Revista Viajes
Nuevamente en marcha, cambio de país, cambio de ruta, para rendir pleitesía a la merecidamente afamada Estocolmo, una de las indiscutibles joyas europeas, por su belleza sin parangón y una innumerable ristra de características que hechizan al más pintado con embrujos de amor a primera vista y promesas de retorno. En este punto, un saludo cordial y mi sincero agradecimiento a Gina, del departamento de información turística:Stockholm Visitor CenterVisit Stockholm AB[email protected]+46 (0) 8 508 28 508PO. Box 16282SE-103 25 Stockholm SwedenVisiting address: Sergels torg 5, Kulturhusetquién me ayudó con gran eficiencia y celeridad a resolver algunas dudas para completar el rompecabezas de mi crónica viajera. En encontré gente muy agradable y dispuesta a echar una mano en cualquier aspecto concerniente a mi viaje por Suecia, y más concretamente, a mi estancia en Estocolmo, esa ciudad maravillosa, hospitalaria e inolvidable bañada por las aguas del Báltico y del lago Mälaren.
Gracias a gente como ellos, y a tantos otros que conocí a lo largo de mi viaje, mi valoración sobre Estocolmo, y en general sobre Suecia, no puede ser más óptima. Ese regusto a placer sostenido en el alma, que luego se cuela en tus recuerdos y permanece ahí como una sensación cálida y amiga a la vez, sólo es posible cuando se alían diversos factores, tales como la belleza propia del país, la sincera y familiar acogida, la amabilidad, a fin de cuentas, de ese pueblo extranjero que te hace sentir bienvenido nada más llegar...
Para poder desenvolverme con cierta tranquilidad, y temiendo un poco el alto nivel de vida sueco, he sacado la tarjeta "mágica" Stockholm Card, que me da acceso a un sinfín de atracciones de lo más variopintas y fascinantes.
Ya desde el barco, alucinante, sumamente recomendado (TALLINK SILJA LINE), puedo atisbar un paisaje plagado de islas y pequeñas poblaciones atrapadas en una densidad boscosa voraz. El barco es estable como una balsa, y además de bonito tiene una variedad de atracciones que hacen de tu travesía un deleite continuado: Casino, restaurantes, espectáculos de gran calidad, tiendas...
En los próximos días iré narrando mis devenires (sucesos que están por llegar) por un dispar conglomerado isleño. En todas partes me recibió gente agradable, atenta, dispuesta a ofrecer lo mejor de sí, pese a la aparente frialdad inicial que tanto dista del desparpajo
escandaloso propio de los que venimos de países mediterráneos. Hablan bajito, despacio, con unos modales casi recatados y sometidos a una dulzura como de arrullo (modo de hablar tranquilo por suave y calmado). Frases cortas, recorte expresivo, todo comedido, en su justa medida. Este comportamiento parece seguir a rajatabla las normas esenciales de la discreción y el silencio. Tras ese cortinaje, como digo, encontré una nación avanzada y civilizada, educada, digna de encomio en muchos aspectos, admirable. Gente que vive con total autonomía y que arrima el hombro cuando es menester, funcionando entonces como un organismo metódico y perfecto. La unión hace la fuerza, y de eso saben mucho por aquí, o esa es la impresión positiva que pude sacar a mi marcha de Suecia. Pulcritud, elegancia, seguridad absoluta en las calles, mucho turismo. Ya fuera del barco tengo la opción de llegar al centro tanto en el autobús 76 como en el metro (cuatro estaciones). Mi primera parada, después de anunciar mi llegada en el maravilloso First Hotel Reisen, será en el fascinante Palacio Real (1695), en la isla de precioso nombre, Riddarholmen. El horario de visitas es de 10-17h.
