La gota que ha colmado el vaso de agua ha sido ver un anuncio en televisión de cruceros ecológicos. Pero antes, nos han bombardeado con empresas energéticas verdes, plásticos 100% inocuos para el medio ambiente, vehículos no contaminantes que funcionan con combustibles fósiles, ropa que sigue la moda y que te puedes poner muchas veces, y un largo etcétera de casos que no hacen sino devaluar lo que entendemos por sostenibilidad.
Recordemos que la sostenibilidad significa atender a las necesidades actuales sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras de satisfacer las suyas, garantizando el equilibrio entre crecimiento económico, cuidado del medio ambiente y bienestar social (es lo que se conoce como Triple Vertiente de la Sostenibilidad).
Pero ¿qué pasa cuando un concepto loable como éste pasa, primero, por la maquinaria política, y luego, por la empresarial?
Pues que todo aquello que te empuja a dedicar esfuerzos a conseguir que el futuro no se vea como una amenaza, se va diluyendo peligrosamente, porque los argumentos que esgrimes para alcanzar un Planeta sostenible empiezan a ser manipulados y adaptados a su conveniencia por todos los que pueden sacar algún beneficio.
Hablamos en primera instancia de devaluar el concepto de sostenibilidad, cuando lo que realmente se está consiguiendo es dejarlo sin valor, destruirlo, en pocas palabras
Inicialmente, la adopción de la sostenibilidad corrió a cargo de aquellos preocupados en la protección ambiental ya que, en estos primeros compases, la sostenibilidad se identificaba únicamente con la vertiente medioambiental. A estos los podemos considerar los innovadores, siguiendo el conocido ciclo de adopción.
Posteriormente llegaron los visionarios que, con foco en un desarrollo sostenible, pusieron en marcha iniciativas, proyectos y campañas que compatibilizaban los intereses de las organizaciones, con los de los individuos y con los del Planeta.
Después de pasar lo que se conoce como abismo, aparece la mayoría temprana que impulsa la adopción del concepto, en este caso el de sostenibilidad. Debemos estar en algún punto más o menos avanzado de esta fase, porque ya apreciamos desviaciones importantes sobre la visión que describía este término.
¿Qué quiere decir esto? Pues que, si no volvemos a la esencia de la sostenibilidad, ésta va a quedar siendo una triste sombra de lo que queríamos que fuera.
Quizás el abismo en la adopción del concepto se superó permitiendo que se colaran algunos impulsores interesados (o impostores, mejor dicho) poniendo en marcha prácticas poco ecointeligentes, como puede ser el lavado verde o green washing, que luego el resto han podido interpretar que son permisibles.
El resto ya lo estamos viendo: gobiernos, instituciones, empresas e individuos lo están despojando del significado original, convirtiendo la sostenibilidad en poco más que un concepto de marketing para generar demanda e impulsar ventas.
Y es que después de ver los planes e iniciativas sobre sostenibilidad de muchas de las grandes compañías, nos da la sensación de las cosas se están haciendo bien, olvidándonos que lo más importante que subyace en el concepto, sencillamente no se está haciendo.
Lo cierto es que luchamos contra un sistema implantado que ha tenido la virtud de digerir y metabolizar otros conceptos que han amenazado su statu quo, y que ahora está haciendo lo propio con el de la sostenibilidad, si no lo impedimos.
El camino hacia la sostenibilidad de nuestro estilo de vida se ha apoyado en una serie de conceptos que muchos de ellos están siguiendo también su propia senda de devaluación.
Hablamos, por ejemplo, de las energías renovables, la eficiencia energética, la economía circular, el vehículo eléctrico o la inversión responsable.
Empezando por el primero de ellos, lo importante de las energías renovables es su papel en la transición a un nuevo modelo energético que no esté basado en la quema de combustibles fósiles. Y no nos olvidemos que, esta transición está dentro de una transición de mucho más calado que es la ecológica.
Lo mismo que es necesario incorporar fuentes de energías limpias para descarbonizar nuestro modelo energético, también lo es, en mucho mayor grado, cambiar nuestros hábitos para evitar que la obtención de energía provoque la sobreexplotación y el mal uso de los recursos que tenemos a nuestra disposición.
