ÉTICA Y CUIDADO ECOLÓGICO
Comentario y reflexión en torno a la Encíclica Laudato Si del Papa Francisco (Conferencia pronunciada noviembre 2015)
Dick Tonsmann
INTRODUCCIÓN
Buenas noches con todos. El simposio sobre la Encíclica LaudatoSi que hoy nos convoca se realiza en un momento crucial de la historia del mundo y de nuestra Iglesia que hay que aprender a leer como parte de los signos de los tiempos. Por un lado, el creciente terrorismo internacional que intenta justificarse apelando a una religión o incluso al santo nombre de Dios. Algo que el Sumo Pontífice llamó,en algún momento, la tercera guerra mundial en pedazos. Por otro lado , la cercanía al inicio del Año de la Misericordia que comenzará el próximo ocho de Diciembre. Y, finalmente, el hecho de que el mismo Papa Francisco se encuentre actualmente de viaje por el África como mensajero de la paz en algunos de los países más afectados por conflictos internos, por la pobreza y por el abandono de las grandes potencias.
Todos estos hechos están relacionados y quisiera pedirles que consideren eso a lo largo de esta ponencia, pues la Encíclica Laudato Si, de mayo del presente año, no sólo es un texto sobre ecología; sino que es un documento que nos presenta las raíces fundamentales del problema humano de nuestro tiempo. Porque el descuido de la casa común es el descuido de la persona humana atrapada en la pobreza, en las guerras sin sentido y en una caída libre hacia la desesperanza y la falta, precisamente, de misericordia.
Ahora bien, a lo largo de los últimos años, en algunos de mis artículos y conferencias, e incluso en mi último libro publicado, Hombre y Dios, he desarrollado la idea, inspirada por el desconocido autor sirio del siglo V al que llamamos el Pseudo – Dionisio Areopagita, que existen tres instancias que hay que considerar en todo proceso de reflexión filosófica en rumbo hacia lo trascendente. Estos tres momentos son: 1) la catarsis o purgación; 2) la iluminación; y 3) la perfección. Conceptos relacionados con una filosofía siempre subversiva y revolucionaria del actual estado de cosas en el mundo; con una contemplación de la belleza que hace visible lo invisible; y con la realización de la práctica del amor en el Espíritu y en verdad.
Por ello quisiera proponer en esta conferencia dividir mis comentarios a la encíclica en las tres siguientes partes. Primero, una reflexión sobre el actual estado de las cosas considerando tanto cómo hemos llegado hasta aquí así como cuál debe ser nuestra actitud ante el urgente problema de ecología humana que se plantea. En segundo lugar, un alcance sobre la esencia estética de la creación que ilumine nuestra consideración del mundo como una realidad a ser contemplada y escuchada. Y, en tercer lugar, un acercamiento al misterio de esa verdad que se nos ha donado para realizarla junto con San Francisco y con San Martín de Porras, amando a los hermanos menores, siendo la voz de los que no tienen voz y cumpliendo con el sentido último de todo lo existente.
I.- Una necesaria catarsis para nuestro tiempo.
Una de las frases que considero es de las más fuertes de la Encíclica Laudato Si es aquella en la que el Papa Francisco afirma que "La tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería". Podría decirse que esta expresión describe desnudamente la situación en la que vivimos en general. No sólo se trata de la acumulación de basura sobre la tierra o incluso basura espacial que no rodea, sino que también puede considerarse respecto a la miseria humana que acompaña la destrucción ecológica de nuestro planeta.
Pero, todo esto que ahora vivimos no sólo está originado en la libertad individual de los seres humanos, sino que también podemos encontrar su inicio histórico haciendo una genealogía de la razón moderna; es decir, identificar su raíz en un cambio paradigmático durante la Edad Moderna que consideró, de forma inadecuada, la razón moral como dependiente del progreso tecnológico y trastocó con el tiempo una visión más sana del mundo que los hombres del mundo antiguo, con todas sus imperfecciones y defectos, habrían sabido manejar.
Efectivamente, a principios de la Edad Moderna, entre los siglos XV y XVI, el mundo académico y científico empezó a ver a la naturaleza como un objeto de experimentación. E incluso justificaron su accionar al interpretar literalmente el texto del Génesis que dice "henchid la tierra y sometedla" (Gen 1, 28). Pero fue recién a fines del siglo XVIII, en el período que conocemos como la Ilustración, cuando se identificó el desarrollo tecnológico con el progreso moral de las sociedades. Así, los ilustrados franceses como Voltaire y Diderot produjeron la famosa Enciclopedia convencidosen que, a mayor conocimiento de las artes y las ciencias, la libertad humana necesariamente construirá la utopía moral de un mundo perfecto. Y los ilustrados alemanes, con Kant a la cabeza, incluso llegaron a afirmar que la cultura de la destreza tecnológica junto con la cultura de la disciplina llevaría a la paz perpetua entre todos los pueblos.
Por supuesto, la historia de los últimos doscientos años y más nos ha demostrado todo lo contrario de estas previsiones. Por un lado, el progreso tecnológico ha sido, entre otras cosas, también el progreso que va de la flecha a la bomba atómica. Y, por otro lado, fue en las sociedades europeas y occidentales, aparentemente las más cultas y las más desarrolladas donde se ejecutaron las mayores barbaries de la historia humana durante la segunda guerra mundial. Pero no nos equivoquemos; las causas que han llevado a la humanidad a Auschwitz e Hiroshima siguen presentes como un cáncer que poco a poco hace metástasis en la era de la globalización. Un cáncer que debemos purgar con urgencia, subvirtiendo el oren artificial de las cosas que se nos pretende imponer. ¿Qué significa esto último?
