Revista Cultura y Ocio

Espíritu crítico – @DonCorleoneLaws

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Moriré ahogado. Lo sé. Sé que sucumbiré a las corrientes de este río llamado vida, pero a estas alturas ya me resulta mucho más complicado aprender a remar a favor que a nadar en contra. Y sí: sé que lo fácil es lo otro, y que soy muy tonto por intentarlo una y otra vez para acabar agarrado a una rama de la orilla, mojado, extenuado y sólo, pero prefiero eso a dejarme llevar como tantos.

Desde pequeño fui exigente conmigo mismo. En mis horas libres de clase repetía en el gimnasio una y otra vez la forma de perfeccionar mi salto de altura para ser el que más lejos llegara del curso, y sabía que no serviría de mucho aquella medalla dorada con la bandera de España en la cinta que obsequiaban como premio, pero cuando me la pusieron al cuello entendí esa especial erótica que tiene la satisfacción personal de no rendirse.

Nunca me han ido las cosas sencillas. En diversas épocas me adentré en relaciones personales complicadas y lo hice sin miedo, intentando aportar todo lo que pudiera para sacar adelante situaciones que a veces parecían imposibles. Me gusta servir de ayuda. Siempre fui un buen hombro en el que apoyarse y ofrecí un buen pecho sobre el que poder llorar. Hubo quien lo aprovechó más y también quien no supo valorarlo. Sólo con el tiempo y con las derrotas fue cuando aprendí a quererme un poco más y volví a pensar como cuando era pequeño, situando de nuevo aquel viejo listón infantil en la altura adecuada como para que ya sepa -en poco tiempo- si algo va o no va a salir bien.

Como todos, he comprobado en la piel esa mediocridad del mundo en el que vivimos. Mi buena intención va por delante incluso de lo que en muchas ocasiones me dicta la cabeza, pero admito que ese especial espíritu crítico que me aplico a mí mismo comienza a imponer también su ley con todo aquello que me rodea, y a veces he pasado de ser defraudado a sentirme defraudador. Bien que lo siento, de corazón, pero nunca he sido ni amante de extremos ni obediente como para comulgar con ruedas de molino. La gente ya sólo busca saldos y ofrece rebajas: lo mismo da que sea para vestirse como para amarse, y empiezo a estar cansado de la extendida ley del embudo. También me hastía demasiado el “conmigo o contra mí”.

Intento ser bueno en mi trabajo: agradar, satisfacer, ofrecer calidad y dejar un buen sabor de boca a quien acude profesionalmente a mí. Y me dan igual las horas que haya que echar, incluso que no estén pagadas como merecería el esfuerzo. Soy incapaz de dejar algo a medio hacer o entregarlo inadecuadamente. Para hacerlo mal, prefiero no hacerlo. Quizás por eso me ofusca tanto ver que la gente ya no sabe valorar los trabajos bien hechos y sólo mira la etiqueta del precio. Así me va…

De la misma manera ya no me valen amistades de pega, de palmadita en la espalda y sonrisita circunstancial, de usar y tirar sólo cuando conviene. Para eso hay mil conocidos a los que me agrada ver pero con los que no tengo necesidad de confidencias personales. Quien se acerque a mí con intenciones de mucho también tendrá ya que ofrecer mucho. Y no es que yo valga más que nadie, que no es eso: es que se me han inflado las pelotas de soportar petardos de postureo, y ya no aguanto hipócritas medianerías. Aquellos que tomen ese camino siempre dispondrán de una amplia baraja de conversaciones huecas para elegir y de sus insustituibles móviles de última generación para entretenerse con gilipolleces. No les hago falta.

No robo besos y tampoco los pido. Me parece canalla y arrastrado. Los besos hay que desearlos, trabajárselos y disfrutarlos en su máxima plenitud. Son una batalla ganada y un premio exquisito. Hubo un tiempo en el que -por amor- hice muchas tonterías y los solicitaba por pura necesidad, pero cuando comprobé que las miradas también saben disimular sentimientos y manejan con japonesa habilidad afilados cuchillos por la espalda, volví a subir también la altura de mi exigencia a este respecto. Jodido listón…

Así que no me extraña que me hayan dicho que parezco un poco inaccesible, aunque sinceramente no creo que lo sea. Pero sí que es cierto que ya me pienso mucho a quién se lo doy todo y si merece la pena hacerlo. Me miro por dentro y uso el mismo escáner para los demás, y si la imagen obtenida no es del todo nítida prefiero dar un paso atrás a tiempo con la mayor honestidad que pueda. Hay quien lo entiende mejor y quien no lo entenderá en la vida, pero es simple instinto de autoprotección. A nadie le gusta sufrir gratuitamente y claro, a mí tampoco. Pasé mucho tiempo sintiéndome sólo a pesar de vivir acompañado, y ya no estoy dispuesto a sufrir una constante evaluación de aptitudes. Cuando abro el corazón a alguien lo hago de verdad y por entero: si no saben entenderlo estoy seguro de que les llegará otra buena persona más adecuada a sus necesidades.

Envejecer consiste en el eterno aprendizaje de hacer arte con la cotidianidad y de subsistir minimizando daños: para los demás y para uno mismo. Si no lo hago yo, no lo hará nadie, y tengo que mirar un poquito por mis propios ojos porque detrás de su oscuridad sigue estando aquel niño que saltaba altura y prestaba sus zapatillas de basket, que le partió el labio al primero que ofendió a su hermana en el colegio, que era un fenómeno con las canicas, que perdió su primer balón de reglamento “embarcado” en un tejado por el patadón de un cabronazo tres años mayor, que hacía preciosas manualidades con palillos, que era fan de Astérix y no tuvo bicicleta hasta los trece años porque no se podía.

Detrás de estas manos bonitas y desaprovechadas sigue estando aquel adolescente que cantaba en la cuerda de tenores de una coral llegando limpiamente al Sol, que revelaba sus propias fotografías en blanco y negro, que era zaguero de un buen equipo de voley, que acompañaba chicas a sus casas después de salir en pandilla porque sus padres confiaban en mí, que se enamoró de la capacidad de actuación de Marlon Brando viendo “El Padrino” en versión original, que besaba con el alma abierta y los ojos cerrados y que lo dio todo para acabar con casi nada.

Sé que sirve de poco nadar a contracorriente, pero así he aprendido a valorar lo que cuesta conseguir las cosas, y te deja la conciencia muy tranquila saber que no te dan igual las cosas, que no te conformas con lo primero que te llega y que no eres un borrego más balando en un verde prado. Pese a las cicatrices y las mil equivocaciones que haya tenido, sigo luchando por ganar, por creer, por confiar, por sentir y por soñar.

Hay cosas que no ya volvería a hacer, pero si debo agradecerle algo a esta inconformista forma de afrontar la vida, será que lo que tengo lo conseguí a sangre y fuego, y realmente merece la pena.

Todos tenemos que hacerlo de una u otra manera, pero yo moriré ahogado. Lo sé…

Visita el perfil de @DonCorleoneLaws


Volver a la Portada de Logo Paperblog