Revista En Femenino

Esto no es Europa

Por Expatxcojones

Esto no es Europa

La puerta de la discordia. Tánger, 2015. expatriadaxcojones.blogspot.com


Cada día llevo y recojo a Terremoto del colegio. Que no es que esté muy lejos de casa pero hay que coger el coche. El problema no es conducir, al tránsito de la ciudad hace tiempo que me he acostumbrado. El problema es aparcar. En la calle donde se encuentra la escuela se montan unos pifostios que no veas. Si quieres encontrar sitio es mejor ir con tiempo. Pero a veces no lo tengo y no me queda otra que apechugar.
Ayer fue uno de estos días. Llegué tarde. Apurada. Sufriendo porque al sonar el timbre el niño no me encontrara allí. Esperándole. En la puerta. Como siempre. Como está acostumbrado.
Entonces vi un hueco. Estaba frente a la puerta de una casa pero no había ni vado ni señal de prohibido aparcar ni nada. Tenía mis dudas. Lo reconozco. Pero como sólo se trataba de recoger al niño, pensé, por cinco minutos no pasará nada. Y aparqué. Cerré el coche y salí escopeteada. Jugándome la vida al cruzar la calle. Aparte de los cláxones que me increparon, también oí a alguien que me gritaba desde lejos.
Era un hombre. Joven. Bien vestido. De cara amigable. Cuando me paré para atenderle, no me quedaba otra opción porque se había acercado a mí hasta quedarse a dos palmos, me dice muy amablemente:
   —Oye, que aquí no puedes aparcar.   —¿Por qué?   —Es la casa de mi vecino ¿no has visto que hay una puerta?   —Sí. Lo he visto pero no hay ningún vado.   —Esto no es Europa.   —Ya pero hay unas normas, ¿no?    —No.   —Mira, yo tengo una amiga con una casa y ella tiene el vado. Paga sus impuestos. Que tu amigo haga lo mismo. Que pague. Que coloque una señal de prohibido y entonces no aparcaré.   —No funciona así —y otra vez con lo mismo —Esto no es Europa.
Hasta aquí todo había transcurrido muy educadamente. Tanto por su parte como por la mía. Pero llevábamos un rato discutiendo y no llegábamos a ningún lado. Ninguno de los dos quería bajarse del burro. Además, yo estaba convencida que tenía razón y no me daba la gana de callarme. En este país si vas de buena o educada se te suben a la chepa y yo ya estoy cansada de que me tomen el pelo. Lo han hecho demasiadas veces.
—Lo siento. No tengo tiempo. Si quieres llama a la grúa. Que vengan y, si realmente mi coche está mal aparcado, que se lo lleven.—No, no la llamaré pero el próximo día que vea un coche aquí aparcado, sea el tuyo o el de otra persona, le prenderé fuego.
El tipo me lo dice sin inmutarse. Tranquilo. Sin alzar la voz. Sin que se le mueva un músculo de la cara. Por una milésima de segundo siento miedo. Suerte que se trata de la casa de su vecino porque no quiero imaginar que haría si se trata de la suya.
—Muy bonito —le respondo. —Entonces yo SÍ que llamaré a la policía porque está claro que incendiar los coches de la gente SÍ que está prohibido. Aquí y en Europa. Adiós.
Lo que no te pase en Marruecos no te pasa en ningún sitio. Aunque reconozco que me siento un poco culpable por haber dejado el coche ahí. Pero… ¡que cojones! Justamente este país no se caracteriza por tener unos ciudadanos muy cívicos que digamos. Buena gente, sí. Hospitalaria, sí. Familiar, amigable, también. Pero cívicos… aquí los coches no respetan los semáforos, te adelantan por la izquierda, se saltan la continua; Las personas tiran los papeles al suelo, escupen en los ascensores, se te cuelan en las tiendas; Por no hablar de cuando intentan timarte.
