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En Un mundo feliz, de Aldous Huxley, hay dos tipos de descontentos con el sistema: quienes desprecian el orden establecido por no poder participar de los privilegios que otorga, y quienes albergan una objeciĂłn ideolĂłgica incompatible con el mismo. Al contrario que estos Ăşltimos, los primeros, por mucha oposiciĂłn que muestren, son parte del sistema que creen despreciar. Tienen interiorizada la ideologĂa dominante.
La espiritualidad occidental al uso estĂĄ impregnada, inevitablemente, de la ideologĂa subyacente a la sociedad en que se desenvuelve. El mercado espiritual sigue las mismas pautas que cualquier otro proceso incorporado al sistema de globalizaciĂłn: a grandes rasgos, el producto es extraĂdo de su ambiente originario, donde las interrelaciones entre la idea y sus circunstancias son las portadoras del significado que orienta sobre su valor auténtico; luego, es procesado por los canales del actual ideario norteamericano, donde se empaquetan con Ădolos sonrientes que rezuman éxito por cada poro de su iluminada anatomĂa; y finalmente repartido al mundo en su nuevo formato “lightâ€� fĂĄcilmente ajustable a cualquier nuevo ĂĄmbito en que se quiera utilizar, de lo cual se encargarĂĄn Ădolos locales que se han formado viendo los DVD´s de los Ădolos internacionales.
En la pérdida de la conexiĂłn con la tradiciĂłn, las prĂĄcticas pierden su sentido y derivan cascarones vacĂos que se rellenan con ideas procedentes de la ideologĂa del siglo. En el caso de la tradiciĂłn hermética, por ejemplo, las prĂĄcticas teĂşrgicas, aquellas que tienen como objetivo la elevaciĂłn espiritual del ser humano, se reinterpretan como herramientas mĂĄgicas para la ejecuciĂłn de intereses personales, lo que implica un giro de ciento ochenta grados en la intenciĂłn primigenia.
Esto, en realidad, es algo que ha pasado desde que la conciencia es conciencia y de los esoterismos han derivado prĂĄcticas exotéricas las cuales, por inercia de la transmisiĂłn popular, han ido perdiendo todo su significado de origen.
René Guénon sostiene que el fin Ăşltimo del hombre es la metafĂsica, el “mĂĄs allĂĄ de lo fĂsicoâ€� donde el pensamiento humano no tiene acceso, y que los sĂmbolos y ritos son las herramientas para transitar por el sendero que hasta allĂ conduce pues, bajo los estratos de cada tradiciĂłn particular, se intuye en el sĂmbolo una Ăşnica tradiciĂłn primordial. Al conformarse con la estética superficial desprovista del sentido Ăşltimo, las prĂĄcticas conducentes a una participaciĂłn de lo trascendente son reducidas a “efectos mĂĄgicosâ€� en el mundo sensible y “experiencias alternativasâ€� para disfrute personal:
Inevitablemente, en efecto, desde que se habla de “magiaâ€�, se piensa en una ciencia destinada a producir fenĂłmenos mĂĄs o menos extraordinarios, concretamente (pero no exclusivamente) en el orden sensible; cualesquiera que haya podido ser el origen del término, esta significaciĂłn le ha devenido de tal modo inherente que conviene dejĂĄrsela. No es entonces mĂĄs que la parte inferior de todas las aplicaciones del conocimiento Tradicional, incluso podrĂamos decir que la mĂĄs despreciada, cuyo ejercicio es abandonado a aquellos a los que sus limitaciones individuales hacen incapaces para desarrollar otras posibilidades; no vemos ninguna ventaja en evocar la idea de la misma cuando se trata en realidad de cosas que, incluso todavĂa contingentes, son empero notablemente mĂĄs elevadas. [La magia estĂĄ] ligada a la alteraciĂłn de las ciencias Tradicionales separadas de su principio metafĂsico, y estĂĄ sin duda ahĂ el escollo en el cual tropieza toda tentativa de reconstituciĂłn de tales ciencias, si no se comienza por lo que es verdaderamente el comienzo bajo todas las relaciones, es decir, por el principio mismo, que es también el fin en vistas del cual todo lo demĂĄs debe ser normalmente ordenado.
