Un hombre del mismo color que el campo llegó a la casa. Olía igual que la tierra reseca del verano. Tenía las piel atravesada por las mismas grietas que los sembrados. Me volteé por dos veces cuando me llamó porque la primera no vi a nadie, solo el horizonte encalimado, los cerros pardos, los guatales amarillos, el aire que reverberaba. Por eso lo enviaste a él, para que nadie lo viera. A saber cuánto tiempo tuvo la mano tendida, ofreciéndome la nota. Un papel diminuto, doblado y vuelto a doblar, un papel que olía a tu olor. No dijo nada, y se fue. Si yo no hubiera guardado el papel, si no lo hubiera leído mil veces, como lo leí, podría haber dudado de su misma existencia y haber pensado si no fue un espejismo o un sueño soñado.