Biblioteca Asociación Benéfica Musulmana, Tánger, 2015
Hay quien opina que debería escribir cosas buenas de Marruecos. Que las malas son, sobradamente, conocidas. B es una de estas personas. Yo le contesto, como siempre hago, que mi intención no es describir cómo es este país, sino simplemente hablar de mi vida aquí. Con sus luces y sus sombras. Con humor. B me propone ir a un orfanato con el que colabora de vez en cuando. Quiere que vea la labor qué hacen en él. Acepto encantada.
Es la primera Asociación Benéfica que se creó en Tánger. Corría el año 1911. Un grupo de filántropos se unieron. El objetivo: ayudar a los niños. Pidieron una autorización al gobierno y, a partir de entonces, empezaron su andadura. Actualmente, tienen dos centros: uno para huérfanos y otro para gente de la tercera edad. En Marruecos no hay residencias públicas ni pensiones. Ser mayor y pobre significa estar condenado a la precariedad.
Yo visito el orfanato. Me recibe el Director del centro. Le pregunto cómo se llama pero no quiere decírmelo. No le aprieto. Simplemente empiezo con mis preguntas. Apenas hago las dos primeras y él frunce el ceño. Se pone serio y me suelta.
—¿Eres de verdad periodista? —Sí. —¿Para quién trabajas? —Para nadie. Escribo un blog. —¿Seguro que no eres del Centro Nacional de Inteligencia?
Me rio ante semejante ocurrencia ¿Espía yo? Lo que me faltaba. A él no le hace ninguna gracia. Lo dice muy en serio. Insiste, una y otra vez, en preguntarme lo mismo. Desconfía de mis intenciones. No lo culpo. Por todo el mundo es sabido que, en Marruecos, hay mucha policía extranjera, sobretodo de España y Francia.
Cuando llegué a Tánger, me sorprendió saber que muchos de los españoles sabían quiénes eran los del CNI. Ese es el espía, me decían señalándolo, si nos lo encontrábamos en algún sitio. Yo alucinaba. Me explicaron que hacen escuchas telefónicas, tienen “contactos” y gente infiltrada en ONG’s y asociaciones varias. Por lo que se ve estamos todos bien fichados. Me han denegado alguna entrevista por este motivo.
Espionaje peliculero a parte, me cuesta lo mío conseguir que el señor Director se relaje. Cuando lo hace, me cuenta que en el centro de menores tienen a cien niños. La mayoría huérfanos pero también los hay que provienen de separaciones conflictivas o familias con situaciones complicadas. Los requisitos para entrar no son pocos: certificado de nacimiento, médico, residencia, pobreza… Además, es indispensable que estén escolarizados.
—¿Y los niños de la calle? —pregunto porque para mí son de los más necesitados y él ni los ha mencionado. —Esos no quieren estudiar — suelta —la mayoría se han escapado de sus casas. Quieren aventura. Ir a la península. Aquí no aceptamos chavales que tengan vicios —y al decirlo hace el gesto de esnifar cola.
A los niños de este centro les ofrecen comida, cama, ropa, material escolar y todo lo que precisen. Tienen educadores, psicólogos y un montón de empleados cualificados. Para sufragar el gasto, cada uno de los nueve miembros del comité pone diez mil euros anuales. El ayuntamiento de Tánger también colabora con una pequeña cantidad. A esto hay que sumarle las becas y las donaciones personales.
—Hay un señor que cada mes nos ingresa dos mil euros — explica el Director —No lo conozco. Sólo veo el ingreso. Cuando he intentado saber su nombre me ha dicho que quiere preservar el anonimato, que esto es una cosa entre él y Dios. —¡Caray! —Luego hay otros que te traen cuarenta yogures y quieren hacerse la foto…
Le pregunto qué hacen los chavales una vez cumplida la mayoría de edad. ¿Cómo es posible empezar una vida si no se tiene nada y hasta el momento te lo han dado todo?
—A los chicos que no se les da bien estudiar les buscamos un trabajo. En la zona industrial hay mucho. A los que quieren hacer una carrera intentamos ayudarlos. Encontrarles una beca, un alojamiento barato, darles algo de dinero para su manutención… —De otro modo sería muy difícil… —Ahora tenemos energía solar y es gracias a uno de estos muchachos. Estudió para electricista. Tiene su propia empresa y cuando tenemos algún problema técnico lo llamamos a él. Hay otro que vive en Londres, uno que estudia Medicina…por aquí han pasado muchos jóvenes. Ver que salen adelante da coraje a los más pequeños. Abandonamos la sala donde hemos estado charlando y hacemos un recorrido por el centro. Es un edificio grande y cuenta con buenas instalaciones. Pabellones separados para niños y niñas. Cada uno con sus dormitorios, baños, sala de informática, comedor, biblioteca… todo muy bien equipado.
—Sólo hay tres cosas que no aceptamos— cuenta orgulloso — dinero en metálico, ropa usada o comida hecha fuera de aquí. Si quieren regalarnos un cordero, perfecto, pero lo cocinamos nosotros.
Cuándo le pregunto cómo manejan el tema del dinero, la respuesta es tajante.
—Desde el 2004 el gobierno marroquí está muy implicado en los derechos de los niños. Hay una ley que rige este tipo de asociaciones. Se establecen unos mínimos que deben cumplirse. Hay mucho control. Todo tiene que estar justificado.
—Me parece bien. —Nosotros no manejamos dinero en efectivo —repite, otra vez, y se pone, todavía, más serio si cabe —No. No. No Sólo aceptamos cheques o ingresos bancarios. No queremos problemas.
Mientras recorremos las instalaciones, nos tropezamos con las chicas de limpieza. Las ventanas están abiertas y por ellas se oye el griterío de los niños que están fuera. Estos días no hay escuela, tienen vacaciones. Salimos al patio. Un precioso espacio rodeado de árboles y con una pista de fútbol en medio. Hay un grupo de chavales jugando y otro conversando en los alrededores.
El Director me lleva a la sala de reuniones. Me insinúa, no muy sutilmente, que le saque una foto. Intento explicarle que este espacio no aporta nada a mi relato.
—No tiene nada que ver con los chavales —le digo. —Aquí se deciden los presupuestos anuales. En qué va a gastarse el dinero ¿eso no tiene nada que ver con ellos? —Sí, claro. Pero como imagen… entiéndame… una mesa y un montón de sillas. Podrían ser las de cualquier oficina. Prefiero hacer la foto en la biblioteca. —Los menores no pueden salir sin autorización expresa. —Por supuesto, no se preocupe.
Hago la foto y él empieza a mirar el reloj. ¿Ya lo tienes todo? Me dice. Tengo mucho trabajo. Antes de recoger mis cosas, que he dejado en el vestíbulo, aprovecho que está de mejor humor y le pregunto cómo ha acabado él aquí.
—Yo soy de Nador. Vengo del mundo de la sanidad. Trabajé muchos años como técnico de laboratorio. Vine a Tánger por mi hija, quería estudiar un máster. Me ofrecieron este puesto porque me conocían. Había cumplido los sesenta. Fue el destino. De esto hace ya siete años.
El señor Director me acompaña hasta la puerta. Le está esperando una mujer. No sé si es familiar de algún interno o si viene a solicitar ayuda para alguien de fuera. Lo único que me atrevería a decir es que sufre porque se lo noto en la cara. Espero que puedan ayudarla.