Revista Cine
Normalmente paso un buen rato eligiendo el título del comentario como representación de la idea que trato de plasmar blanco sobre negro: es un truco barato, supongo, pero me ayuda a meditar y definir el contenido y es lo primero que hago.
En esta ocasión y por prudencia primero procederé a vestirme de la forma más apropiada.
Porque me dispongo a explicar algún defectillo que, ignorante de mí, me ha parecido observar en lo que toda la crítica considera una obra maestra contemporánea, una pieza capital del arte comunicativo de este siglo que hace poco estrenamos y ya está repleto de grandísimos hitos jamás alcanzados por la humanidad.
Voy a referirme a la serie televisiva producida por el canal televisivo estadounidense HBO en cinco temporadas desde junio de 2002 hasta marzo de 2008, titulada The Wire (en España Bajo escucha) de la que no tenía ni idea hasta que documentándome para escribir sobre Luther supe de su existencia al leer inmejorables referencias.
Así que, ávido de buenas sensaciones, procedí a tragarme sus cinco temporadas una tras otra, capítulo a capítulo.
Y acabada que ha sido la ingente y laboriosa tarea hay dos cosas que tengo muy claras:
Nunca más enfrentaré la visión de una serie tan larga de ese modo, y
Tampoco me fiaré demasiado de los críticos televisivos, como no me fío de los de cine.
Aclaremos las cosas: The Wire es una serie que no está mal, pero desde luego en mi opinión está muy lejos de ser una obra maestra por distintos motivos y tan sólo una corriente espeluznante -por el significado que su propia existencia denota- de críticos temerosos de verse alejados del grupo de sabios o privilegiados conocedores de la verdad puede convertirla en una "pieza de culto".
Porque la serie pasó sin pena ni gloria por la audiencia generalista sin conseguir distinciones rimbombantes (ya sabemos que lo de los premios es una tangana amañada, pero...) y ha sido la crítica compuesta por "connaiseurs" de morro fino los que han ido elevando a un altar inexistente un producto para mí claramente sobrevalorado.
Han sido las ganas de decir lo que pienso y ofrecer la oportunidad de debatirlo las que me han movido a confeccionar este sencillo comentario que intentará detenerse en conceptos inéditos en la literatura que en la red puede leerse acerca de The Wire.
Cinco temporadas y sesenta capítulos dan para mucho. The Wire se focaliza en la ciudad independiente de Baltimore. Concretamente, en su barrio oeste y, por una temporada, en su muelle, uno de los más importantes del atlántico en los U.S.A.
Parece ser, por confesión propia, que el guionista, David Simon, pretende con su obra alcanzar la gloria de las tragedias griegas, las más clásicas y desnudas representaciones del ser humano con una potencia de lo abstracto pendiente de superar. Eso es una boutade el amigo Simon que se muestra pretencioso ante un crítico babeante.
Porque el foco de The Wire es tendencioso y mucho.
Los personajes que llenan la pantalla son, de forma étnica descriptiva, y de mayor número a menor, los siguientes: Negros, Polacos, Irlandeses, Griegos y un Italoamericano. De los Wasp hablamos de pasada.
Los negros, por ser mayoría, incluso podríamos diferenciarlos en tres clases: los afroamericanos, los negros y los negratas. Estos últimos son los más numerosos y son los que se instalan en las esquinas de los barrios desastrosos, verdaderos guetos, trapicheando con drogas. Los negros son los que proveen a los negratas de la droga a vender (por cuenta de ellos, claro) y se la compran a los griegos.
Los afroamericanos se dividen entre policías poco preparados pero honrados (aunque la única mujer resultará ser lesbiana), algún dirigente policial chapucero en sus trapicheos y mini corrupciones y unos políticos claramente corruptos.
Los polacos incluso son protagonistas de una temporada casi en exclusiva: la mayoría son borrachines corruptos, holgazanes que roban mercancías en favor de los Griegos, y hay un par de policías: uno espabilado y su yerno que a mitad deja de ser poli para pasar a maestro de niños negratas. No cuentan para nada, pero hacen bulto.
Los irlandeses son dos o tres: un poli borrachín que insiste en ser defensor de la ley pero se salta las normas a la torera mientras abandona su familia y casi que también malogra la nueva oportunidad que le da la única mujer policía blanca que aparece; y un jefazo del que se sabe muy poco salvo que va ascendiendo y que se va a tomar sus copas a un bar de gays: en un episodio así aparece, pero luego el valiente Simon no desarrolla el apunte y queda en agua de borrajas.
Esto me levantó las orejas y me hizo ver que el conjunto es marcadamente tendencioso: como es natural no conozco la ciudad de Baltimore (qué más quisiera) pero incluso para un profano está claro que la coincidencia con la realidad debe ser pura coincidencia, porque no puede ser tan desastrosa, ya que en ninguno de los sesenta episodios se ve más que maldad como si Baltimore fuera una ciudad maldita.
Hay una forma de presentar la trama que produce cansancio: los diálogos carecen de calidad literaria y están repletos de tacos: puede que en algunos ambientes digamos selectos (podríamos decir pijos) produzca asombro comprobar cómo las clases menos privilegiadas y con índices de escolarización deficientes se intercomunican con un vocabulario apenas compuesto de cien palabras mal pronunciadas, pero esto no es ninguna novedad, ni en los barrios de Baltimore ni en los de cualquier metrópolis, lo que demuestra que algunos nunca los han pisado; porque en The Wire la calidad de los diálogos es baja tanto si quienes los pronuncian son negratas o son gentes que se mueven en los salones propios de los conciliábulos políticos: es una masa informe que no ayuda a diferenciar y que si pretende uniformar efectivamente lo consigue pero a la baja. Pero no aparece ningún wasp en esa tesitura.
Dicho de otro modo: no hay que ser muy inteligente para entender todo lo que The Wire pretende comunicar. Pero creo que hay que mirar con calma qué es lo que no dice o qué es lo que enseña precisamente, como ensañándose.
Podríamos resumir telegráficamente: gracias a la mafia de los Griegos, que se vale de las maniobras den los muelles de los Polacos, ingentes cantidades de droga llegan a manos de los Negros que se valen de los Negratas para venderla en las esquinas de los barrios pobres donde los polis Afroamericanos intentan detener el tráfico alentados por un Irlandés borrachín que se enfrenta, día sí día también, a un Irlandés que aparenta ser gay una noche loca.
Pero aparte de algún secundario promotor inmobiliario que lava dinero negro (nunca tan bien dicho) y algún Abogado corrupto que se vale de los fallos del sistema no hay wasp a los que hincar el diente. Como si no hubiera ninguno en Baltimore, a la que repetidamente califican como ciudad negra, siendo así que hasta 1987 jamás hubo un alcalde negro en Baltimore y el primero que hubo fue sucedido por un irlandés que, como el italoamericano de la serie, acabó como gobernador del estado de Maryland.
Si uno se pone al día (muy por encima, claro) de la actualidad de la ciudad de Baltimore siguiendo la wiki, llega a la sensación incrementada que la tendenciosidad observada en The wire no se debe a ningún capricho y que hay un conservadurismo exacerbado en el conjunto, una tendencia maniquea lamentable que la aleja considerablemente del clasicismo que uno espera hallar en una obra maestra porque favorecer un lado en detrimento de otro, ser claramente partidario de una opción, aleja al artista del merecimiento de lo perenne permaneciendo como ejemplo de lo caduco. El olvido que de buena parte de la sociedad se observa en The Wire acaba, en mi opinión, perjudicando al conjunto.
La serie se desarrolla con una lentitud excesiva sin que los diferentes capítulos de cada temporada -comprensiva de una temática diferenciada- signifiquen siempre avances en el conjunto: al modo de las novelas por entregas de la época de Dickens, uno tiene la sensación que algunos capítulos se han pergeñado para rellenar unas horas de emisión, porque nada remarcable sucede ni por sí mismo ni como apunte necesario a una resolución que se sabe fija pues las fechas de emisión de los capítulos jamás se dejan a la suerte: están prefijado y todos lo saben.
Simon demuestra una clarísima falta de valor a la hora de enfrentar las distintas temáticas que pretende consolidar como base de lo que él denomina pomposamente su gran novela visual: el apunte del jefe de policía gay queda en nada, y la crítica al mundo del periodismo (nada que ver, a lo que parece, con el de España) se dulcifica absurdamente pues fijada la atención en un periodista que se inventa las noticias (caso real existente) al final acaba recibiendo el premio deseado y todo resulta de una tibieza extraordinaria: quien mucho abarca poco aprieta, dice el refranero español y parece ajustado como un guante a The Wire.
Punto y aparte merecen la dirección, la producción y la interpretación. En un lamentabilísimo formato tradicional 4:3, los diferentes directores de los sesenta episodios pasan de forma anodina y el trabajo correspondiente a decorados, iluminación y vestuario tampoco sobresale por motivo alguno.
En cuanto a los intérpretes, aparte los múltiples cameos organizados para sacar beneficio de popularidades que a mis ojos carecen de importancia, apenas sobresale el trabajo de Idris Elba por su complejidad (nada del otro mundo, a decir verdad) y la concurrencia de actores aficionados o meramente personajes del pequeño mundo criminal (alguien incluso alababa la labor de integración de ex delincuentes que al parecer posteriormente han reincidido) tampoco es un valor a tener en cuenta si consideramos el resultado final: sacar buen provecho de gentes no profesionales no está al alcance de cualquiera, por mucho que incauto y fatuo, se crea al nivel de grandes genios como De Sica.
En definitiva, si la cinefilia te ha llevado hasta este punto, déjame decirte que en mi opinión -nada modesta, a que vamos a engañarnos- no hallarás ninguna obra maestra en The Wire. Ni siquiera un fresco realista de la situación en los Estados Unidos, me temo. Mucho menos en el orbe, lo que la aleja años luz de la maestría. Pero administrada calmadamente puede llegar a entretener, aunque en algún momento, a menos que vaya muy errado, seguro que te tienta abandonarla a su destino, porque tu ánimo permanecerá frío. Muy frío.
Todavía no tengo título para este comentario, pero creo que estoy mentalmente preparado para recibir algún que otro palo....