Revista Viajes
El último día y las últimas horas: El Jardín de Cactus, Arrecife, Puerto Rubicón, La Santa y el regresoBurla burlando, se nos estaban agotando los días de estancia en esta singular isla volcánica, y aún nos faltaba visitar alguna que otra atracción.Así pues, en llegando a la circunvalación de Arrecife, orientamos nuestro automóvil hacia el norte, por la LZ-1, desviándonos en Tahiche en dirección Guatiza, en cuyas proximidades está enclavado el Jardín de
Cactus, otra de las obras y diseños del inigualable César Manrique. Había poca gente visitándolo, por lo que pudimos movernos en el Jardín con toda tranquilidad, recorriendo todas y cada una de sus escalas con detalle, para observar la enorme variedad de cactus, de todos los países y de todos los tamaños y formas , con predominio de los originarios de Méjico, Bolivia y Argentina,
aunque con la presencia también de especies asiáticas y africanas. Espectacular e interesantísimo.La variedad es enorme y como el Jardín está dispuesto como en una sima u hondonada volcánica, las diferentes perspectivas resultaban subyugantes. Hubiera sido un error no visitar esta atracción, que es de las más cualificadas de Lanzarote.Después de la visita durante un par de horas, descendimos por carretera hacia el sur, hacia la capital de Arrecife, en la que nos vimos como atrapados en las calles cercanas al mar y al puerto, estrechas, llenas de curvas y sin espacios de aparcamiento, aunque finalmente hallamos un parking de pago que nos permitió liberarnos del automóvil y pasear por las vías comerciales, con muy pocas tiendas abiertas en ese momento, llegándonos a la iglesia matriz de San Ginés, con reminiscencias de las épocas de las expediciones náuticas de la corona de Castilla, y paseando de nuevo hacia el Charco de San Ginés, en el que volvimos a la tasquita de La Bulla, en la que disfrutamos de unas tapitas que engañaron nuestro
apetito, y nos permitieron seguir hasta el castillo de San Gabriel, introducido en el mar (en medio del mucho viento de la zona), en cuya fortaleza, muy bien rehabilitada, seguimos el atractivo museo de la historia de Arrecife.Un poco molestos por la ventosa jornada, retomamos el coche y, por San Bartolomé, nos fuimos hasta La Santa, donde, en las cercanías del puerto, observamos cómo los surfistas gozaban del oleaje en las cercanías de la Caleta de Famara, hasta que el ocaso nos advirtió de la prudencia de llegarnos hasta el alojamiento.Era la última noche de estancia y queríamos consumir los pocos alimentos isleños que nos quedaban, y por ello los restos de choco (sepia) a la plancha con salsa "meri", y de quesos, bien regados de vino lanzaroteño, nos acompañaron hasta la hora de irnos al tálamo para introducir el sueño continuando con la lectura de días anteriores. Al siguiente día, sin excesiva prisa en madrugar, tras el aseo personal recogimos nuestras ropas vacacionales (llevábamos una maleta y dos "carritos de equipaje), y desayunamos como siempre, diciendo adiós a la casa que nos había acogido con tanta sencillez y tranquilidad, con tanta seguridad que ni siquiera las puertas exteriores e interiores se cerraban durante el día o la noche.¿Cómo llenar el tiempo hasta las 3 de la tarde en que debíamos personarnos en el aeropuerto?Pues nos fuimos hacia la zona de los volcanes, en el Parque Nacional del mismo nombre, y en las proximidades del volcán Montaña Quemada aparcamos el automóvil, y mi querida esposa se fue a dar una caminata por el sendero que aparecía marcado en torno al volcán, en medio de las arenas y rocas. Terminado ese paseo senderista optamos por volver a la zona de Playa Blanca, al sur, donde orientamos el vehículo hacia la urbanización Marina Rubicón, de
muy buen aspecto, con un puerto deportivo notable, repleta de bares y restaurantes, de apartamentos, y con mucho turista extranjero. Un paseo bordeando el puerto resultó gratificante. Pasado el mediodía, como había que hacer alguna pequeña colación (ya que a nuestro destino final de Valencia solamente arribaríamos por la noche), optamos por volver a Tinajo, atravesando el parque Nacional del volcán Timanfaya, a modo de despedida, y nos llegamos a La Santa, donde en un barete de
tapas (denominado "El Quemao")comimos un delicioso pulpo del mar local a la brasa, unos pescados y unas cervezas. Era ya el tiempo de dirigirse al aeropuerto, y por la LZ-20, cruzando Tao y San Bartolomé, llegamos al aeródromo, en el que no nos fue difícil aparcar el coche de alquiler que devolvíamos en los espacios de la locataria (Cabrera Medina, firma bien organizada y cumplidora), con trámites de entrega cómodos y sin demoras. Faltaban las últimas gestiones para facturar el equipaje (maleta) previamente pagado, y esperamos a que Ryanair abriese el vuelo, y hubimos de soportar el incómodo de que se nos obligase a vaciar la maleta en 3 kilos de equipaje, que pudimos reducir agregándolos a los carritos de mano, no sin comentar la paradoja que supone que en los troleys se pueda llevar hasta 10 kg. y en la maleta facturada solamente 15 kilos. El embarque y trámites de salida fueron relativamente cómodos, aunque el avión iba bastante lleno, pero el vuelo fue tranquilo, y las dos horas y pico de trayecto fueron sin incidencias hasta nuestro destino de Valencia, donde ya nos esperaba nuestra hija pequeña con su pareja, que nos llevaron hasta casa, en la que improvisamos un piscolabis mientras contábamos las experiencias y excelencias de esa que había sido nuestra "Navidad entre volcanes". Si todo lo escrito al respecto en estas siete crónicas es de agrado y utilidad de otros viajeros como nosotros, les instamos a que experimenten el placer de conocer esa isla mágica y diferente del precioso archipiélago canario. SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA
Cactus, otra de las obras y diseños del inigualable César Manrique. Había poca gente visitándolo, por lo que pudimos movernos en el Jardín con toda tranquilidad, recorriendo todas y cada una de sus escalas con detalle, para observar la enorme variedad de cactus, de todos los países y de todos los tamaños y formas , con predominio de los originarios de Méjico, Bolivia y Argentina,
aunque con la presencia también de especies asiáticas y africanas. Espectacular e interesantísimo.La variedad es enorme y como el Jardín está dispuesto como en una sima u hondonada volcánica, las diferentes perspectivas resultaban subyugantes. Hubiera sido un error no visitar esta atracción, que es de las más cualificadas de Lanzarote.Después de la visita durante un par de horas, descendimos por carretera hacia el sur, hacia la capital de Arrecife, en la que nos vimos como atrapados en las calles cercanas al mar y al puerto, estrechas, llenas de curvas y sin espacios de aparcamiento, aunque finalmente hallamos un parking de pago que nos permitió liberarnos del automóvil y pasear por las vías comerciales, con muy pocas tiendas abiertas en ese momento, llegándonos a la iglesia matriz de San Ginés, con reminiscencias de las épocas de las expediciones náuticas de la corona de Castilla, y paseando de nuevo hacia el Charco de San Ginés, en el que volvimos a la tasquita de La Bulla, en la que disfrutamos de unas tapitas que engañaron nuestro
apetito, y nos permitieron seguir hasta el castillo de San Gabriel, introducido en el mar (en medio del mucho viento de la zona), en cuya fortaleza, muy bien rehabilitada, seguimos el atractivo museo de la historia de Arrecife.Un poco molestos por la ventosa jornada, retomamos el coche y, por San Bartolomé, nos fuimos hasta La Santa, donde, en las cercanías del puerto, observamos cómo los surfistas gozaban del oleaje en las cercanías de la Caleta de Famara, hasta que el ocaso nos advirtió de la prudencia de llegarnos hasta el alojamiento.Era la última noche de estancia y queríamos consumir los pocos alimentos isleños que nos quedaban, y por ello los restos de choco (sepia) a la plancha con salsa "meri", y de quesos, bien regados de vino lanzaroteño, nos acompañaron hasta la hora de irnos al tálamo para introducir el sueño continuando con la lectura de días anteriores. Al siguiente día, sin excesiva prisa en madrugar, tras el aseo personal recogimos nuestras ropas vacacionales (llevábamos una maleta y dos "carritos de equipaje), y desayunamos como siempre, diciendo adiós a la casa que nos había acogido con tanta sencillez y tranquilidad, con tanta seguridad que ni siquiera las puertas exteriores e interiores se cerraban durante el día o la noche.¿Cómo llenar el tiempo hasta las 3 de la tarde en que debíamos personarnos en el aeropuerto?Pues nos fuimos hacia la zona de los volcanes, en el Parque Nacional del mismo nombre, y en las proximidades del volcán Montaña Quemada aparcamos el automóvil, y mi querida esposa se fue a dar una caminata por el sendero que aparecía marcado en torno al volcán, en medio de las arenas y rocas. Terminado ese paseo senderista optamos por volver a la zona de Playa Blanca, al sur, donde orientamos el vehículo hacia la urbanización Marina Rubicón, de
muy buen aspecto, con un puerto deportivo notable, repleta de bares y restaurantes, de apartamentos, y con mucho turista extranjero. Un paseo bordeando el puerto resultó gratificante. Pasado el mediodía, como había que hacer alguna pequeña colación (ya que a nuestro destino final de Valencia solamente arribaríamos por la noche), optamos por volver a Tinajo, atravesando el parque Nacional del volcán Timanfaya, a modo de despedida, y nos llegamos a La Santa, donde en un barete de
tapas (denominado "El Quemao")comimos un delicioso pulpo del mar local a la brasa, unos pescados y unas cervezas. Era ya el tiempo de dirigirse al aeropuerto, y por la LZ-20, cruzando Tao y San Bartolomé, llegamos al aeródromo, en el que no nos fue difícil aparcar el coche de alquiler que devolvíamos en los espacios de la locataria (Cabrera Medina, firma bien organizada y cumplidora), con trámites de entrega cómodos y sin demoras. Faltaban las últimas gestiones para facturar el equipaje (maleta) previamente pagado, y esperamos a que Ryanair abriese el vuelo, y hubimos de soportar el incómodo de que se nos obligase a vaciar la maleta en 3 kilos de equipaje, que pudimos reducir agregándolos a los carritos de mano, no sin comentar la paradoja que supone que en los troleys se pueda llevar hasta 10 kg. y en la maleta facturada solamente 15 kilos. El embarque y trámites de salida fueron relativamente cómodos, aunque el avión iba bastante lleno, pero el vuelo fue tranquilo, y las dos horas y pico de trayecto fueron sin incidencias hasta nuestro destino de Valencia, donde ya nos esperaba nuestra hija pequeña con su pareja, que nos llevaron hasta casa, en la que improvisamos un piscolabis mientras contábamos las experiencias y excelencias de esa que había sido nuestra "Navidad entre volcanes". Si todo lo escrito al respecto en estas siete crónicas es de agrado y utilidad de otros viajeros como nosotros, les instamos a que experimenten el placer de conocer esa isla mágica y diferente del precioso archipiélago canario. SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA
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