Puesto porJCP on Jan 17, 2014 in Autores
La congregación de unas cuantas familias solidificó el Estado clásico. Los miembros de éstas no sólo eran ciudadanos de pleno derecho; además, estaban destinados, aquellos que sortearan las intrigas internas y vencieran en las disputas domésticas, a regir las cosas públicas. Los hogares se politizaron y el Estado se llenó de aires familiares. A la paternidad estatal se le obedecía y servía con la vida, si fuera preciso; durante mucho tiempo los romanos ni siquiera pudieron imaginar que se diera el caso de que un hijo llegara a matar a su padre, por lo que no existía en sus leyes un castigo apropiado para el parricidio. El respeto y el amor a los sagrados vínculos familiares se proyectaban y transfundían a la patria. Para que un extraño se incorporase al organismo estatal tenía que ser adoptado previamente por una de las familias fundadoras.
Al margen de los esclavos y los extranjeros, existían los bruttiani (sin la categoría de ciudadanos puesto que eran “cives sine sufragio”), unos individuos a los que se empleaba para sostener la administración pública y ejercer oficios subalternos; aunque nos referimos a la República romana las enseñanzas de Platón son imperecederas: “la justicia consiste en que cada uno haga lo que tiene la obligación de hacer. La justicia asegura a cada uno la posesión de lo que le pertenece y el ejercicio libre del empleo que le conviene”.
Una sociedad en la que los individuos traten de ayudarse y de participar por igual conforme a ciertos principios comunes exige que las personas se conozcan, que puedan expresar y canalizar la mutua preocupación. De esta manera, Rousseau prescribía en “El contrato social” la inexcusable condición de una sociedad moral: que sea pequeña. La sociedad política incrustada en el Estado o las familias de los partidos que conforman el régimen cumplen con ese requisito. Aunque los bruttiani de hoy en día crean poseer con su voto una infinitésima fracción de poder para decidir el curso de la vida estatal, lo que importa es la eficacia de las interesadas opiniones de unos pocos.
Los jefes de los Estados, las cabezas de las familias políticas, las dinastías económicas, forman el patriciado que mantiene el orden primigenio e impide que la plebe pase a ser, como afirma Gabriel Naudé en sus consideraciones políticas sobre los golpes de Estado, “teatro ante el que representan sus más exaltadas y sanguinarias tragedias los oradores, predicadores, falsos profetas, impostores, pícaros de la política, revoltosos, sediciosos, despechados, supersticiosos, ambiciosos, y, en una palabra, todos aquellos que vienen con un nuevo proyecto”.