Cuando en 1982 el PSOE accedió al poder, empezó una etapa de gran prosperidad para la monarquía. El presidente Felipe González, sobre todo en los tres primeros años de mandato, llegó a tener una íntima amistad con Juan Carlos, fascinado por su gracia andaluza. Aunque institucionalizaron despachar todos los martes, hablaban por teléfono y cambiaban o ampliaban sus encuentros muchas veces. A menudo los dos matrimonios salían a cenar juntos y después veían películas en La Zarzuela hasta la madrugada. Al final, Felipe se pasaba por La Zarzuela cuando quería, sin avisar.
El presidente se desvivía por atender los deseos del rey, con un planteamiento gubernamental que se podría resumir en la recomendación siguiente: “Señor, no se preocupe, nosotros nos ocupamos de todo: ¡diviértase Vuestra Majestad!“. Y Juan Carlos estaba encantado con los socialistas, capaces de llegar hasta la frivolidad o el derroche para proporcionarle cualquier capricho: aviones, helicópteros, barcos, automóviles, la práctica de los deportes más caros, viajes a los sitios de moda internacional… y, sobre todo, vacaciones, muchas vacaciones. El día de su santo se celebraron grandes saraos en los jardines del Campo del Moro, con más de 4.000 invitados de la beautiful people, esta nueva casta social de “isabelitas preysler” y ministros del nuevo Régimen que habían ido a más, bien nutridos por el mamoneo del PSOE.
En el terreno estrictamente político, apenas había desavenencias. Quizás la única situación crítica entre el rey y Felipe González derivó de las declaraciones que Juan Carlos hizo a Jim Hoagland, del Washington Post, en 1986, como adelanto del viaje oficial que tenía que hacer a los Estados Unidos. El jefe del Estado discrepaba de la forma en que el Gobierno español llevaba las negociaciones para desmantelar las bases militares norteamericanas, y se alineaba sin reservas con el dispositivo de defensa de Washington. Daba la impresión de que el rey enviaba mensajes al presidente a través de la prensa norteamericana, cosa que no era correcta en absoluto. Más bien se trataba de que los norteamericanos enviaban el mensaje a través del monarca al Gobierno socialista, y éstos lo captaron inmediatamente.
Las fricciones entre la Casa Real y La Moncloa no llegaron más allá. Por lo general, había una sintonía perfecta entre ellos, hasta el punto de que en mayo de 1983, en el transcurso de una visita oficial de Su Majestad al Brasil, éste pronunció un discurso ante la cámara legislativa de la República Federativa prácticamente idéntico a un artículo que había publicado Felipe González en Le Monde Diplomatique, en la edición en lengua española para Iberoamérica, el mismo mes. La conferencia del rey, que trataba sobre los valores democráticos, había sido unánimemente alabada por toda la prensa: “El Rey Juan Carlos explicó cómo en España, con independencia del partido que gobierne, la proyección americana es uno de los objetivos fundamentales de la política exterior, un compromiso encarnado por la Corona que está reflejado en la Constitución“, decía la crónica de Diario 16. Sin embargo, no se tardó en descubrir que se habían repetido párrafos literales del artículo del presidente González. En total, ocho partes del discurso del rey se correspondían exactamente, incluso en los puntos suspensivos, con ocho partes del artículo de Felipe, y a la prensa le faltó tiempo para criticarlo. “Bochornoso patinazo”, “metedura de pata”, “refrito”, “desliz”, fueron algunas de las expresiones con que se calificó el hecho. Eso sí, apuntando directamente al Gobierno. El rey no es criticable de ninguna de las maneras. El director general de la Oficina de Información Diplomática (OID), Fernando Schwartz, pidió disculpas públicamente. Por su parte, Felipe González lamentó lo que había pasado, y el entonces ministro de Asuntos Exteriores, Fernando Morán, se irritó. Pero a quien le costó el cargo fue a Carlos Miranda, entonces director general para Asuntos de Latinoamérica. La Casa Real no se pronunció.
Según las explicaciones que en aquel momento se dieron a la prensa, es habitual que los discursos de los viajes oficiales o de visita del rey se encarguen al ministerio correspondiente. En este caso, el encargo había pasado a un funcionario de la Sección de Latinoamérica de Asuntos Exteriores. Entre la documentación facilitada se hallaba el borrador del famoso artículo de Felipe González. Tras el funcionario, el discurso había pasado por varias manos: el director general de Latinoamérica (Carlos Miranda), el ministro de Asuntos Exteriores (Fernando Morán), la Presidencia del Gobierno, y después, para acabar, por las manos de la Casa Real, donde se revisó de nuevo y se pulió la redacción (no mucho, al parecer). Total, que todo había sido algo así como el error informático de Ana Rosa Quintana en la novela-plagio Sabor a hiel. A pesar de los pesares, parece que a nadie le llamó la atención el hecho de que el artículo de Felipe González –como se podía deducir fácilmente del episodio en el que su “borrador” aparecía en manos de un funcionario– tampoco lo hubiera escrito él mismo. Ni se puso en duda quién intervenía en la redacción de los discursos institucionales. Y si nadie dudó del presidente, mucho menos del rey, que años después, en su biografía autorizada, firmada por José Luis de Villalonga, seguía manteniendo respecto a sus discursos, sin el menor asomo de vergüenza, que “El presidente del Gobierno sabe lo que voy a decir (no sería leal por mi parte ocultárselo), pero no sabe qué términos voy a expresar… Las líneas maestras de mis mensajes son siempre obra mía. Luego las discuto aquí, en palacio, con mis colaboradores más íntimos. Después, según el tema que tengo que tratar, hago que me aconsejen juristas, sociólogos, a veces el ministro de Asuntos Exteriores, incluso militantes… Pero no hay en España un speech writer como en los Estados Unidos o como en Inglaterra“.
Tan poca importancia dan a lo que pueda pensar la gente respeto a esta cuestión, que Sabino Fernández Campo, el secretario, ni siquiera se preocupó de “censurar” esta parte del libro, cosa que sí hizo con otros párrafos que ya hemos comentado que desaparecieron en la edición española (sobre todo los que hacen referencia al 23-F).
Patricia Sverlo