Revista Ciencia
Hacer las cosas tarde y mal es una costumbre muy arraigada entre quienes no tienen las ideas claras o las tienen muy equivocadas. Hace más de cinco años ETA declaró el fin definitivo de su actividad. Ya era muy tarde, tras innumerables crímenes inútiles, pero incluso desde su perspectiva, debía haber entregado rápidamente las armas y disolverse como dije en su día. Ello hubiera permitido escenificar una paz y permitido una salida a muchos de los presos, que podían haberse acogido a medidas de reinserción. Sin la existencia de ETA, también estaba en el interés del Estado reducir el potencial problema de los presos y en el interés de todos los partidos y toda la sociedad civil, el cerrar heridas y comenzar una nueva convivencia.
No lo hizo así ETA, que, en una nueva torpeza estratégica (repito, vista desde sus intereses) prefirió guardarse la baza de las armas y de los presos para jugar no se sabe bien qué partida. El tiempo juega en contra de los presos y en contra de dar una escenificación política a la disolución de ETA. El Estado lo sabe muy bien. El independentismo no gana, sino que pierde adeptos, el PNV, moderado, sigue siendo el centro de la vida política vasca, el espacio abertzale ha encontrado un competidor en Podemos y la vía catalana a la independencia invita poco al optimismo. Cada año que pase sin entregar las armas y sin disolverse es un año más que ETA se aleja de obtener algún tipo de visibilidad y de librar de su lastre a la izquierda abertzale. No solo es ETA un muerto mal enterrado, como dice Savater, sino que no tuvo, porque no quiso, un funeral. Y sabemos que incluso en los funerales de los asesinos sus seres cercanos se permiten un momento para decir algunas palabras de consuelo, y sus víctimas y enemigos, si hablan, lo hacen lejos de la sepultura. ETA no tendrá ni eso, se conforma con una manifestación al año. Si hay una estrategia detrás de eso, dudo mucho que nadie la sepa o entienda.