoque del western puede ser de este modo honesto pero de imposible fuga respecto a su naturaleza referencial, tanto si esta se produce a favor del género como a la contra del mismo.
Desde los 2000 hasta ahora, ya dos décadas, quizás las muestras más sólidas hayan aparecido en televisión, dejando fuera por cuestiones temporales la extraordinaria y muy menospreciada Cabalga con el diablo (que ya pasó por aquí) dirigida por el inquieto Ang Lee en 1999 que y ambas con la presencia de Walter Hill de por medio, uno de los más esforzados cultivadores del neo-western y desde luego el que más rasgos personales ha aportado tras el testamentario Sin Perdón de Clint Eastwood (un film que es en si mismo la fantasmagoría definitiva). Hill ha vuelto en el nuevo medio sobre el género tanto desde la óptica de clasicismo revisitado, la vibrante, emocionante, Broken Trail (también antes en el blog) para la AMC como abrazando la causa del hiperrealismo para contar la historia del país en virtud de su participación como productor y director del primer episodio en ese monumental fresco descarnado (y simultáneamente estilizado gracias a la
infiltración de una veta puramente shakespeariana que hasta incluía el uso del verso en sus alambicados diálogos y monólogos) que fue la finalmente malograda Deadwood para la HBO.Para animar la espera ante la cercanía de la visita de Jaime Iglesias Gamboa y su Robert Aldrich -por cierto que como se puede ver en la barra lateral el miércoles se presenta el libro en el Cine Doré, en Madrid, acompañando un ciclo que la Filmoteca dedica al cineasta. Para festejarlo se proyectará la magistral La venganza de Ulzana y tendrá lugar un encuentro entre el autor y nada menos que el gran Enrique Urbizu- rescato un terceto de breves reseñas que representan las dos primeras tendencias apuntadas sobre el western: la nostalgia y la abstracción.
Open Range
Director: Kevin Costner
2003
USA
135 min.
Fotografía: James Muro(c)
Música: Michael Kamen
Montaje: Michael J. Duthie y Miklos Wright
Guión: Craig Storper según la novela The Open Range Men, Lauran Paine
Reparto: Kevin Costner, Robert Duvall, Annette Bening, Abraham Benrubi, James Russo, Michael Gambon, Diego Luna, Michael Jeter, Dean McDermott, Kim Coates
Un western simpático y hasta admirable en su honestidad, conocimiento y amor por el género en el cual el divo Kevin Costner supera ampliamente su previa, absurdamente prestigiosa e interminablemente pretenciosa, Bailando con lobos (1990) desde una óptica de modestia reverencial y sobriedad formal por completo sorprendentes, aunque no pueda obviarse su verdadera naturaleza de serie-b engordada por la nostalgia.
Remonta una historia archiconocida -unos hoscos vaqueros enfrentados al cacique de turno- con claras e indisimuladas influencias o precedentes a los que alude con respeto. Todo sea dicho una virtud relativa en cuanto que ello le cueste la total carencia de personalidad propia, siendo sustituida por un muestrario muy bien contando, eso si, de lugares cinéfilos; a la cabeza los clásicos de Anthony Mann, el personaje de Costner, un expistolero de íntima relación con la violencia que pretende vivir apartado de la misma, remite en parte a los recurrentes anti-héroe encarnado por un James Stewart en la cumbre de al neurosis interpretativa, en parte a los tortuosos y nobles roles habituales de Glenn Ford. También se recurre estéticamente a la suciedad y brutalidad del rotundo Sin perdón, el cual es fusilado en el largo tramo de la espera por el tiroteo final, alargada (en exceso) por la presencia incesante de la lluvia que convierte el pueblo en un barrizal.Así y todo la cinta está punteada con detalles realmente hermosos y recios, tanto visualmente gracias a una fotografía estupenda, a la vez densa y luminosamente naturalista aunque el Costner director se siga recreando en exceso en lo paisajístico/contemplativo frente a la fisicidad telúrica de los maestros en los cuales pretende reflejarse, como argumentalmente. Esto es, la bella historia de amor en el ocaso entre el personaje que interpreta (muy bien) Annette Bening el adusto pistolero personificado por un Kevin Costner apropiadamente lacónico que deja el memorable y estremecedor el detalle del encargo de la vajilla de porcelana antes de duelo final. Un showdown, que si bien se hace esperar, resulta ser lo mejor de la cinta y uno de los mejores momento del neo-western, un potentísimo remate rodado con genuino nervio genial y sorpresivamente inaugurado y cuya estenografía, parcialmente su planificación, en nada su significación, remiten al formidable tiroteo fantastique de El jinete pálido (Clint Eastwood, 1985).
