Escribí este artículo hace ya bastante tiempo, pero creo que aún mantiene toda su vigencia, aunque quizá convendría hacerle algún matiz. Tenéis a vuestra disposición los comentarios si alguien se anima…
“Parafraseando a S. George, en su libro Sus crisis. Nuestras soluciones (Icaria, 2010, pp. 7,8), escribo este artículo porque estoy enfadado, perplejo y asustado:
- Enfadado porque muchas personas sufren innecesariamente a causa de la crisis social, económica y ecológica y porque los dirigentes mundiales no dan señales de estar llevando a cabo ningún cambio verdadero
- Perplejo porque no parece que ellos entiendan, o les importe mucho, el estado de ánimo general, el resentimiento generalizado y la urgencia de acciones
- Asustado porque, si no actuamos pronto, quizá sea ya demasiado tarde, sobre todo en lo concerniente al cambio climático
Cuando estalló la crisis financiera, que luego se trasladó a la economía real de la miserable manera que se ha hecho, incluso por gobiernos que dicen estar alejados del neoliberalismo imperante, comenzaron a surgir voces críticas, incluso desde el propio “establishment” del sistema, en relación a qué había que hacer para solucionar los males causados por el capitalismo de casino. Así, ya a finales de 2008, N. Sarkozy afirmaba la necesidad de una “refundación del capitalismo”. Por las mismas fechas Bush soltaba aquello de que “hay que abandonar el sistema de libre mercado para salvar al libre mercado”, tan reminiscente de aquélla genial frase de Groucho de “éstos son mis principios; si no le gustan tengo otros”. A día de hoy, no es difícil ver en cualquier discurso la necesidad de plegarse a los mercados a fin de “tranquilizarlos”. ¿A costa de perjuicios a la mayoría, a costa del miedo de la población? Y qué más da.
Veamos hacia dónde hemos ido desde entonces. Si nos quitamos las anteojeras ideológicas y las de la “inevitabilidad” de ciertas actuaciones, deberemos deducir sin temor a equivocarnos que aquéllos que provocaron la crisis ya la han capeado, saliendo incluso fortalecidos de ella, mientras los que no la provocaron/provocamos hemos sufrido un proceso de degradación a todos los niveles, incluido el psicológico, dado que muchos aceptamos “tener la culpa por haber vivido por encima de nuestras posibilidades”.
¿De verdad alguien puede llegar a creerse que ésta es la causa de la crisis sistémica? ¿No será que nos engañan hasta en lo que pensamos? ¿No será, como demostraron, por ejemplo, G. Lakoff o S. Zizek, que nos dominan ya desde los marcos conceptuales que nos han hecho aceptar? Es el propio Zizek el que nos dice que “la lucha por la hegemonía ideológico-política es (…) siempre la lucha por la apropiación de aquellos conceptos que son vividos ‘espontáneamente’ como ‘apolíticos’, porque trascienden los confines de la política”. Así, son porque son, lo que nos empobrece incluso la capacidad de pensar, al habernos hecho incapaces de eliminar la “universalidad de la noción” que deberíamos pensar, que deberíamos hacer legible. Continúa Zizek dejándolo claro con meridiana precisión: “La ‘legibilidad’ no implica tan solo una relación entre una infinidad de narraciones y/o descripciones en conflicto con una realidad extra-discursiva, relación en la que se acaba imponiendo la narración que mejor ‘se ajusta’ a la realidad, sino que la relación es circular y autorreferencial: la narración pre-determina nuestra percepción de la ‘realidad’” (S. Zizek, En defensa de la intolerancia, Sequitur, 2007, pp. 15 y 17). Empobrecimiento del pensamiento sobre la realidad, y empobrecimiento de la realidad pensada.
Pero no sólo nos han empobrecido aquí, sino también en los planos materiales, agrandando hasta lo indecible la ya enorme brecha que se abría entre los que tienen mucho y los que no tienen nada, y además nos han generado MIEDO, lo que, visto en perspectiva histórica, es de un riesgo enorme.
Y esto podría ser simplemente una afirmación “ideológica”, pero no lo es. El Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD creó el “gráfico de la copa de champán”, donde separaba en quintiles la población mundial, de tal forma que al 20% situado en la parte más ancha le correspondía un 84% de la riqueza total mundial, mientras el 20% más pobre no llegaba siquiera al 1’5%. A día de hoy, ya no es el 20%, sino el 10% más rico al que le corresponde un 85% del total (¡!) ¿Hay crisis, o concentración de la riqueza? Por poner otro ejemplo, cuando R. Reagan llegó a la presidencia de Estados Unidos en 1981, al 1% más rico del país le correspondía un 9% de los ingresos totales. A día de hoy sobrepasa el 21%. O ese dato que marca la diferencia entre un obrero y un alto directivo de la misma empresa en una relación 1/471 ¿El neoliberalismo como herramienta de mejora para todos? Que me lo expliquen. Eso sí, seguimos con miedo.
Como en el periodo de entreguerras, las épocas de miedo conducen a los fascismos, a los discursos excluyentes y a la búsqueda de chivos expiatorios de las lacras colectivas. Tipos tan impresentables como el líder de Plataforma per Catalunya afirman la necesidad de echar del país a todos los árabes, musulmanes, chinos… (incluyendo a los musulmanes del Barça –Abidal, Keita- entre ellos). Miedo al otro, miedo al diferente, miedo a perder lo que se tiene, miedo al miedo… y resurgimiento de viejos fantasmas xenófobos ultraderechistas por toda Europa, incluida la tradicionalmente abierta Suecia. Miedo que busca culpas fuera de nosotros mismos. Miedo que trae miedo a la diferencia, y afirmaciones de pertenencia al grupo elegido, al coste que sea, sobre todo si ese coste se puede “externalizar” al otro, al diferente, al que no piensa como yo, al que no es de mi religión, de mi cultura, de mi rebaño…
A nivel mundial, un puñado de “profetas del sistema” se reunían en abril de 2009 en la cumbre del G-20, excluyendo (conviene no olvidarlo) de cualquier posibilidad de decisión a los representantes de ¡¡¡172 países!!! que no deben contar demasiado, a lo que parece. Allí, mucha gente manifestó que no pagaríamos SU crisis. La respuesta, sin embargo, era evidente: la pagaréis. Y la estamos pagando. Deberíamos poner coto a la dictadura de la economía, pero no lo hacemos. ¿Por qué? Posiblemente por apatía, pero también por miedo. Eso, los convencidos de la no inevitabilidad de las leyes económicas que rigen el mundo. Para otros muchos, “es lo que hay que hacer, al coste que sea, porque no hay otra solución” ¿No la hay? Sí la hay, pero debemos empezar a ganarla, empezando por vencer en la “guerra por la palabra”, en lo que realmente significan los términos que normalmente utilizamos: democracia, libertad, igualdad, pensamiento, dignidad, justicia, ciencia económica, gobierno representativo…
Luego, deberíamos acabar con el miedo, y romper con el conformismo social. Nos dice Marcos Roitman (El pensamiento sistémico. Los orígenes del social-conformismo, Siglo XXI, 2005, p.1) que “el conformismo social es un tipo de comportamiento cuyo rasgo más característico es la adopción de conductas inhibitorias de la conciencia en el proceso de construcción de la realidad. Se presenta como un rechazo a cualquier tipo de actitud que conlleve enfrentamiento o contradicción con el poder legalmente constituido (…) Los sujetos se sienten identificados en un orden donde se pierde la relación entre hacer y pensar, al extremo que pensar es considerado una resistencia a vencer”. Miedo, incluso a pensar, como vimos también más arriba.
Nos dice Susan George que “el miedo es la disciplina de una sociedad capitalista, y actualmente muchas personas lo tienen” (p. 189). Continúa diciendo que “las personas (…) pasan hambre, son conscientes de que están viviendo bajo un sistema tremendamente inmoral en el que los culpables son premiados y los inocentes castigados” (idem). No es difícil ver en los datos financieros de las grandes empresas españolas, publicados por ellas mismas, que las cosas no son como nos las pintan, como reflejaba el artículo de I. Escolar en Público el 31 de diciembre [ http://www.escolar.net/MT/archives/2010/12/feliz-2011.html ]. Eso sí, aceptamos las “inevitabilidades” del ajuste neoliberal como si fuesen la única solución, haciendo nuestras las consignas de los tertulianos, de los que tomamos el discurso, quizá porque hemos perdido la capacidad de pensar por nosotros mismos. ¿Por qué? Por miedo. Miedo al pasado, miedo al presente, miedo al futuro. Pero nosotros no podemos ser culpables. Otros deben serlo. Y, claro, es más fácil que lo sean los que están por debajo que los que están por arriba.
Veamos algunos datos, y tratemos de darles una “medida” que podamos comprender. Las estimaciones más bajas del total de los rescates financieros hablaban (ya en 2009) de unos 5 billones de dólares. Las más altas (finales de 2009) la situaban en torno a 18 billones. ¿Qué cuánto es esto? Nos lo dice S. George (p. 23). Si contamos un dólar por segundo, para contar 1 billón de dólares necesitaríamos casi 32.000 años. Los 5 billones estarían en unos 160.000 años, y los 18 billones en 576.000 años.
¿Les dejamos todo ese tiempo para que cuenten lo que nos roban, o hacemos algo?