Candidata por Alemania a Película Internacional en los Oscar de este año, Sala de profesores (2023) es un filme que rebosa ganas de remover y provocar debate. ¿El tema? Por desgracia, llevamos discutiéndolo años en Occidente sin que veamos todavía la luz al final del túnel: ¿Protege la ley --sin que se den cuenta legisladores y expertos-- las actitudes y las opiniones de quienes cuestionan sin apenas conocimiento la tolerancia, la igualdad y la racionalidad? ¿Por qué el debate ideológico y cultural están amerados de sentimientos su sola mención se considera definitiva y sagrada, sin réplica posible? ¿Por qué damos más credibilidad a los razonamientos basados únicamente en experiencias parciales y/o subjetivas y no en la estadística o las ciencias sociales? ¿Por qué no se pueden rebatir trivialidades disfrazadas de derechos fundamentales o de libre ejercicio de la libertad de expresión sin recibir un tsunami de descalificaciones por el mero intento de matizar, rebajar su contundencia, reconducir el tono intolerante o, simplemente, demostrar su falsedad?
El director --Ilker Çatak-- se ha esforzado en hacer una película agobiante, pero sobre todo abrumadora por el ritmo de los acontecimientos y las dudas y disyuntivas que proyectan sobre las audiencias. Empezando por el plano cercano con que persigue a los personajes, por el empeño o de no airear la historia más allá de un único espacio, el instituto donde transcurre la historia y donde trabaja Carla, una hija de emigrantes polacos que --seguramente por circunstancias biográficas y familiares-- todavía cree que todavía hay un núcleo ideológico (heredado de la Ilustración) que funciona como una guía útil para explicar el mundo a los estudiantes. Cansada de ver cómo el egoísmo, los prejuicios y la falta de equidad son la pauta, Carla --tras observar a una profesora sisar la calderilla del café comunitario y después de observar cómo se imparte justicia entre los estudiantes por un caso de hurtos-- decide hacer un experimento de justicia directa, pensando que una prueba audiovisual será definitiva y contundente (muy signo de los tiempos). El problema es que olvida cómo la obtiene. Y entonces se lía una buena y Carla se ve presionada por el claustro de profesores, la dirección, los alumnos, los padres de los alumnos y, por descontado, por la persona a la que señaló como culpable, que lo niega todo en un increíble ejercicio de hipocresía y victimización (muy signo de los tiempos también). La película relata, sin tiempos muertos, desvíos dramáticos ni efectismos comerciales al uso, el abismo de ataques y polémicas en las que se ven envuelta la protagonista por su inmaduro intento de resolver un problema y encima tratar de rebatir a sus críticos a base de coherencia y sensatez.
Desbordada por los acontecimientos, el instituto se vuelve un lugar hostil para ella; Carla es incapaz de lograr que sus críticos la escuchen o al menos acepten analizar el problema desde un contexto que no sea el de las declaraciones grandilocuentes y los eslóganes de posicionamiento automático. Ese es el principal mérito del filme: su habilidad para transmitir la impotencia que nos invade cuando nos estrellamos contra un muro de indiferencia, desprecio y displicencia; cuando experimentamos en persona las consecuencias reales de habernos metido en un problema del que no sabemos salir. Igual que otros muchos que hemos visto o esquivado desde la barrera gracias a nuestra inhibición o miradas hacia otro lado. Nadie está libre de pecado.
Sala de profesores es una especie de variante diabólica del principio de Heisenberg aplicado a las guerras culturales e ideológicas: en cuanto abres la boca o tecleas para participar, te ves atrapado en una jaula hecha de lugares comunes y pensamientos prestados y simplistas de los que te obcecas por encontrar la grieta lógica que los ponga en evidencia. No te das cuenta de que esa es la trampa: los demás han pasado a otra cosa (otra noticia, otro cotilleo) y te has quedado definitivamente atrás. A nadie le interesan los razonamientos lógicos, tan sólo la habilidad de provocar el máximo de visitas, menciones y reacciones en 280 caracteres.
En definitiva, un filme en el que cuesta entrar, porque apenas da tiempo a hacerse una composición de lugar al estilo tradicional, a focalizar simpatías y antipatías sobre los protagonistas. Va tan directa al grano que seguramente se dejará por el camino a buena parte de las audiencias que se interesen por él. Tendrá que más tarde, en una improbable segunda revisión, cuando se revelen los indudables méritos de esta película (que no ganará el premio al que aspira precisamente porque trata de eludir los sentimentalismo y tópicos para lograr su propósito.