Enfrentados (Seraphim Falls)
Director: David Von Ancken
2006
USA
115 min.
Fotografía: John Toll (c)
Música: Harry Gregson-Williams
Montaje: Conrad Buff
Guión: David Von Ancken y AbbyEverettJaques
Reparto: Pierce Brosnan, Liam Neeson, Michael Wincott, Anjelica Huston, Tom Noonan, Ed Lauter, Kevin J. O´Connor, Wes Studi, Xander Berkeley
Quizás por el hecho de venir bajo la firma de un desconocido proveniente, encima, de la televisión en lugar de con al prestigiosa impronta de algún actor avalándola (no deja de ser curioso que tanto Open Range como Appaloosa compartan esta característica en algo que podría leerse como la satisfacción personal de fabricarse filmes y personajes de “los que ya no se hacen”), el que es seguramente el neo-western más estimulante y de mayor personalidad de cuantos el cine americano ha entregado en dos décadas pasó sin pena ni gloria.
El resultado se acerca en apariencia a los márgenes del género (¿es un western, es un film de aventuras?) pero en realidad está fuertemente enraizado en los profundo del mismo, más allá de su envoltorio violento y feroz, frisando en determinados momentos hasta con el survival horror versión bosques. Rugoso y más sofisticado e lo que intenta aparentar se mueve entre el primitivismo aventurero y el western metafísico con resultados irregulares pero estimulantes y bien apreciables. Abstracto y telúrico, afanosamente bíblico, narra el duelo épico (anti-epico, más bien) entre dos personalidades homéricas que son puro arquetipo pese a que ambos cuenten con un background que intenta humanizar su conflicto, cuando al realidad es que este gana cuanto mayor es su inconcreción.Así lo que comienza como un canónico relato de supervivencia y acoso (con ecos del Caza salvaje de Peter Hunt), tanto contra el medio como contra unos enemigos que superan en número a la presa y donde se extrae óptimo partido de en un entorno agreste e inhóspito, unas montañas nevadas en las que el frío hace crujir los huesos, deriva hacia un cara a cara metafísico en pleno desierto, donde se da un giro fantastique (que puede recordar a ciertas ideas de Jodorowsky e incluso a ese estrafalario clásico marcial que es El círculo de hierro, dirigida por Richard Moore en 1978), ciertamente bien llevado, pero que no se si acaba de sentarle bien a un conjunto que en sus mejores momentos representa un digno acercamiento a las constantes más íntimas del western según Budd Boetticher, una versión modernizada y (aun) más estilizada de aquellos héroes monomaníacos y aquellos villanos complejos y tortuosos, pero también del significado mismo del viaje (a ninguna parte) y de su personal sentido dramático del paisaje como abstracción, un lugar mitológico, inacabable, invencible, aunque esta característica no es integral sino que se encuentra matizada por la extraordinaria fotografía de John Toll, que logra transmitir la contundente fisicidad del entorno acercándolo, en ese sentido al empleo que del mismo hacía Anthony Mann como objetivo, indiferente, a batir o conquistar, donde si hay que cruzar un río y se cruza y si hay que pasar una montaña y se pasa. Lastrada por una duración un tanto por encima de lo que la historia requiere y por la inclusión de un grosero flashback explicativo que no solo no aporta nada, sino que explicita vulgarmente lo que era mejor cuanto más oscuro. Con todo supone un intento loable competentemente interpretado, mención honorífica para Pierce Brosnan, y pertrechado con una dirección concreta y sin florituras.Appaloosa
Director: Ed Harris
2008
USA
107 min.
