En esta pasada Semana Santa volvió a ocurrir el milagro de la resurrección: volvieron a respirar 133.765 personas, las que incrementaron el número de afiliados a la Seguridad Social, es decir, las que encontraron empleo. El puente del 1 de mayo les ha permitido disfrutar de esa respiración asistida durante unos días extra, más allá de los cuatro festivos. La hostelería ha sido, de hecho, el sector más dinámico, con un 7% de incremento. Precariedad. El resto, leyenda y EPA.
La precarización del mercado laboral, el recorte de derechos, la nefasta contrarreforma laboral, sanitaria, educativa, científica,… ha traído consigo un ejército de nuevos pobres: son aquellos que, aun teniendo empleo, a duras penas llegan a final de mes y menos aún consiguen hilvanar un proyecto de vida, aunque este pase por comprar un ordenador nuevo.
Esta mañana, que estoy enferma en casa, he escuchado a Mariano Rajoy en La Ser, encantado a su manera de conocerse y de conocer a sus ministros, asesores y demás equipo, de su política de recortes que no percibe como tal porque no conoce a nadie que los sufra, aunque no tan encantado de haber conocido a Bárcenas y haberle enviado SMS de aliento. Tampoco está contento con la ONU, que ha criticado los recortes de Sanidad; ni con la OCDE, que ha afeado la explosión de la desigualdad social en España, muy superior a los países del entorno y la mayor de todos los países que integran la organización. Sobra decir que me encuentro peor.Pero hay que tener cuidado porque cualquier voz disidente con la complacencia imperante es calificada de ceniza. De ahí a que te cuelguen el sambenito de tristón y todos te esquiven va un leve paso. Así que congratulémonos y empapémonos del jolgorio general, de que ha bajado la prima de riesgo, la cabeza de turco de la crisis y pecado original del sacrificio del estado del bienestar. Eso sí, pensar que la bajada de los tipos que deberemos pagar para financiar la cosa pública va a revertir la situación es de ilusos a tenor de la realidad. No pensarlo, de cenizos. Así que, siguiendo la senda marcada por los patanes que no nos representan, lo más inteligente va a ser mirar el paisaje, no pensar y llenarse de júbilo hasta que el sol nos abrase.