Revista Ciencia

Estudio en escarlata

Por Naturalista
Estudio en escarlataAquella mañana de mediados de febrero comencé así mis notas de campo: "9:30, soleado, al pasar de los 12º vuelan las primeras abejas". Zumbaban sobre los romeros cargados de flores, cada una según sus peculiares costumbres... Las grandes Anthophora volaban veloces como ráfagas, libando nerviosamente una flor cada pocos segundos, mientras que las pequeñas Halictus se detenían a veces más de un minuto en la pista de aterrizaje de cada flor. Me senté a contemplar el espectáculo de tanto bullicio diminuto, y pronto descubrí otros visitantes más escasos: una esfinge colibrí... cardenillos... un chinche de la fresa, moscas abejorro, y el más extraño de todos, una mosca tan roja que parecía emanar desde el interior de su cuerpo un resplandor irreal de intenso color bermellón, un ser extravagante, de frente picuda, cuyo cuerpo escarlata reverberaba bajo el sol como un rubí viviente. ¿Quién era este desconocido entre el microcosmos del romero en flor? Imposible averiguarlo sin volver a casa, donde, entre guías y claves de identificación, me sumergí, como Holmes y Watson, en mi particular versión naturalista de su estudio en escarlata. Me costó como una hora, pero finalmente di con la respuesta: era un Conópido del género Myopa, una especie de... abreabejas.
Leí cómo estas moscas se desarrollan como gusanos que devoran vivas por dentro a las abejas y abejorros, al estilo de tantos y tantos otros parasitoides del mundo de los insectos. Pero lo especial de los Conópidos es cómo abordan a su víctima. Tienen unas piezas con forma de abrelatas al final del abdomen, con las cuales abren un poco los segmentos abdominales de las abejas, lo justo para introducirles la muerte en forma de un huevo. Dicen que todo sucede en un abrir y cerrar de ojos: el rápido vuelo de la mosca escarlata, la abeja que recibe un inesperado contacto en el aire, y al momento todo vuelve a la normalidad. Pero sólo en apariencia: la abeja lleva ya dentro a un pasajero que acabará por alejarla del sol, de las flores del romero, de todo ese mundo que, al romper la primavera, identificamos como el triunfo de la vida, y en el que el insecto rojo me enseñó que también acechan los más refinados y mortales trucos de la evolución.

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