(Guénon, “La tradiciĂłn herméticaâ€�, Formas tradicionales y ciclos cĂłsmicos)
AsĂ, los instrumentos que disponen al ser para ascender los peldaĂąos del desarrollo interior, mediante una depuraciĂłn de los procesos cognitivos que parte de los sentimientos hasta alcanzar la dimensiĂłn del pensamiento abstracto, son desechados como vehĂculos del sendero y transformados en dispensadores puntuales de deseos relacionados generalmente con la dimensiĂłn sentimental; esto es, un proceso basado en el flujo a través de diferentes estadios es sustituido por el estancamiento en el primero de tales estadios.
Este estancamiento en lo sensible es propio del espĂritu de toda época materialista y, en el caso actual, extiende el capitalismo a ĂĄmbitos que difĂcilmente pudieron ser soĂąados, ni siquiera por el mĂĄs convencido de los neoliberales: no sĂłlo no se espiritualiza el mundo terrenal, sino que, todo lo contrario, se materializa el mundo celestial.
Las “herramientas” otorgadas por los pretendidos mundos superiores son las sustitutas de la técnica nacida del positivismo, en el polo opuesto de un mismo condicionamiento antropocéntrico: la misma voluntad de dominio y control de la naturaleza en beneficio propio y bajo los dictados de un ideario donde el universo es limitado a almacén de productos a disposiciĂłn de los humanos.
Basta comprender cĂłmo Occidente ha convertido el deseo en sinĂłnimo de necesidad, dando mĂĄs importancia a los denominados “satisfactoresâ€� que a la necesidad en sĂ, para comprobar cĂłmo lo espiritual, una bĂşsqueda de desarrollo interior que requiere eliminar las influencias de ideologĂas externas, se transforma, vĂa las prĂĄcticas de la “abundanciaâ€� al gusto New Age, en un comportamiento sin mĂĄs tradiciĂłn que la del sistema de consumo y acumulaciĂłn en que se desenvuelve.
Deseo de abundancia que descansa en la insatisfacciĂłn ante un mundo que no se ajusta a las propias “necesidadesâ€� de un individuo educado en el narcisismo como derecho natural; abundancia para mitigar el miedo al futuro; abundancia para ser teniendo aunque se afirme que teniendo no se mejora el ser. Abundancia que, se afirma, no es prioridad sino complemento, pero que sin embargo es la esencia de las prĂĄcticas transformadas en el proceso global y el motivo del ritual.
De esta forma, sumergirse en el tipo de prĂĄcticas mencionadas es una manera de prolongar el estado de esclavitud a la mĂĄscara social que es la “personaâ€�, y un impedimento al desarrollo y puesta en marcha de cualquier auténtico propĂłsito vital. El obstĂĄculo –puente y reto desde otra mirada—entre ambas posturas es el inevitable paso por la noche oscura; se justifica entonces que ésta no es necesaria. Para ello, el pensamiento positivo es el analgésico convenido.
Pensamiento positivo que divide los actos en buenos o malos segĂşn atenten o no contra una manera determinada de ver el mundo, manera que no tiene por qué haber sabido interpretar la realidad del mundo en sĂ. Es lo que viene a decir Jung en su Respuesta a Job donde, en referencia al libro del Antiguo Testamento, califica el optimismo de Job como una ingenuidad que le hace creer que puede apelar a la justicia divina:
Dios no quiere ser justo; Dios hace alarde de su poder, y se burla de la justicia. Mas Job no querĂa comprender esto, porque consideraba que Dios era un ser moral. Job no ha dudado jamĂĄs de la omnipotencia de Dios; mas, por encima de ella, ha esperado en su justicia.
SegĂşn dicen, este ansia de justicia divina estĂĄ en la memoria de la humanidad…
Job era antes un ingenuo; habĂa llegado a soĂąar con un Dios “buenoâ€�, y con un soberano complaciente y justo, juez; se habĂa imaginado que una “alianzaâ€� era cuestiĂłn de derecho, y que uno de los aliados puede aferrarse al derecho que se le ha concedido. Job creĂa que Dios era veraz y fiel, o al menos justo, y que reconocĂa –como podĂa sospecharse por el decĂĄlogo—ciertos valores éticos, o cuando menos se sentĂa obligado a mantener su propio punto de vista jurĂdico. Pero, para espanto suyo, Job ha visto que Dios no es un hombre, sino que, en cierta manera, es menos que un hombre, y que es aquello mismo que Yavé dice del leviatĂĄn.
