(Manuel del Rosal García, en “Periodista Digital” 21 de abril de 2016)Todos los países tienen un perfume característico que los distingue de otros. Holanda, por ejemplo, huele a tulipanes; Alemania a salchichas, Francia a Foie Gras, Italia a pasta, Portugal a bacalao etcEn España, desde siempre, cada región ha aportado su perfume haciendo de ella un maravilloso caleidoscopio de perfumes variados. España era una sinfonía de perfumes.Andalucía aportaba su perfume a azahar, Galicia a marisco, Castilla la Mancha a azafrán. Castilla León a jamón de Guijuelo, Mallorca a sobrasada y ensaimadas, Rioja a sus vinos etc. Pero desde hace unos años el perfume de España es el mismo en todas sus regiones, aquella sinfonía de perfumes ha dado paso a un perfume monocorde.El perfume que emiten las distintas regiones es el mismo en todas, es el perfume de LA CORRUPCIÓN más repugnante. La piel de toro que es España puede aparecer tersa y reluciente por fuera, pero si levantamos sus primeras capas, la epidermis y la dermis nuestro sentido del olfato se verá atacado por los efluvios de un olor nauseabundo que nos provocará vómitos.España es una manzana podrida de la que se alimentan los gusanos, las larvas y las moscas cuyas tragaderas son insaciables. Dentro de la general corrupción que pudre a España, para mí, había dos casos en los que el asco alcanzaba cotas olímpicas: el dinero de los ERES destinado a los parados y robado
por los gerifaltes andaluces y el del alcalde de Moraleja de Enmedio que mercadeaba con la ropa que las gentes de buena voluntad introducían en los contenedores para atender a los más necesitados.Ahora acaba de irrumpir un nuevo gusano, una nueva larva, una nueva mosca llamada eufemísticamente "Manos Limpias" que, tras el manto impoluto de la pureza y de la justicia, se dedicaba a extorsionar, chantajear y apropiarse el dinero extorsionado. Asqueroso, repugnante, insoportable para todo aquel que tenga un mínimo de valores, principios, respeto y moral. Si así son las "Manos Limpias", ¿cómo serán las sucias?Me han dicho los obreros de las alcantarillas que por primera vez han visto a las ratas con mascarillas protectoras porque el hedor que emanan los restos pútridos de la corrupción en España son insoportables incluso para ellas y que, parece ser, que mantienen asambleas para decidir si emigrar de España a otro país, pues de seguir aquí, peligra el mantenimiento de la especie ratuna sobrepasada por tanto detritus provocado por los que ellas llaman "ratas de superficie o ratas humanas".Mis amigos de las contratas de recogida de basuras y gestión de basureros me han dicho que, en algunas ciudades el volumen cúbico de basura pestífera es de tal magnitud, que los ingenieros y arquitectos
municipales echan cálculos porque no saben muy bien si es más caro retirar tanto desecho provocado por la corrupción o retirar la ciudad entera; en cualquier caso el dilema que se les plantea es de cojón de mico, pues no encuentran donde volver a situar la ciudad, ya que no hay un solo rincón de España, por muy pequeño que sea y perdido que esté que no emita efluvios purulentos de corruptelas de todas las clases habidas y por haber.…“El alguacil endemoniado de Quevedo es el único discurso que se atiene a una línea realista sin ensueños ni florituras alegóricas. Los protagonistas son tres: el autor, el licenciado Calabrés y un alguacil endemoniado; este último no pronuncia una palabra, siendo el diablo que lo adoctrina quien lleve la voz. De este modo, el ministro de justicia no pasa de ser un fantoche. Nos hallamos ante una conversación que sostienen el espíritu de la curiosidad, que habita en el autor, el cínico y moralista espíritu del mal, y el escandalizado del clérigo, hipócrita, formalista, que no entiende de nada cuanto escucha pero domina la situación con sus exorcismos. Aquí reside la suprema ironía del discurso: el demonio dice verdades como puños, pero ¿qué valor tiene su verdad? Él mismo lo declara, no quiere sino hacer mal a los hombres y evitar que aleguen ignorancia. Quevedo le combate y se justifica con la autoridad de la Santa Escritura.
