Mouna, Tánger, 2014.expatriadaxcojones.blogspot.com
Hemos quedado a las dos del mediodía. Llego tres minutos tarde y ella ya está ahí. Sonriente. Como siempre. Apenas la conozco. Pero algo me dice que detrás de esos rizos morenos se esconde una gran mujer. Me ve. Nos saludamos. Me ofrece ir a su casa para hacer la entrevista. Nos montamos en su coche y vamos para allá.
Se llama Mouna, que en árabe significa Esperanza. Tiene 45 años y dos hijos. Es dentista y, junto con sus hermanos, ha abierto un parque de juegos infantil en Tánger. El primero de estas características que hay en la ciudad.
Llegamos a su casa. Un piso alto. Con buenas vistas. La decoración es bonita y hogareña al mismo tiempo.Enseguida me llama la atención la cantidad de cuadros que hay. Me dice que le gusta la pintura. Se nota. De entre todas las obras veo una que me deja fascinada. Es un hombre negro de mirada penetrante. Vestido con ropajes antiguos y elegantes. No sé que tiene pero me resulta imposible apartar la vista de él. —¿Y ese cuadro? —Es el rey de los Falasha, los judíos negros de Etiopia. —Es muy guapo. Y que porte... Me encanta. —El cuadro estaba en casa de unos amigos y siempre que iba les decía lo mismo: Si un día lo queréis vender, avisadme que os lo compro. Después de muchos años me lo ofrecieron y se lo compré.
La familia de Mouna es tangerina. Llevan más de cuatro generaciones en la ciudad. Pero no siempre han vivido aquí. Hubo un tiempo en que su padre se puso a estudiar en la Universidad y la familia se trasladó a la capital, Rabat.
—Estoy muy orgullosa de mi padre. Lo ha conseguido todo trabajando. Él provenía de una familia acomodada pero cuando tenía ocho meses mi abuelo murió. Lo perdieron todo. Mi padre tuvo una infancia difícil. Se hizo maestro. Ya estaba casado y con hijos cuando se matriculó en la facultad. Trabajaba de día y estudiaba de noche. Se licenció con honores. Al acabar le ofrecieron un puesto en el Ministerio de Educación. —Y tú ¿dónde estudiaste? —Yo fui a una escuela católica. Se llamaba San Gabriel. Era de monjas. Llevaban esas…—y hace el gesto con las manos —tocas.Me acuerdo como si fuera ayer.
Al terminar el colegio, Mouna quería hacer la carrera de Traducción e Interpretación. Siempre le han gustado los idiomas ( habla seis) pero su padre no la dejó y la puso a estudiar para dentista, como su hermano mayor.
—Mi padre es abierto y cerrado al mismo tiempo. Tiene las dos personalidades. Siempre nos ha dado libertad pero también ha impuesto su voluntad cuando ha querido.
Mouna se trasladó a Bulgaria. A su padre le gustaba porque era un país tranquilo. Sin discotecas. Donde los alumnos estaban muy controlados. Ella sólo tenía dieciséis años, viajaba sola y aquello le impresionó.
—Nunca olvidaré la primera vez que pisé suelo búlgaro. En el aeropuerto había unos tanques enormes y militares con metralletas. Yo pensaba ¿qué hago aquí? Era un mundo muy distinto al que yo conocía. Era la época de la Perestroika. En los supermercados no había nada. Todo iba con cupones. Cada vez que hablaba con mis padres les decía que quería volver.
Pero no volvió. Mouna se quedó ocho años en Bulgaria. Hasta los veinticuatro.
—Yo no quería estudiar para dentista pero empecé la carrera y me gustó. Me gusta todo lo relacionado con la medicina. Hice muchos amigos allí, sobretodo griegos. Después volví a Tánger y empecé a trabajar en un hospital público.
Tampoco esta vez se quedaría en Marruecos mucho tiempo. El verano siguiente se fue a los Estados Unidos de vacaciones y descubrió un país que la fascinó. Mouna no quería volver.
—Me gustó la gente. Muy abierta. Europa tiene historia pero Estados Unidos es un país nuevo. Avanzado. Tecnológico. No hay racismo. Al menos yo no lo sufrí. Hay gente de todas partes del mundo. En España o Francia si dices que eres marroquí no te miran bien. A ver… que lo entiendo. Veo como se comportan algunos marroquíes y no me gusta pero tampoco puedes poner a toda la gente en el mismo saco.
Mouna se instaló en Florida. Allí estaba su hermano. Se enamoró de un chico. Se casaron. No funcionó. Después de tres años se divorciaron.
—Mejor así. Me hubiera quedado allí y no hubiera conocido a Nacho, mi marido. Tengo una familia maravillosa. Si alguna vez veo a mi ex le daré las gracias — y se ríe mientras lo dice.