Me gusta mucho la estética dorada mate, en consonancia con el resto de los edificios adyacentes. Para subir la escalinata de órdago que conduce a este palacio de 600 habitaciones, debo arrostrar una escarpadura de adoquines no apta para pies fatigados. No puedes evitar reparar en la grandeza de un monolito sobre el cual queda enhiesto y soberano Gustavo III, denominado "monarca cultural" por su gran afición a la música, entre otras artes supremas.La entrada es bastante majestuosa, con unas estatuas en techo y paredes, muy al gusto greco-romano. La soberbia edificación del año 1695, barroca residencia de la Casa Real sueca, es obra de Nicodemus Tessin el Joven. Una vez en las fauces de este gran monstruo de piedra suntuosa penetro en la grandiosa Capilla Real (1752). Me quedo casi descoyuntado al observar ese techo tremendo que nos habla de su "linaje" barroco. Pinturas, molduras doradas y blancas, mármol verde, blanco y dorado completan el relleno ornamental destinado a las exclamaciones de alabanza más supremas. La sala del tesoro no se queda atrás y reivindica su importancia con las coronas de la realeza, que emanan un boato contraindicado para las envidias más malsanas y las economías precarias.
Piedras preciosas incrustadas, joyas y oro esmaltado... El sueño de Ali Babá y su caterva de maleantes. Muy en esta línea de dejar epatado (embobado) al más pintado es la pila bautismal de Carlos XI, toda plateada, una llave dorada enorme y el cetro de oro de Erik XIV; lo que decía, las ensoñaciones con que deliraba Ali Babá. Más estatuas en el salón del estado, del arquitecto Carl Harlemann y si te gusta la heráldica, entonces debes admirar la sala de escudos de caballería, que queda casi ahogada entre tanto rococó. Las escaleras que me llevan a plantas superiores no descuidan los pertrechos estatuarios, mármol a granel y tapices. Los techos pintados, muchos cuadros en esta "región" del palacio. Acaso una de las joyas estelares de entre todas las salas pueda ser la galería de Carlos XI, una gozada visual en barroco tardío. Pinturas, tapices áureos, arañas, molduras, todo un conglomerado de matices ornamentales que dejan ahíto de asombro y placer.Esencia barroca e italiana como un océano artístico. Alucinantes también las salas de la reina Lovisa Ulrika, donde poder admirar precisamente pinturas espectaculares del país que viera nacer a eximios personajes como Dante Alighieri, Claudio de Lorena o Botticelli.
Un guiño español en la sala de tapices recoge escenas de nuestro más famoso caballero andante, Don Quijote de la Mancha. Para concluir esta visita, que deja el espíritu como si le hubiesen dado una somanta de palos emocional, me dirijo al anexo museo de antigüedades y me veo conminado a descender a un trasunto (algo similar a) de mazmorra. Luz austera y melancólica, por no decir muerta de angustia, Arcos de ladrillo visto, cimientos originales que parecen contar los días por eternidades. Interesante.
Después de tanto tráfago (tráfico, trasiego) palaciego se me ha abierto el apetito y me dirijo a comer algo a una especie de chiringuito llamado The Huset. Por 130-140 coronas hayalgo de manduca (alimentos) decente frente al Palacio Real. Estoy en Torg 9 Kungstradgarden, algo casi impronunciable. El parque, pequeño, casi de juguete, es el lugar donde han plantado este kiosco bar de madera para solaz de un buen puñado de turistas, hacinados en las mesas junto a unos jardines donde han buscado ya alojamiento manadas de pájaros y gaviotas ante la mirada apática de Carlos XII desde su púlpito de piedra. Después, para pasear, nada más recomendable que la calle animadísima y bellísima de Skeppsbron (siglo XVII), junto al lago Mälaren, donde nadan a sus anchas los cisnes y atracan grandes barcos en el puerto. En este punto de mi trayecto caminado es casi imposible escapar de la ensoñación. Es tan bonito Estocolmo que parece producto de un hechizo. Esta zona tan laudable (loable) parece una telaraña de fantasía, tejida para atrapar a los foráneos que, como yo, buscan nuevas emociones. Aquí moraban en aquella época pretérita las grandes personalidades de la aristocracia financiera. Muy peculiar el pequeño parque de atracciones, frente a este remanso de paz de agua azulada surcada por barcos turísticos y de otros menesteres. Un último apunte me lleva a observar los bonitos alrededores que jalonan la zona de la ópera, siglo XVIII. El sobrio edificio marrón del Palacio de la Ópera no es el actual. Es fácil distinguirlo por sus estatuas y columnas a la entrada. Si quieres pasar ya directamente a la caza de souvenirs, dirígete a Jakobsgstan.