Hola a tod@s.
En esta entrada os ofrezco la respuesta de Laura a mi reto del otro día. A continuación os pongo la foto que ella escogió y el escrito que surgió de esa imagen. ¡Mil gracias, Laura!
Fui a pasear al gran parque que hay en el centro de la ciudad. Era un día de otoño de esos que ya están muy cerca del invierno y el sendero hecho de arena para los paseantes estaba todo cubierto de hojas rojas, marrones y amarillas. A mí, que soy un tipo serio, no me gusta arrastrar los pies al caminar, ni tampoco me gusta la gente que lo hace. Sin embargo ese día, durante ese paseo solo, o más que solo, sólo conmigo, arrastré los pies a conciencia y disfruté de ello. Disfruté de la vida que mis pasos parecían insuflarle a ese montón de hojas muertas.
Miraba de tanto en tanto a los lados del camino, y me fijaba en los árboles mientras pensaba y, como en todas las cosas que se piensa, se te meten dentro y en vez de estar yo en el parque, resultó que era el parque el que estaba en mí. Eran árboles de troncos robustos y sus copas frondosas abovedaban el paseo con hojas de colores cálidos y melancólicos –aunque quizá fuera yo quien estaba melancólico aquella mañana-. Sara, estoy seguro, hubiera asociado esos colores rojizos y anaranjados al fuego y no a la melancolía. Yo le hubiera contestado que hay demasiado verde para pensar en el fuego y ella se hubiese reído de mí y de los márgenes estrechos con los que miro las cosas, o los colores. Seguí caminando por el sendero recto y llano al que no se le veía final, bajo la bóveda de hojas de colores, flanqueado por esos troncos que me parecían columnas de este templo a la belleza.
Me senté en un banco de piedra que había por allí, tan solo como yo, y me quedé un momento perfectamente quieto, como si yo también fuese de piedra, una piedra que pensara en los árboles. Supongo que las cosas que no están vivas piensan en las que sí lo están. Es bonito que en mitad de la ciudad haya un parque como este, no hay muchos lugares donde los urbanitas podamos experimentar la naturaleza y, al fin, nos volvemos unos salvajes, pero de otro modo. De repente pensé en que ese parque era un gesto generoso de la vida si pensábamos en nosotros, las personas. Pero cómo de egoísta era si pensábamos en ellos, los árboles.
El pensamiento me voló como cualquiera de los gorriones que allí volaban de una rama a otra, y se posó libre en esa idea, lo mismo que un gorrión, apenas por un minuto. Pero ese minutó me bastó para sentir pena de aquellos árboles, en mitad de la ciudad, como si fueran flores en un jarrón. Allí, en aquel parque, alineados marcialmente, parecían felices formando un techo de hojas de colores y una alfombra roja para los que solos, salimos a pasear; pero yo sabía que no eran felices porque no estaban allí para sí mismos, sino para nosotros. <<Qué tonterías dices>>, me habría dicho Sara, estoy seguro. <<Los árboles no necesitan la felicidad.
Les basta y les sobra con ser lo que son, no como nosotros, que nunca somos felices porque jamás nos basta con ser lo que somos>>. Sé que me habría dicho aquello porque ya me lo había dicho antes, una mañana de otoño como ésta, como esta misma, con la luz del día colándose tímida entre las copas de los árboles del mismo modo que el agua se cuela entre los dedos.
Una mañana como esta misma, en la que el suelo de arena era una alfombra de hojas rojas que estaban muertas pero que nosotros, arrastrando nuestros pies, volvíamos a la vida. Una mañana como esta, en la que el cielo no era azul ni de nubes blancas, sino verde, rojo y amarillo, de hojas que se movían, como nubes, por el viento. Esa mañana que yo añoro en esta, como esa vida soñada que añoramos en esta vida que vivimos y, que de tanto soñarla, ya no sabemos si es ésa y no ésta en la que hacemos eso de vivir. Sara no está, se desprendió de mi vida como todas estas hojas se han caído de las ramas de estos árboles, con el tiempo, que todo lo cambia; y como estas hojas, el recuerdo, no de ella, sino de mí con ella, alfombra de rojo el camino por el que pasean mis pensamientos y, aunque sé que nuestro amor está muerto, arrastrando los pies, me parece que vuelve a la vida.