Siempre estamos intentado equiparar los videojuegos al resto de formas de ocio que existen, que si hay historias dignas de la mejor novela, que si hay elementos visuales dignas de la mejor super producción de Hollywood... No se si esa batalla está perdida o no, solo se que hay una sensación que únicamente podemos vivir los jugadores, o los consoleros por ser mas específicos, y es la sensación de estrenar una consola nueva.
Es curioso lo poco que cambian esas sensaciones a pesar de la edad, una consola nueva no solo es una promesa de mas juegos, es también una promesa de nuevas sensaciones, sobre todo si se trata de un cambio de generación. Cuando pasé del clon que tenía de la Atari 2600 a la NES os juro que me pasaba horas muertas mirando el reverso de la caja de la consola viendo las imágenes de los juegos e imaginando como serían, venía de jugar a pitfall y acababa de descubrir Super Mario Bros, es cierto que ya había probado muchos juegos de Master System en casa de mis abuelos pero... aquello fue distinto, aquello picó de verdad mi pasión por los videojuegos, simplemente al estrenar la NES me enamoré de ella.
El cambio de la Nes a la Megadrive fue distinto, lo viví de otra manera, la consola de SEGA iba a ser mi regalo de navidades y un mes antes la descubrí escondida detrás de un sofá de casa. No os imaginais lo largos que se me hicieron los días hasta que llego la fecha y pude conectarla, el ansia fue casi insoportable. Todos los días movía el sofá para poder mirar la preciosa caja del pack Street Fighter 2 Champion Edition, aquellos dibujos de los personajes del juego sobre la Megadrive... y en una esquina casi dismulado un cartel que decía "también incluye Sonic", casi nada. Así que a pesar de que mi corazón ya era nintendero (me imagino que me toco la Megadrive por cuestión de precios) en seguida supe que aquellos dos juegos serían de mis preferidos durante toda la vida, y así ha sido.
Durante muchos años Megadrive fue mi consola junto a la Gameboy que me regalaron por sorpresa unos tíos que vinieron de Estados Unidos. Llegaron la generación 32 bits y mis padres pasaban de regalarme una consola nueva, entre otras cosas por que no me lo ganaba, así que tome una dura determinación, cambié la Megadrive por una Super Nintendo, amaba la negra de SEGA pero ya me había dado todo lo que tenía que darme y mi corazón nintendero ardía de ganas de jugar a esos Marios y ese Zelda que no había podido probar. Este cambio supuso que se me pasaran las ganas de tener una Sega Saturn ya que simplemente tenía un mundo entero por descubrir, a pesar de ser de la misma generación Super Nintendo y Megadrive me parecieron dos mundos totalmente distintos.
Pero los años pasaron y Nintendo 64 se cruzó en mi vida, maldito el día que probé Super Mario 64 en un Hipercor. No quería Saturn, no quería Playstation, solo quería la Nintendo 64, por aquel entonces ya era un auténtico freak de las consolas, me compraba todas las revistas, archivaba los trucos, dibujaba conceptos de juego... y esa consola se convirtió en mi obsesión. Llegaron las navidades y me quedaron como 1000000 asignaturas, las posibilidades de tener la consola eran ínfimas pero llegó la mañana de Navidad y mi hermano y yo nos encontramos con una caja de un metro de alto en el salón. A mis padres les pareció divertido meter en esa caja un montón de plasticos y papeles y entre ellos la consola y demás, cuando sacamos el primer mando casi lloro.
El caso es que todas estas sensaciones vienen de mi infancia, el resto de consolas que han llegado a mis manos ya han sido gracias a mis ahorros (menos Dreamcast) y mi trabajo (empecé a currar con 16 años) y aunque pueda parecer que la magia se pierde un poco lo cierto es que no es así cuando de verdad quieres una consola. Recuerdo lo que me costó ahorrar para Gamecube y la ilusión que tenía por ella, podía haberme comprado una PS2 o una XBOX (que salió un par de meses antes) pero ninguna me hacía ilusión, la que de verdad quería era la de Nintendo. Con el tiempo acabe teniendo todas gracias a que ya tenía poder adquisitivo, primero vino la XBOX y luego la PS2, a ninguna las he tenido tanto aprecio.
Todas estas sensaciones las he vuelto a vivir con WiiU, el ansia de esperarla, la ilusión de estrenarla y el imaginar todo lo que me queda por delante con ella. Luego la consola será mejor o peor, eso solo lo dirá el tiempo, pero estrenar WiiU ha tenido un poco de todo lo que os he comentado antes y eso me hace esbozar una sonrisa. No solo por WiiU en si, si no por que sé que dentro de X años volveré a estrenar una consola y volveré a tener esta mezcla de nervios, ansia y expectación. Por eso espero que de verdad nunca se dejen de fabricar consolas y que siempre consigan ilusionarme.
@FastETC