Por ejemplo, no avanzamos mucho instalando placas fotovoltaicas en nuestra vivienda para obtener electricidad, si no modificamos nuestros hábitos para lograr una situación de autoconsumo, y esto es cuanto menos, incómodo.
Pasa lo mismo en este sentido con el también mencionado vehículo eléctrico. Lo debemos considerar como una herramienta para descarbonizar nuestra movilidad, pero realmente el papel que está adoptando es el de salvador de la industria de la automoción, ligada desde sus inicios a los combustibles fósiles.
No habrá movilidad sostenible sin sacar de nuestras vidas el vehículo privado, sin un cambio de modelo que afecte de manera importante a cómo se conciben las ciudades y cómo se organiza el transporte de las ingentes cantidades de bienes que sacian nuestro consumo. Y esto, de nuevo, afecta al ciudadano y a la comodidad en la que vive.
Con respecto a la eficiencia energética, podemos decir que su enorme potencial desde el punto de vista de la sostenibilidad ha quedado centrado en planes de actuación sectoriales con desigual implantación, teniendo muy poco calado en los hogares, donde a excepción de la iluminación basada en LED, el resto de iniciativas se ven como una imposición o como una maniobra de la industria para renovar el equipamiento de nuestras casas.
Y con respecto a la economía circular, tema que sabéis que nos apasiona en ecointeligencia, lo cierto es que ha quedado tristemente asociado al concepto del reciclaje, cuando lo cierto es que es solo una pequeña parte de lo que supone.
Hemos permitido que el acto cotidiano que consuela nuestras inquietudes ecologistas quede relegado a tener varios cubos de basura en nuestras casas y separar nuestro creciente volumen de desperdicios.
Simplificar al reciclaje lo que podemos hacer a título individual por la economía circular, supone no haber entendido el objetivo último de este concepto, que no es otro que erradicar de nuestro vocabulario el término de basura, desperdicio o desecho y solamente hablar de recursos.
Sin extendernos mucho más en esto, lo primero que debemos hacer es entender lo que supone la jerarquía multierre y empezar a cuestionar los mensajes interesados de organizaciones que fomentan únicamente el reciclaje como si fuera un fin último, y no solo un medio.
Incorporar la economía circular en nuestras organizaciones es un largo camino no exento de dificultades, que se puede ver aliviado si como individuos empezamos a abandonar el adictivo modelo lineal basado en el fabricar-usar-tirar.
Con respecto a la inversión responsable es necesario saber que le estamos intentando poner una etiqueta de sostenibilidad a una actividad que en esencia no lo es, principalmente porque no cuestionan el crecimiento sin fin del sistema (capitalista) en el que operan.
En nuestra mano está influir como inversores para que se desarrollen actividades ligadas al objetivo inicial del concepto de sostenibilidad, lo que nos obliga, sin duda, a estar interesados y siempre muy bien informados sobre las implicaciones de los proyectos con respecto a la triple vertiente de la sostenibilidad.
Después de estas reflexiones parece que existe el peligro de que todo lo recorrido en nombre la sostenibilidad quede en poco o en nada, pero ante la alternativa de quedarnos parados esperando a que alguien nos arregle los problemas climáticos y de biodiversidad que nos acechan, preferimos pequeños avances colectivos e individuales, aunque no tengamos claro lo que nos acercan a ese escenario sostenible que tanto necesitamos.
El problema de estos pequeños avances es que muchas empresas, muchos gobiernos y una parte de la sociedad les inducen a pensar que van por el buen camino, y la complacencia no siempre es buena.
Si la solución para lograr la sostenibilidad lleva implícitos postulados propios del decrecimiento, opinamos que tendrán que ser reducciones planificadas y justas, como podría ser una disminución en el uso de energía y materiales que, sin embargo, pueda implicar una mejora de la calidad de vida.
Como hemos visto, la sostenibilidad siempre ha requerido de una altura de miras, generosidad, esfuerzo y diálogo que hace que alcanzarla sea ese largo camino que mencionábamos, y parece que ahora mismo necesitamos reflexionar sobre lo logrado y lo que nos falta para volver a trazar una nueva ruta.
El artículo ¿Estamos devaluando el concepto de sostenibilidad? se publicó primero en ecointeligencia.