Ai Weiwei estuvo en Valladolid y en San Pablo donde presentó su documental Human Flow que ahora se presenta en el Festival de Cine de Mar del Plata.
Esas son las paradas donde ancló con su película antes de presentar el 25 de este mes su primera muestra en América Latina, Inoculación, en Fundación Proa de Buenos Aires. La primera parada de su tour por el continente que luego lo recibirá en Santiago de Chile replicando la muestra de Buenos Aires.
Con curaduría de Marcelo Dantas que este año curó en el Parque de la Memoria una muestra poco estimulante de Anish Kapoor, fue él mismo quien adelantó en agosto de este año, en el viaje rush del artista chino a Buenos Aires, que la muestra estará centrada en la capacidad de Weiwei de actuar socialmente a partir del arte.
Así veremos Sunflower seeds -expuesta por primera vez en 2010 en la Tate de Londres y que se arma con 100 millones de pipas de girasol elaboradas en porcelana y pintadas a mano-, Forever -2003, una escultura armada con bicicletas- y Straight -instalación escultórica de 2013 compuesta por 150 toneladas de barras de acero que el artista recuperó de los colegios devastados tras el terremoto de Sichuan-.
Estas tres instalaciones están relacionadas con problemáticas de la sociedad y el totalitarismo en China. Pero llegarán a La Boca y el nuevo espacio exigirá otras interpretaciones. Inevitablemente.
Antes de desplegar su obra en Buenos Aires, participó en el Festival de Cine de Valladolid con su documental Human Flow (Marea humana) -que ahora mismo está presentando en el Festival de Cine de Mar del Plata tal como adelantamos-, una obra monumental para la que grabó más de 700 horas en más de 400 campos de refugiados. Cifras que dan cuenta de la intensidad de la convivencia con los abandonados del mundo. Habitantes sin patria, sobrevivientes en el limbo.

Descartadxs por los gobiernos que arrebatan el poder en sus países y despreciados por los gobiernos de los países donde esperan poder continuar con sus vidas, ignorados por lxs ciudadanxs que temen mirarlos a los ojos, aterradxs por el posible efecto de contagio. La frontera entre ser unxs u otrxs cada vez es más débil.
Ai Weiwei sí se atrevió a mirarlos porque más allá de sus millones que no son pocos, él sabe que “somos todxs iguales”. Realmente es así? Ai Weiwei sabe que luego de sumergirse en el horror de esas vidas ajenas, tiene la certeza de volver a su magnífica casa en Berlin. ¿Juega, se conmueve, hace pornografía? ¿Cómo se atreve a entrar y salir de esa zona roja de la que además extrae un material precioso donde se retrata la supervivencia de millones de desplazados y lo comunica al mundo? Qué otra cosa puede hacer un artista?