Fotografía: Dean Semler
Música: Jeff Beal
Montaje: Kathryn Himoff
Guión: Ed Harris, Robert Knott según la novela Appaloosa (Virgil Cole and Everett Hitch Series #1) Robert B. Parker, 2006
Reparto: Viggo Mortensen, Ed Harris, Renée Zellweger, Jeremy Irons, Timothy Spall, Ariadna Gil, James Gammon
Appaloosa extrema en bastantes aspectos el componente eminentemente nostálgico que domina Open Range, pero lo hace desde una óptica diferente. Frente a la gravedad del título de Costner opone un aire irónico, mundano y ligero que inclina el asunto hacia una revisión del western con encanto, haciendo bandera de las ya mentadas honestidad y la modestia de género que permiten remitirse sin sombra de cinismo, con limpieza, a títulos de esa época clásica que se pretende resucitar con el peligro obvio de confundir clasicismo y academicismo, elegancia y naftalina. Harris toma como objeto preeminente de fetichismo dos títulos de mayor divergencia (tonal, formal,….) imposible: la mágica Pasión de los fuertes (John Ford, 1966), de la cual intenta (un imposible, claro) tomar prestado su peculiar tempo narrativo y ese humor a la vez humanista y extemporáneo, y a la espesa El hombre de las pistolas de oro (1959), un film de Edward Dmytryk perteneciente a la vertiente psicológica del género y algo olvidada de la que el film de Harris hereda su anécdota argumental y algún que otro elemento reflexivo entorno a la violencia, los que la pagan y los que al ejecutan a través de las fuerzas vivas de un pueblo que contratan a dos alguaciles profesionales para limpiar su pueblo de malhechores La película de Dmytryk adaptaba superficialmente una imponente novela de Oakley Hall, Warlock afortunadamente hoy recuperada en una formidable edición en español a cargo de Galaxia Gutenberg, que suponía un fresco social sobre el crecimiento de un villorrio y cuya influencia se deja notar tanto en esta Appaloosa como en aspectos fundamentales de la sensacional Deadwood. De rebote Appaloosa delata igualmente una atención al detalle histórico en cuanto a vestuario, lenguaje y mímica herencia directa del serial televisivo antedicho, aunque bien pudiera ser que algunas características en este sentido ya vinieran de fábrica en al novela adaptada, otra carácterística compartida con Open Range.
Lo mejor y más interesante del trabajo de Harris nace de la colisión entre clasicismo y modernidad, que dota de una mirada hasta cierto punto personal sobre el western a todo el invento, formulando así un film que basa su seducción en un admirable sentido de la observación, en ese detallismo más atento a la anécdota que a la épica (hay una manera de filmar constantemente “desde fuera” como si hubiera un observador pudoroso que sigue el drama desde la distancia) y que desenfoca lo que en principio parece va a ser su conflicto principal (el enfrentamiento con el despiadado cacique encarnado por un estupendo Jeremy Irons) en beneficio de una historia de amistad de pocas y bien escogidas palabras de las cuales emerge esa comicidad tan extraña y (aparentemente) inadecuada como finalmente cómplice y entrañable que ayuda a recubrir toda la película de una pátina de extraña relajación entorno a un puñado de ideas atractivas sobre la ética de la masculinidad. Desafortunadamente está pasada de metraje (la capacidad de síntesis está de capa caída en el cine moderno y más en el norteamericano) resultando arrítmica, dispersa en su empeño en revisitar, turísticamente, cada lugar común del western y su personaje femenino central, y capital, no convence ni mucho ni poco. Al final queda una balada country estupendamente interpretada (especialmente por un Mortensen que roba todo plano en el que sale) y bellamente musicada, con un constante aire intimo que logra transmitir la violenta cotidianeidad del oficio de las armas.