Dicen que la vejez es la edad de los recuerdos y de cierto escepticismo, que al hacernos mayores nos ensimismamos recordando el tiempo pasado o regresando a donde ya estuvimos. Que viajamos en el tiempo de los recuerdos abriendo el álbum de fotos olvidado, volviendo a libros leídos o escuchando la música que oíamos cuando éramos más jóvenes. Dicen que al hacernos mayores nos buscamos en nuestros recuerdos intentando bañarnos otra vez en las mismas aguas, aunque sepamos de la imposibilidad de hacerlo dos veces en el mismo río.
Escribo en una habitación con varias estanterías repletas de libros y discos que ofrecen la posibilidad de hacer una incursión por el pasado. Si volviera a leer los libros leídos hace unos años probablemente la lectura sería distinta, lo escrito permanece pero el lector es otro. Encontraría aspectos que habrían pasado inadvertidos y párrafos que tendrían un sentido diferente. Si volviera a leer Belver Yin, ¿seguiría agarrado a la sensualidad latente entre sus páginas? Qué lectura haría ahora de aquellos Juegos de la edad tardía de los que recuerdo la confusión de las ensoñaciones con la realidad. ¿Y Gran sol de Ignacio Aldecoa? Supongo que una nueva lectura me volvería a encontrar con la rutina y la aceptación de la propia condición desde una rebeldía constante; con el retrato del inconformista que llevamos dentro y la falta de coraje e impulso para cambiarlo todo, para arrojar por la borda tanta miseria y ataduras que nos inmovilizan. ¿Volvería a disfrutar con la prosa poética de Llamazares en La lluvia amarilla?
¿Sólo nos gusta lo que conocemos? Hay quien busca descubrir músicas nuevas y quien sólo quiere oír la música que ya conoce, le agrade y le trae viejos recuerdos. Ahora que escucho jazz y algo de clásica, observo algunos de los discos y CD's que me acompañaron durante algún tiempo. Observo la carátula del Harvest recordando de manera especial una canción; Words (Between the lines of age) de un Neil Young que siendo aún muy joven cantaba palabras entre las líneas o arrugas de la edad o algo parecido. Jefferson Airplane: llegué a ellos cuando ya eran recuerdo, pero su música y la voz de Grace Slick eran argumentos suficientes para la reincidencia. Surrealistic Pillow y un disco recopilatorio pusieron a prueba la paciencia de quienes, por entonces, convivían en el mismo domicilio. Supe de Lynyrd Skynyrd gracias al conocido tema Sweet Home Alabama, que fue una maravillosa respuesta musical a temas como Southern Man o Alabama, canciones con las que Neil Young se expresaba sobre los problemas raciales y sociales del Sur de los Estados Unidos. One More From The Road, era una grabación de un concierto y en el que descubrí el tema Free Bird, una bucólica balada con un final de vértigo. En este repaso por las estanterías me topo con Janis Joplin, Bob Dylan y Kiko Veneno o Silvio Rodríguez de quien pensaba haber escuchado todas sus canciones hasta que hace unos días me sorprendió El día en que voy a partir donde quiero escuchar influencias de Dylan, entre versos de amor y despedida hechos canción.
Más recientes los discos de jazz. Los clásicos indispensables, según los expertos, y gente como Dave Brubeck, Joe Lovano, Jackie McLean, Abbey Lincon o The Poll Winners y Keith Jarrett con su Köln Concert que probablemente fuera el primer jazz que me impactara. ¿Sólo nos gusta lo que conocemos? Muchas veces la música y las lecturas que hicimos explican e ilustran nuestro pasado; nos transportan en el espacio y en el tiempo; dicen de nosotros. ¿Somos lo que hemos vivido o lo que recordamos? Nuestra autobiografía, los recuerdos que nos quedan cuando hemos olvidado todo. Las estanterías repletas de libros y músicas pasadas quedan como recuerdos y restos de una vida pasada.
Es lunes, escucho a Albert Sanz: