Revista Espiritualidad
Desde hace siglos y me atrevería a decir, que desde hace miles de años, diversos sabios nos advierten del peligro de que se nos suba a la cabeza el estar avanzando algo en el camino espiritual.
En casi todas las tradiciones nos encontramos con la descripción de problemas asociados a que la práctica espiritual se adapte a nuestros propios deseos (exigiéndole a Dios mediante nuestra práctica que los cumpla), que pretendamos que Dios sea una extensión de nuestro propio ego o que, incluso confundamos la expresión de los místicos de ser uno con Dios, con confundir a nuestro ego con Dios, llevándolo a un hiperinflamiento insoportable para nuestros congéneres.
Parece que estas advertencias que nos previenen frente a los problemas derivados del egocentrismo en la vida espiritual, se han perdido en muchos ámbitos de tipo espiritual actuales. Muchas prácticas espirituales son accesibles, hoy en día, a cualquiera, que impregnado por el individualismo de nuestra cultura, pretende seguirlas sin que nadie le marque pautas o le guíe y mucho menos que le corrija en cualquiera de los errores de planteamiento que pueda cometer.
Tomemos como ejemplo la práctica de la meditación, algo cada vez más extendido en Occidente. En este caso, cada vez son más las personas que utilizan la meditación, en muchos casos egocéntricamente, para beneficiarse a sí mismos: para mejorar su salud física y mental, para aprender a controlar su mente, para aprender a relajarse, para desarrollar mayores capacidades cognitivas, etc. Si bien todo esto tiene su utilidad, se corre el riesgo, si se pierden marcos de referencia más amplios, de usar la meditación al servicio de nuestro ego, para sentirnos más perfectos y, lo que es el colmo, superiores a otros a los que miramos desde la “ecuanimidad”, la “compasión” o el “desapego”. Problema que puede agravarse si nos sentimos “iluminados” o mirando desde un “estado superior de la conciencia”, a los pobres mortales que no meditan o que no siguen el mismo camino espiritual que el nuestro.
Si nos molestamos en culturizarnos un poco al respecto de la meditación (que se practica en todas las tradiciones) y no nos limitamos a copiar pautas como monos repetidores, nos damos cuenta de que las instrucciones que seguimos en la práctica meditación surgen dentro de un contexto más amplio, de tipo religioso o sapiencial, con una cadena de personas experimentadas que nos preceden y advierten del para qué de la práctica meditativa: LA TRASCENDENCIA. La trascendencia, entre otras cosas, de nuestro propio ego, o dicho de otro modo, de nuestra forma de empeñarnos en que la realidad satisfaga nuestros deseos, etc. Si nos desconectamos del pasado de las tradiciones espirituales y nos mantenemos en la más “beatífica” ignorancia, instrumentalizando ciertas prácticas y mirándonos el ombligo aplacado por la meditación, podemos caer en el mayor de los errores, un egocentrismo creador de patologías narcisistas, inflador de egos que alimenta la vanidad y la soberbia, de una forma que acaba siendo autodestructiva. Y lo que es peor, podemos creernos muy espirituales, cuando lo único que hacemos es entrenar neuronas en estar atentas, sin ser capaces de trascendernos a nosotros mismos, con lo cual, la práctica no sirve para nada más que para volvernos unos sujetos insoportables para el resto del mundo, que no nos comprenderá y que hará que las personas sensatas huyan despavoridas ante nuestra vanidad y suficiencia.
A modo de conclusión, considero que aunque haya unos grandes beneficios mediante la práctica de la meditación (sea esta de Oriente o de Occidente), esta práctica no debe desligarse de su contexto original y menos aún de las prevenciones y advertencia de los maestros que nos precedieron, acerca de sus peligros, como es el de de habernos perdido completamente, mientras nos creemos en la posesión de la piedra filosofal, sumidos en un delirio místico que nos aleja de la realidad y de las relaciones humanas saludables. Para este delirio y otras patologías espirituales derivadas del egocentrismo, el antídoto y la vacuna fundamental se resumen en una palabra: HUMILDAD.
Os dejo un vídeo muy gracioso, como colofón, que nos hace una buena caricatura de la inflación espiritual:
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