La inconsciencia es animal. Lo divino es un “fenĂłmenoâ€� inconsciente que hay que aprender a enfrentar, no un padre todopoderoso al que acudir y rogar, nos dice Jung.
Viktor Frankl reflexiona, en El hombre doliente, sobre el error de olvidar el placer como sĂntoma de una actitud correcta con uno mismo y convertirlo en objetivo vital. Carente del fundamento de sentido vital del que surge, la obsesiĂłn por extraer el disfrute de lo banal transforma la vida en una suma de insatisfacciones y descontrol progresivo sobre las propias emociones que alimenta la neurosis.
La conciencia gobernada por los caprichos e influjos externos nos devuelve a la nociĂłn del azar como motor del hombre moderno, segĂşn Walter Benjamin, de que se hablaba en una entrada anterior: el jugador de azar no es movido por una aspiraciĂłn donde la meta se alcanza tras un camino hecho de experiencias, sino por la avidez, el ansia de ganar al momento siguiente y nunca mĂĄs tarde. “La bolita de marfil que gira en la prĂłxima casilla, la prĂłxima carta, que estĂĄ arriba del mazoâ€�.
El azar como ideologĂa aplicada a todos los comportamientos humanos potencia el lado positivo de la incertidumbre y niega todo efecto negativo. Permite al individuo mantener la ilusiĂłn de un nuevo comienzo tras cada fracaso, del éxito desde la nada y sin ataduras al pasado y sus consecuencias. ÂżNo es esa la esperanza del que érase una vez sueĂąo americano y que ahora es sueĂąo global?
El hombre despojado de su experiencia, para bien y para mal, con un futuro espléndido a la vuelta de cada esquina. La impaciencia es el comportamiento de todo jugador. Los automatismos desatan las ilusiones y exigencias de lo inmediato. No hay camino, no hay preparativos, no hay esperas. El resultado estĂĄ tras cada golpe, tras cada gesto maquinal.
En la espera del resultado positivo, la fe en el azar es la ilusiĂłn de una incertidumbre controlada, la obsesiĂłn de que las cosas han de cambiar a mejor en el instante siguiente. ÂżAcaso no hay azar en el pensamiento positivo en pos de la abundancia, en la “magiaâ€� sin tradiciĂłn, en los saltos de conciencia inmediatos sin necesidad de desgastarse las suelas?
La persona que, por primera vez, entra en contacto con un grupo de tendencia espiritual, suele cargar con un pesado lastre de sufrimiento del que necesita, evidentemente, deshacerse. Pero hay algo a tener en cuenta y a lo que pocas veces se atiende:
Las depresiones y la melancolĂa cubren con frecuencia una tremenda ambiciĂłn. Con bastante regularidad, al principio de un anĂĄlisis existe un estado depresivo de resignaciĂłn, la vida no tiene sentido, no hay sentimiento ni amor por la vida.
Una exageraciĂłn de este estado puede provocar una completa incapacidad. [‌] Si ahondamos bajo esa capa de negro lodo encontramos que mĂĄs profundamente existe una ambiciĂłn que puede llegar a ser abrumadora –la de ser amado, obtener riquezas, encontrar al compaĂąero adecuado, tener prestigio, etcétera—. Bajo este tipo de resignaciĂłn melancĂłlica, con frecuencia descubrimos en la oscuridad un tema repetitivo que hace las cosas mĂĄs difĂciles. [‌] O todo o nada. Se columpian entre la depresiĂłn resignada por un lado, y el brote de enormes exigencias por el otro. Esto es lo que llamaron nigredo los alquimistas, que representaron con sus oscuras nieblas y negros cuervos volando alrededor y, como dicen, “el pasar de toda clase de animales salvajes”.
(Marie Louise Von Franz, SĂmbolos de redenciĂłn)
Esa presunta espiritualidad cultivada en Occidente no erradica sufrimiento alguno. Lo alimenta. Y, como en los juegos de azar, su mayor baza es que todos anhelan ganar.
Pero la felicidad… ah, la felicidad queda lejos hasta en el nombre…
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