Trece años después de haber dejado Marruecos Mouna volvió a Tánger. Me comenta que el regreso y la adaptación no fueron fáciles.
—Era como si no hablara el mismo idioma que la gente. No nos entendíamos.
Actualmente trabaja de dentista en un hospital público. Le gusta su trabajo, aunque a veces las condiciones en las que ha de hacerlo sean difíciles.
—A veces no hay material. Esto no me gusta. Y me da mucha pena. La gente critica al gobierno pero no es fácil. Hay una parte de la población que vive muy alejada. Cuatro casas diseminadas en la montaña. Se necesitan carreteras, escuelas, hospitales pero no hay suficiente dinero para todo. Es un problema de difícil arreglo.
Junto con otros colegas de profesión visitan estos pueblos para hacer formación. Educar a los niños en temas de sanidad. Explicarles que es una caries, como se forma y la importancia de lavarse los dientes cada día. Lo hacen de modo altruista.
Le pregunto por su marido. Sé que es español. Quiero saber como se conocieron.
—Yo tenía un piso en alquiler. Él vino a verlo con un amigo. Me fijé en esos ojos verdes. Maravillosos. Que guapo, pensé. Al cabo de un tiempo nos encontramos en un coctel. Seis meses después nos casamos. —¿Cómo se lo tomó tu familia? —Pues muy bien. Yo cuando era joven ya quise casarme con un extranjero pero entonces no me dejaron. Ahora hay más matrimonios mixtos pero antes no. Mi familia lo adora. Sólo hay un problema. Mis padres y mis hermanos son del Barça y él es del Madrid. —¿Y la suya? ¿Te han aceptado bien? —Antes de casarnos, Nacho quería que los conociese. Yo estaba un poco nerviosa pero la verdad es que siempre me han tratado estupendamente. Me preguntaron un poco sobre religión y eso; supongo que querían saber como era. —¿Y cómo eres? —Yo soy más espiritual que religiosa. A mis hijos no quiero imponerles nada. Ni cristianismo. Ni Islam. Quiero que sean buenas personas. Buena gente. Que no engañen.Sobretodo que no sean radicales. Ni de un lado ni del otro. La gente demasiado religiosa me da miedo. Siempre te juzgan. Yo no juzgo por la religión sino por la persona. Por sus actos.
Hablamos de Marruecos y de la situación de la mujer. Mouna reconoce que hay cosas que deben cambiar. Y me pone como ejemplo el tema de la herencia. Actualmente en Marruecos la ley establece que los hombres hereden el doble que las mujeres.
—Esta ley se hizo hace más de mil seis cientos años. La mujer no trabajaba. No salía de casa. Ahora los tiempos han cambiado. La ley debe cambiar.Con el nuevo rey ya lo está haciendo. Mohammed VI ha dado más derechos a la mujer. Ahora se puede divorciar. Otra cosa: Antes si una marroquí tenía hijos con un extranjero no podía darles la nacionalidad. Esto traía muchos problemas. Esto ha cambiado. Mis hijos tienen doble nacionalidad.
Mouna me dice que con su marido hablan mucho de todas estas cosas.
—Nacho siempre me dice que hace cincuenta años en España era igual. Que las mujeres dependían del hombre para todo. Y yo pienso, bueno, nos lleváis ventaja pero esto, poco a poco, también va a cambiar. No se puede hacer todo de golpe… —¿Por donde empezarías? —Para mí lo más importante es transformar la mentalidad de la gente. Esto es lo que debe cambiar y solo se consigue con educación. Dentro y fuera del hogar. Por eso llevo a mis hijos a un colegio laico. Celebran la Fiesta del Cordero y el Papá Noel. Quiero que lo vean todo.
Quedan solo diez minutos para las cuatro. Tenemos que ponernos en marcha si no queremos llegar tarde a recoger a los peques. Su hija mayor y Terremoto van a la misma clase. Le hago una última pregunta. ¿Te gustaría vivir en España?
—Quiero comprarme una casa frente al mar. En la costa del sol. Y morirme allí —Ser ríe. —Pero quiero vivir en España como vivo en Marruecos y eso es difícil. Se necesita mucho dinero. Pero no me rindo. Todo lo que he querido en esta vida, Dios me lo ha dado. Con esfuerzo. Con dificultad. Pero he conseguido todo lo que me he propuesto.
Nos despedimos. Mañana volveremos a vernos. Y pasado. Y el otro. Y el otro. Todos los días hasta que se termine el curso. Pero será diferente. Ahora la conozco un poco más. Y me gusta. Es lista. Encantadora. Simpática. Quizás algún día podamos salir juntas. Con nuestros hombres. Sin niños. Con tiempo. Así podríamos continuar hablando.