Porta
Manzaneda cuenta con vestigios romanos, como los restos del Puente de Requián, el más antiguo del municipio. Pero tiene otros puentes posteriores, como el del Castro y el Pontón de Prada. En la Edad Media, Manzaneda tenía una fortaleza, de la que quedan restos. Al interior se accedía por la Porta de la Vila, hoy símbolo del municipio. En el casco antiguo se encuentra la Cárcel, edificio destinado para tal fin por el Conde de Ribadavia. En aquellos años las calles que se construían eran realmente estrechas y en algunos casos debido a la cercanía de los edificios tenían que abrirse pasadizos como El Callejón que se mantiene en la zona vieja.El río Bibeimarca la frontera noroeste del municipio. En sus gargantas se cultiva la vid, de la que se obtienen extraordinarios vinos como los de Requián, Quinta y Valderrodrigo.Otros puntos a destacar son los “curros”, construcciones a modo de rediles ubicados en la sierra, donde los pastores y rebaños pasan todo el verano aprovechando los pastos de altura.El Castaño de Pombariños es un árbol milenario con más de doce metros de perímetro, y es uno de los más viejos de Galicia y ha sido declarado Monumento Natural, Se encuentra en el souto (bosque de castaños) de Rozavales, parroquia de Manzaneda.Y especialmente destaca el Pazo da Pena, interesante muestra de arquitectura civil, cuyo nombre se debe a que está parcialmente construido sobre una gran roca. Sobre ella se apoya la solana, en la cara este del edificio.Desde su construcción, a comienzos del siglo XVIII, el Pazo constituyó un punto de especial importancia social, económica y productiva e la zona, al tiempo que una de las muestras de arquitectura civil más significativas. Así, sus paredes están llenas de historia y permiten dar una ojeada al pasado y poner en valor la tradición cultural, patrimonial y rural de Galicia y de la zona.Después de años en desuso, el Pazo fue sometido a una completa y cuidadosa rehabilitación que ha tenido como resultado una edificación totalmente singular, que conjuga calidad y confort.El Pazo cuenta con 700 metros cuadrados de zonas comunes: biblioteca, salones, sala de lectura, salón con chimenea… sin olvidar la tradicional lareira, para disfrutar de momentos entrañables frente al fuego.Todas las estancias fueron rehabilitadas respetando su uso original, conservándose un gran número de objetos y muebles de época.Alrededor de la edificación, la propiedad cuenta con una finca de más de diez hectáreas, dedicada a zonas de recreo, jardín, bosque de castaños y cultivo ecológico, y están montadas exposiciones etnográficas en edificaciones anexas al Pazo, que representan los oficios tradicionales desarrollados antiguamente: la agricultura, la carpintería, la elaboración de vino o el tejido.…Descansar en el Pazo da Pena fue un placer desde el primer momento, porque a la calma de la habitación denominada “A vendimia”, sobre el portón de acceso principal, con balcón para admirar la naturaleza, se unió la perfecta disposición de la dependencia, con camas amplias y muy cómodas, lencería suave y de gran calidad, techos de madera y confortable cuarto de baño, con accesorios modernos y de estilo.En cuanto descendimos al comedor, la solícita Isabel nos preparó un buffet para el desayuno (había en ese día también otros huéspedes) que colmó nuestro apetito matinal, y después nos orientó sobre cómo y a dónde dirigir nuestros pasos para una primera toma de contacto con la localidad y su zona. El problema surgió cuando decidimos bajar las cuestas algo empinadas desde el sitio de Rozavales hasta el núcleo principal de la población, porque ya la mentada Isabel nos había advertido que con el calor imperante la subida podía resultar ardua.Quien esto escribe despreció la advertencia ("para las cuestas arriba quiero mi burro, que las cuestas abajo yo me las <>") y simplemente se dotó deCalle Medio Manzaneda
un bastón de caminante, que ni hizo falta en el descenso, ni en la visita a la villa, pero que se reveló inútil cuando hubo que acometer los kilómetros de subida, máxime cuando el calor apretaba y las rodillas y tobillos no eran precisamente los de un caminante asiduo. Así que a esfuerzos y parones, el cronista pudo acceder al fin a lo alto del barrio de San Martiño, y en la puerta de la ermita que allí se halla, aprovechar el banco de una parada de autobús para sofocar la disnea y secar los sudores. Menos mal que apareció un anciano sacerdote que iba a oficiar un bautizo allí y dio conversación y además de la distracción ofreció mostrar la iglesita, con tallas e imágenes de buena aparienciae indudable antigüedad. Ese mismo sacerdote informó que en ese domingo había una fiesta en Cabeza de Manzaneda, la estación de invierno que se halla sobre la villa, a unos 11 kilómetros y a una altitud de más de 1.700 metros. Y allí fuimos, notando un fresco casi insultante, al recordar lo que habíamos dejado en nuestra Valencia.Castro Caldelas
En la explanada más alta había unas bandas de gaiteros interpretando diversas piezas musicales gallegas y también una especie de chiringuitos en los que se ofrecía pulpo a feira y churrasco, pero el frío imperante obligó más bien a tomar un café y refugiarse en el coche. Y había llegado la hora de comer, pero en la villa de Manzaneda no se halló, por desconocimiento, lugar adecuado, por lo que emprendimos por la carretera OU-536, en dirección a Ourense, una búsqueda derestaurantes, fallida en todos los casos porque estaban cerrados.Al fin en Castro Caldelas hallamos el restaurante “Caldelas Sacra”, en el que gozamos con un buen caldo gallego y una sabrosa merluza a la gallega. Delicioso y bien servido. Al regresar de nuevo al Pazo, dimos un paseo y nos sentamos en una de las terrazas cuando ya se acercaba el ocaso. Frescor delicioso, gorjeo de pájaros, murmullos de agua del manantial cercano. Y paz, mucha paz. Ciertamente el Pazo da Pena estaba comenzando a brindarnos el descanso físico y mental que precisábamos.Esta Galicia era diferente de la que conocíamos, pero seguía ofreciendo su embrujo y su atractivo. SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA