Los responsables de esta crisis han huido del crucero de lujo ramplón y de cartón-piedra en que nos habían y habíamos embarcado todos. Ahora, llevan tiempo viendo el naufragio desde tierra firme pero, al contrario de lo que sucede en las grabaciones del naufragio del Costa Concordia, nadie les urge a volver a barco y coordinar la ayuda y arreglar el desaguisado, que se produjo, al parecer, porque el jefe de comedor era de Giglio y el capitán le quiso hacer el guiño de acercarse lo más posible a la costa, haciendo caso omiso de la carta de navegación que debe seguir todo buen navegante.
Antes y después
La grabación del diálogo entre un oficial de la capitanía del puerto de Livorno son dramáticas, tanto que rozan el patetismo. Cuando se produjo la brecha y se abrió la vía de agua que inundaba las bodegas, ha resultado que los créditos salvadores estaban oxidados por falta de uso y el paso de tiempo y ya no había manera de liberarlos del buque madre. Mientras escribo, en el aire empiezan a salir a flote las palabras de Cristóbal Montoro, ministro de Hacienda. Dice que todos estamos en el mismo barco, pero mientras me dejo mecer por las olas, veo a lo lejos al capitán y a toda la cadena de mando en tierra coordinando una operación de salvamento, que en realidad ha sido el suyo, mientras mi taza de café con leche resbala por la mesa hasta el borde y cae al suelo. A bordo, todavía los pasajeros y la tripulación low cost y poco cualificada, en su inmensa mayoría inmigrantes incluso en aguas internacionales, que nutren las tripulaciones de estos cruceros de pseudolujo. Bajo nosotros, un débil arrecife y, a pocos metros, la sima que se adentra en las profundidades del mar. Too big to fail? Y sin embargo, se hunde.
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