Cuando el autor consigue del clérigo que deje hablar al demonio por un rato sin hostigarle, se inicia un diálogo entre aquél y éste. Fluyen las noticias de las penas de los condenados y el tono es más burlesco que severo. La caricatura de los poetas y enamorados pone de manifiesto su ridiculez, mofándose de los adúlteros, cornudos y lujuriosos. De pronto, por lo que respecta a los reyes, el tono
adquiere más severidad y vehemencia el lenguaje: a causa de su “poder, libertad y mando”, “llegan los vicios a su extremo”. Uno “se condena por la crueldad” y es “ponzoña coronada”; “otros se pierden por la codicia” y otros “se van al infierno por terceras personas...”
Hay una identificación entre el alguacil y el demonio. La armadura narrativa es sencilla: a la presentación del escenario, personajes y situación sucede una sucesión de preguntas, respuestas y consideraciones. El licenciado Calabrés ahoga con sus conjuros la voz del diablo.
La pena de los condenados da pie para una larga cadena de equívocos: ciegos y enamorados son todos no, los locos acompañan a los astrólogos, los asesinos a los médicos, los mercaderes están con Judas, los necios con los verdugos, etc. “Los alguaciles son diablos calzados y nosotros alguaciles recoletos”, y otras citas que presagian la síntesis feliz de su expresión madura.”(De Pelayo Fueyo, 2008)…
Si no fuera porque uno ya está curado de espanto ante tantas desvergüenzas y mendacidades de la clase política de aquí y de allí, lo acontecido con el mal llamado “Sindicato Manos Limpias”, supera todas las previsiones. Desde que se produjo la situación de interinidad en el gobierno de la nación, como consecuencia de las últimas elecciones generales del 20 de Diciembre, me he propuesto escribir lo menos posible sobre los vaivenes de la barahúnda de pactos y negociaciones de los unos con los otros. Así, he querido soslayar la infumable postura de Pedro Sánchez, promoviéndose a una presidencia del gobierno que es inalcanzable para él, el mayor derrotado en las elecciones; y la doblez que roza lo farisaico de Albert Rivera y sus Ciudadanos, “vendiéndose” a cualquier postor; y la acritud iconoclasta de Pablo Iglesias con su “P(j)odemos”; y el "tancredismo" de Rajoy, soslayando una corrupción que envuelve a todo su sistema.Pero lo que acaba de saberse respecto de las “Manos Limpias” obliga al comentario de que esta nuestra sociedad, o al menos algunos sectores de la misma,
están sucios, son guarros, apestan, son inasumibles. Ahí es nada que quienes como los de las falsamente limpias manos se postulaban como la quintaesencia de la pureza y la virtud, persiguiendo la corrupción allí donde se hallara, han sido pillados “en calzoncillos” (por no referirnos a esas bolas que son comúnmente mencionadas como atributos masculinos) a raíz de una cuidada investigación que ha extraído de sus aparentemente generosas y altruistas conductas la enorme porquería del chantaje y la coacción, para la obtención de pingües ganancias. Lo de menos – y no resulta así— es que esos prodigios de supuesta esencia regeneracionista hayan sido los impulsores de la acusación por vía penal de una Infanta de España; que mucho habría que opinar sobre las trapacerías de su cónyuge. Lo de más, lo grave, lo inaudito, lo repelente, es que se haya venido presumiendo de ser el preservativo de la limpieza social, y se haya ido exigiendo dádiva por vía de cohecho para prometer la dejación de la persecución de posibles delitos. Es tal la vileza de lo actuado por los mequetrefes de esa trama corrupta de las “manos (no) limpias”, que resulta imposible evitar el lamento y la reflexión al respecto. ¡Pero si resulta que los que se presentan como “martillo de herejes” son los herejes mismos!Váyase a la obra del inmortal Francisco de Quevedo, y repárese en su “Alguacil endemoniado (alguacilado)”, para comprobar cómo en la esencia misma de nuestra sociedad, en la matriz de nuestra vida colectiva, se ha enroscado el “diablo” del materialismo y de la avaricia criminal, hasta el punto que quienes predican la virtud y dicen que tratan de protegerla son precisamente quienes más la destrozan. Estos “alguaciles alguacilados” inspiran no solamente asco, sino especialmente reflexión, desde aquella frase shakesperiana en Hamlet, de que “algo huele mal en Dinamarca”. La respuesta se halla en la misma obra Hamlet: “Quisiera que mi cuerpo se desintegrara en
lágrimas”.¡Ah! Y parto de la base de que hay que respetar la presunción de inocencia, aunque no es posible sustraerse a las evidencias que aún no condenadas judicialmente hieden. “De virtud hay una especie, de maldad, muchas”.- Platón (427 AC-347 AC) Filósofo griego. SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA