Hace poco leí un artículo sobre “relaciones tóxicas” y quería compartir algunas de las conclusiones y reflexiones que realicé, más o menos concordantes en líneas generales con el artículo.
La relación, la socialización, el compartir… son consustanciales a nuestra especie. Lo necesitamos y lo deseamos. Lo que no quita que todo en este ámbito nos resulte satisfactorio, por supuesto. Pero, ¿ha habido alguna vez que nos hayamos sentido asfixiados por alguna relación (sea familiar, de amistad, sentimental)?, ¿en alguna ocasión nos hemos sentido presionados por la insistencia de alguna persona?, ¿nos hemos sentido molestos por la intromisión de ciertas amistades?, ¿consideramos que tenemos excesiva dependencia de ciertas relaciones o grupos?
Cada uno tendrá su propia experiencia y respuestas, pero creo que en lo que podremos coincidir es que no todas las relaciones que mantenemos o hemos mantenido a lo largo de nuestra vida son o han sido sanas. Sanas en el sentido de que sean satisfactorias para las dos partes y nos permitan crecer, de una manera harmónica.
Y tóxicas, por el contrario, en relación a que nos mantengan estancados, sin ver más allá, encerrados en dinámicas perjudiciales para alguna o ambas partes. Pueden haber momentos en que incluso nos sintamos “enganchados” a ciertas rutinas, a ciertos comportamientos, a ciertas maneras de actuar… que nos hacen ser dependientes de esa persona/ grupo y de esa forma quizás sentirnos seguros, pero desde la inmovilidad, sin permitirnos evolucionar.
Desde mi punto de vista, esas relaciones, aunque incluso en ocasiones las deseemos, necesitemos, busquemos… no son positivas para nuestro bienestar emocional, pues en lugar de permitirnos estar abiertos a lo que sucede a nuestro alrededor, nos mantiene encerrados en nuestro mundo particular, intoxicando nuestra vida diaria, manteniéndonos anclados en formas de actuar que quizás no deseamos.
La solución podría parecer sencilla: cortar con ellas y ya está. Pero no lo es tanto cuando pueden ser relaciones de semanas, meses, años o incluso de toda la vida. Y sobre todo, relaciones en las que todos hemos participado, en los que todos hemos dado, en los que todos hemos recibido, en los que todos hemos aportado, en los que todos hemos sentido.
Si hay relaciones que vemos que realmente son tóxicas, dañinas, que solo aportan destructividad… os invito a que seamos valientes y las rompamos. Al menos de esa forma en que no son positivas, dejando la puerta abierta si queremos a otro tipo de relación. No es fácil…
Personalmente, hace unos meses lo hice, reconociendo que “la culpa” no era de nadie, que cada uno había aportado a una dinámica que no era sana para ninguna de las partes involucradas y que el seguir de esa forma, sólo hacía que yo (al igual que la otra/otras partes) perpetuáramos una rueda dañina para todos. Y cuesta, claro que cuesta, nos sentimos dependientes de una forma de funcionar y/o de relacionarnos con la persona y/o el ámbito tóxico, y eso hace que tengamos que modificar muchas cosas alrededor también.
También nos puede ser de utilidad recordar que los demás tienen lo que nosotros les dejamos. Que si nosotros permitimos que lleguen hasta un punto, es porque no les hemos parado antes si eso nos incomodaba; que si nos agobian ciertas preguntas, tenemos libertad de contestar lo que o hasta que queramos, que si no nos gustan algunas situaciones a las que nos hemos acostumbrado, en nuestra mano está la posibilidad de modificarlo.
Y después del cambio, nos sentimos liberados (al menos de ese ámbito, persona, grupo) y podemos centrar esas energías vitales en otros aspectos que pueden ser de mayor utilidad.