Revista Cultura y Ocio
Por July Borrero
Un día, al calor de un café inglés, una amiga -Saray- me contó (me enseñó) que las palabras terminadas en -ad tienen una parte importante de interpretación libre. Me explico. Cada persona da a esas palabras la interpretación que más le guste, que más se adapte a su personalidad o a su trayectoria de vida.
Es evidente que estas palabras tienen un contenido común. Por ejemplo, cuando hablamos de felicidad seguro que la mayoría de nosotros asociamos el estar felices con el efectivo bienestar de nuestra familia o con poder disfrutar de una vida sin muchas dificultades.
Ahora bien, seguro que también cada uno de nosotros asociamos la felicidad a momentos personales y puntuales en los que disfrutamos de aquellas cosas que nos gustan. Y bien es sabido que, en cuestión de gustos, se multiplican los colores. Afortunadamente.
Por ejemplo, para algunos la felicidad es poder remolonear en la cama un día lluvioso sin despertador. Para otros, la felicidad es poder pasear por el campo ese mismo día lluvioso.
Y, obviamente, tan respetable es una opción como la otra.
Lo mismo ocurre con la palabra “amistad”. Algunos la interpretan de una determinada forma y otros de una forma totalmente opuesta, pero, vuelvo a repetir, tan respetable es una interpretación como la otra.
Y así podríamos seguir con una lista casi interminable de palabras con esta terminación. Todo ello sin perder de vista que existen unos elementos comunes en la interpretación de las palabras terminadas en -ad.
Me gusta pensar que esas palabras son las más importantes para construir unas relaciones sociales cargadas de respeto. Lo más importante, en mi opinión, es saber entender el significado común de cada una de ellas para construir las bases de un mundo cívico, donde el respeto a lo diferente sea el eje principal.
Una vez que tenemos esos cimientos fijos, debemos empezar a construir el resto del edificio con la interpretación libre. Y, a partir de ahí, se establecen las relaciones sociales que manejan nuestro día a día.
Aparentemente, puede parecer fácil pero no lo es. Y no lo es porque esto exige poner en practica unas determinadas capacidades personales que, a veces, tenemos algo desentrenadas.
No os ha pasado, por ejemplo, conocer a una persona e ir entablando una amistad día tras día. De repente, esa persona os dice que os considera amigo. Y tú te quedas con cara de póker pensando: “Frena. No vayas tan rápido”. Pues he ahí la libertad. Es obvio que cuando vas haciendo crecer una relación con una persona estás sentando unas bases, pero también es obvio que hay personas que necesitan más tiempo que otras para elevar esa construcción. Por el motivo que sea.
Hablar sobre los motivos es una línea infranqueable, porque esos motivos son personalísimos y no es decente ni justo entrar a valorarlos. Lo decente es respetarlos y saber esperar.
Ahora no diréis que no es bonito el proceso: tener una raíz común y, a partir de ahí, ir regándola con los matices de cada uno. Eso es lo bonito: los matices.
Es un error considerar que las palabras son solo palabras. Grave error. Las palabras son la base de toda sociedad. Siempre he pensado que no es suficiente con decirlas o escribirlas. No. A las palabras hay que darles contenido y desmostrarlas. Pero, especialmente, hay que respetarlas y jamás infravalorarlas.
Porque, a lo mejor, ese es el grave error en el que estamos cayendo una y otra vez y que nos está dando como resultado este mundo tan inhumano y tan vacío de colores.