Y no hablo de los vendedores y el regateo. Eso forma parte de la cultura del país. Me refiero a los listillos. Que no hay pocos y siempre te vienen con el mismo rollo: Que si estoy muy enfermo. Que si necesito ir al médico. Comprar medicamentos. Me lo sé de memoria. Y si no es él el enfermo seguro que es alguien de su familia. Su madre, su mujer, su hijo,… Tener una enfermedad en un país sin sanidad pública es la excusa perfecta para pedirte dinero por el morro.
Ya nos ha pasado. Más de una vez. Nos lo hizo el chico del párking (en esa ocasión necesitaba comprar medicamentos para su madre) y picamos. Le prestamos un dinero que nunca nos devolvió. Un conocido del café también lo intentó (entonces se trataba de su hijo, que tenía un dolor de muelas insoportable y necesitaba comprar calmantes urgentemente) pero ya no tuvo la misma suerte. También lo intentó otro aparcacoches e incluso una mujer a la que solo conocía de vista. Han sido tantos que ya ni me acuerdo.
A veces tengo la sensación que por el hecho de ser extranjeros presuponen, primero, que somos ricos y segundo, que somos gilipollas.
A mí ya me han timado demasiado. El último no hace mucho. Fue un manitas. O un bolsillitos, mejor dicho. Que se suponía me iba a arreglar el lavavajillas. Necesito dinero para comprar una pieza, me dice. Y yo, tonta, se lo doy. Adiós a mis cuarenta euros. Ni tengo lavavajillas (a estas horas hace tiempo que fue a parar a la basura). Ni tengo mis cuarenta euros.
Cada vez que lo llamo para reclamarle la pasta, él, muy educado, me pega una bola. Que si está de viaje por trabajo, que si está en el hospital con su madre (enferma), que si vendrá el lunes, el miércoles o el sábado próximo. Pero nunca viene. Y yo venga a llamarle. Y él venga a meterme excusas. Al final desisto y él sale ganando. Cuarenta euritos por su cara bonita. Y sin discutir, ni gritar ni malos rollos.
Así que yo con lo del vado no me bajo los pantalones. Dejo el coche donde está. Que ya estoy harta de que me pisoteen. Recojo a Terremoto y nos vamos para casa. Cuando llego lo primero que hago es llamar a mi amiga.
   —Tú el vado lo pagas ¿verdad?   —No.   —¡Qué me dices! —Lo que oyes.—Me acabo de discutir con un hombre y estaba convencidísima de que se pagaba. Entonces ¿de dónde lo has sacado?—Lo compré en la ferretería y lo colgamos nosotros.—Pues he hecho el primo. Erre que erre que mi amiga tiene un vado y paga sus impuestos…—¿Qué impuestos?—¡Yo qué sé! Pensaba que era como en España que quien tiene un vado lo ha de pagar.—Pues no.—Entonces ¿cómo funciona? Yo me pongo el vado por el morro y aquí no aparca ni Dios.—Yo lo puse porque en mi calle está prohibido aparcar, forma parte del camino real. La acera está toda pintada de rojo y blanco. —Pues ahí no había nada. Ni señal, ni pintura ni nada de nada. —Pero ¿era la entrada de una casa? ¿Cómo una especie de garage?—Sí.—Se supone que si te han dado el permiso para hacer la casa… tendrás que entrar y salir con el coche. —Ya. ¿Y en los comercios? Porque yo he visto un montón de vados y ahí no entran los coches…—Mmm… Ni idea. Ya sabes como funcionan las cosas aquí…—Como el culo.—Jaja—Tú ríete pero a mí no me hace ni pizca de gracia. Así es imposible saber si estás haciendo las cosas bien. Todo el mundo hace lo que le sale de los huevos.—This is Morocco.
Cuelgo el teléfono. Y me pongo a hacer la cena. Muy a mi pesar, el hombre tenía razón y yo no hecho más que hacer el ridículo. Una vez más. Y ya son demasiadas

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