No me interesan las esterillas de yoga. De hecho no sé ni para qué sirven ni si son diferentes de una esterilla de monte, una de hacer abdominales o una alfombra de pie de cama. Me interesaría mucho más saber saber si hay alguien que se dedica a inventar tipos de esterillas (hace poco un amigo conoció a una mujer que se dedicaba a diseñar tupers). Tampoco tengo pensado empezar a hacer yoga. No he cambiado de bolso desde el 7 de marzo así que imagina el interés que tengo en que mi mascarilla conjunte con la ropa que llevo. Llevo los mismos pendientes desde enero y solo por un día que fui al teatro, me quise sentir elegante, me puse otros. Los que llevo me los regaló El Ingeniero cuando cumplí treinta años y los llevo siempre. Ni soy consciente de llevarlos. Desde que me quite la alianza no llevo ningún tipo de anillos así que la joyería artesanal, fina y coqueta no me dice nada. No necesito ningún bikini nuevo, ni un bañador, ni un kaftán de playa porque tengo una túnica marroquí de colores que rescaté de un baúl de disfraces de casa de mis suegros hace veinte años. No quiero un seguro de vida ni una aplicación para tener el abdomen definido en treinta días. Me levantó cada día deseando desayunar y el ayuno es algo que asocio a la frase "ayuno y abstinencia" que se hacía en viernes santo cuando yo era pequeña y todos éramos católicos practicantes. Me da igual si mi tipo físico es de pera, de manzana o de boniato y si hay una dieta especial adaptada para eso. No tengo casa así que no necesito una empresa de reformas ni darle una nueva vida a mi mobiliario que por otro lado me gusta como está, por eso lo compré, lo heredé o lo rescaté de un contenedor.
No llevo tacones desde marzo y creo que no volveré a llevarlos nunca. Perdí mis gafas de sol más nuevas (cinco años) y estoy utilizando unas de guardia civil cabreado que tienen diez años. La vida media de las toallas de mi casa ronda los treinta años de edad y, gracias a dios, en mi casa los tupers llevan usándose toda la vida así que no necesito comprar dos docenas de ellos para "aprender a cocinar y organizar mi alimentación".
Para «darle un aire nuevo a mis textiles» hemos reciclado unos retales de tela de hace dieciséis años y hemos hecho cortinas nuevas para mi cuarto. (Inciso: el hemos es plural mayestático, yo tuve la idea, se la sugerí a mi madre y colgué las cortinas. El resto, corte, confección y medición lo hizo mi madre. Inciso del inciso, yo medí pero mi madre no se fía de mí porque con cuarenta y siete años le sigue sorprendiendo que sea capaz de respirar por mí misma y volvió a medir. Fin de los incisos).
Yo no quiero ser creativa en mi cocina, preparo comidas y cenas y aunque me preocupo de poner la mesa de manera correcta, no tengo paciencia para dedicar cuarenta y cinco minutos a colocar platos, sobreplatos, copas, cubiertos, platitos para el pan y centros florales cada día.
No me aburro, no tengo tiempo para hacer todo lo que quiero y no necesito planes creativos, ni alternativos, ni sorprendentes. Solo necesito una buena película, un buen libro, salir a dar un paseo o escuchar un podcast.
Dicen que la publicidad cada vez está más personalizada, que el algoritmo te conoce, que todo está pensado para ti, que internet solo te enseña lo que te interesa. ¿Dónde están mis anuncios de tintas de colores para pluma estilográfica, de preciosos cuadernos, de recomendaciones de libros que me interesen, de refugios remotos en bosques, de planes para ver llover y de buenos vinos?
Sospecho que yo tengo el algoritmo de otro.
Devolvedme el mío.