¿Democracia? A este país lo han convertido en un estercolero nauseabundo. Un país con un Gobierno que, no contento con saquear las arcas públicas, esquilma a la clase trabajadora, prioriza a la escuela concertada y usa la justicia como un instrumento político al servicio de sus corrupciones. Este es un país de chiste cuando vota a un Gobierno que, entre otras tropelías de mayor enjundia, ordena poner la bandera nacional a media asta por la muerte de Cristo. Este es un país con un presidente que escribe a su penúltimo delincuente: "hacemos lo que podemos". Mientras, la prensa y parte de clase política, nos entretienen con ese inofensivo "Luis, sé fuerte".
Este es un país donde, entre otros disparates, el primer partido de la oposición, por orden de su gestora, presta el apoyo necesario para que esta caterva de impresentables continúe gobernando e impide, en el Congreso, un pleno monográfico para que el presidente del Gobierno rinda cuentas por la corrupción. En todo caso, todo país de chiste necesita chistosos y una clac predispuesta a reír sus ocurrencias. Este es un país que ha pasado de "La Ruta del Bakalao" -72 horas continuadas de excesos, drogas y descontrol- a la ruta del PP -precariedad, desigualdad y corrupción-. Ruta que le permite ensartar su choriceo en una ristra interminable y siempre con la misma hoja de ruta. De la negación, tipo "esto no es una trama del PP, es una trama contra el PP" a la ignorancia más absoluta de "ese señor del que usted habla". Porque para el PP y sus paniaguados, la corrupción no existe; todos sus casos son invención y manipulación de los partidos políticos, de la prensa o la policía. Y como resulta que esta desvergüenza no tiene consecuencias electorales, la jugada se repite una y otra vez como una soporífera noria. ¿Alguien puede entender cómo hay casi ocho millones de electores que continúan votando a esta gente?
Todos sabemos que la corrupción política consiste en utilizar los cargos y funciones públicas en beneficio personal o del partido. Pero, sería un error fijarse sólo en el aspecto económico de la misma. Mucho más grave, en términos democráticos, es la utilización del poder para perpetuarse en el mismo mediante prácticas mafiosas como el control y obstrucción a la justicia o de los medios de comunicación.
¿Habría corrupción política en una sociedad intolerante con la corrupción? Cuando los valores que priman son el éxito y dinero fácil, ¿no se contribuye a ser permisivo con la podredumbre? La estructura organizativa de los partidos políticos, con el blindaje y jerarquización de sus cuadros, ¿contribuye a la impunidad de los mismos? ¿Supone una amenaza para la democracia que muchos ciudadanos perciban no tener opciones alternativas y fiables a las que confiar su voto?
Descubrir a los corruptos es una necesidad de la que debe encargarse la policía y los jueces. Pero nos equivocamos si pensamos que con ello se resuelve el problema o si, movidos por el hartazgo, contribuimos a la Salvamización de la política. La política sin corruptos sería más higiénica, saludable y preferible a la actual, no hay dudas, pero no equivaldría necesariamente a una buena política. Hacer política con los atestados policiales y autos judiciales es inevitable, pero se queda en simple pirotecnia si paralelamente no hay propuestas y acciones alternativas para, por ejemplo, combatir el empobrecimiento de la población o el aumento de la desigualdad.
Para salir del estercolero actual, sólo necesitamos una sociedad consciente de su fortaleza democrática.
Escucho a Tamir Hendelman, Lewis Nash y Marco Panascia:
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