Revista Opinión
En 1982 entré en contacto con la gente de ETA en el Centro Vasco de Caracas, iba con un grupo de tripulantes vascos del barco en que yo navegaba, el "Bernardo de Zamacola", en esos momentos atracado en La Guaira a la espera de carga. Aunque el propósito era comer bien, conocí a los que entonces me habían presentados como exiliados políticos. Conocí la otra cara de la moneda de la represión en el País Vasco en tiempos de Franco, la rebeldía de una gente muy concienciada y muy comprometida con su pueblo. Lo que yo no entendía era cómo después de instaurado un régimen democrático estas personas no se hubieran integrado en la vida política y hubieran hecho de su lucha una lucha desde los cauces que la nueva Constitución abría. Poco a poco pude, pudimos comprobar todos, que la organización pasó a convertirse en una banda de vándalos, donde la rebeldía se convirtió en venganza y la lucha armada en pura banda terrorista. Llegué incluso a sentir el filo de la navaja sobre mí cuando siendo concejal mataron a algún compañero de mi propio partido, por el hecho de ser un cargo o carguito de un partido "españolista". Hoy me entero que ETA va a dejar de matar, cada uno tendrá la memoria de alguien conocido, yo me acuerdo del gran Ernest Lluch y del pobre Isaías Carrasco,... cuántos policías, cuántos guardias civiles, cuántas personas y cuántas familias destrozadas porque estos tipos no dieron el carpetazo en su momento. ETA le debe mucho a tantos ciudadanos que ahora cuesta agradecerles nada. Igualmente considero que este país debiera dejarse ya de tabúes para comprender que una parte de lo que era un Estado pueda en un momento dado, si así lo desean sus ciudadanos por los cauces legales y democráticos, emprender un camino diferente al resto. El derecho a la autodeterminación es un derecho fundamental de los pueblos, se llamen croatas, catalanes o bosnios, incluso vascos o palestinos. Y a partir de ahí esperemos que se cicatricen las heridas entre todos y se pueda hablar de todo y con todos.