Para comenzar, no se puede negar que este desarrollo de la tecnología que ha destruido el medio ambiente y que conlleva el deprecio por la vida humana ha sido alimentado por una concepción de la economía, tanto en términos del capitalismo como en el comunismo, como la única raíz de la naturaleza humana. Así, todo comienza por reducir al hombre a su aspecto puramente material en donde la persona humana ya no es considerada una persona, sino una cosa. Si quieren "una cosa que piensa", como en la definición del filósofo Descartes. Pero 'pensar' aquí significa sólo la capacidad de calcular; es decir, organizar los medios en función de fines que no se cuestionan en la sociedad. Es lo que los filósofos de la Escuela de Frankfurt en el siglo XX llamaron "la razón instrumental". Una razón que ve a la naturaleza y al hombre mismo como meros medios de satisfacción de necesidades egoístas e individualistas.
Para este tipo de razón, constituido en la modernidad, el mundo y la vida humana deben verse sólo como un conglomerado de materia que pueda cuantificarse, medirse y, por supuesto controlarse. En ese sentido, para la economía del sistema capitalista todos somos meramente números, variables en un cuadro estadístico. Se nos clasifica en grandes informes (que sabe Dios si alguien los lee), en los que queda claro que el hombre y la naturaleza son sólo piezas de recambio de la mentalidad consumista del usar y votar. Y para esta concepción dominante de nuestro tiempo, importa poco si hablamos de un juego de platos, de seres humanos o del Amazonas.
Un hecho que quedó ya expresado en la exhortación apostólica Evangeli gaudium del Papa Francisco, del 24 de noviembre del 2013, cuando se afirmaba que "cualquier cosa que sea frágil como el medio ambiente (y podríamos añadir también al nonato, al pobre, al niño, al anciano y a la mujer en algunas culturas), quedan indefensos ante los intereses del mercado divinizado convertidos en regla absoluta".
Y, por supuesto, para los sistemas totalitarios comunistas hemos significado exactamente lo mismo, sólo que bajo la representación simbólica de un dictador pasajero, llámese Stalin, Mao TseTung o Kim IlSung. Mientras que, en nuestras sociedades, aparentemente democráticas, el totalitarismo del reductivismo economicista es subliminal. Entra por las pantallas del televisor LED, por los Smartphone con sistemas de Internet integrados, en los avisos publicitarios y en las retóricas de los políticos resabiados. Incluso en los planes escolares impuestos por la UNESCO y las Naciones Unidas. La norma siempre ha sido "tanto tienes, tanto vales". O en la versión contemporánea: "si no tienes Facebook no existes".
Esto significa que el abandono del hombre a la industria tecnológica y consumista comienza por el desprecio de la naturaleza, pasa por la exaltación del dinero como el único bien plausible y termina con el hombre alienado que se inventa mundos virtuales para no ver la basura moral y real en la que se ha convertido nuestro planeta. Y teniendo como única esperanza que la selección peruana de futbol vaya al mundial de Rusia 2018.
En este marco, el Papa Francisco ha reconocido así que, incluso entre los creyentes, aparecen estas actitudes que "van de la negación del problema a la indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega en las soluciones técnicas". Si la Iglesia (los creyentes), que se supone que deben ser la sal del mundo, no hace algo, ¿quién se supone que lo va a hacer?
A decir verdad, ya a lo largo del siglo XX, algunos autores cristianos y no cristianos, como Heidegger y la Escuela de Frankfurt, habían mostrado a lo largo de sus obras, la raigambre alienante y destructora del mundo natural debido a la sociedad tecnocrática. En particular, en la década de los 60's, se desarrolló con Herbert Marcuse el concepto de 'contracultura' que el mismo Papa Francisco ha recordado en su Encíclica. Se trataba y se trata de ir en contra de un estilo de vida que sea dependiente de la técnica, de sus costos y de su poder globalizador y masificador. En ese sentido, los católicos estaríamos también llamados, junto con el Papa Francisco, a ser y hacer contracultura.
Como explicaba Marcuse, se trata de ir en contra de una cultura thanatica (es decir, una cultura de muerte),que sacrifica todo por la mera productividad alienada, derivando en el beneficio privado, el autoritarismo y la guerra, asociando progreso con destructividad y militarizando y brutalizando la vida cotidiana. Todo ello en el espíritu de la psicología competitiva y agresiva en la que nos hunde la sociedad de mercado que pretende engañarnos diciendo: "así es como debe ser", "todo es racional", "conténtate con tener tu foto como el vendedor de la semana"y "ten una conciencia feliz", la lalálalá.
Pero, lo más decepcionante es que, precisamente desde la década de los 60's en que Marcuse escribiera estas ideas, hemos vivido crisis financiera tras crisis financiera prácticamente cada siete años. La anterior fue la gran crisis del 2008 y ahora vivimos la del 2015 y, como dice el papa Francisco. "no se aprendieron las lecciones de la crisis". Es decir que no entendieron que la raíz de las crisis económicas es moral y no meramente técnica. De allí que cada crisis financiera es un efecto de lo que nos hacemos nosotros mismos y de lo que hacemos a nuestro planeta. Y, en consecuencia, deviene la guerra como la que estamos viviendo hoy en día.
Así dice el Papa Francisco claramente que "es posible que, ante el agotamiento de algunos recursos, se vaya creando un escenario favorable para nuevas guerras disfrazadas detrás de nobles reivindicaciones". Y añade "la guerra siempre produce daños al medio ambiente". Así que, de la destrucción de la naturaleza deviene la guerra, y de la guerra, más destrucción. No lo duden, al derramar sangre inocente sobre la tierra y al tirar bombas tras bombas una y otra vez sobre nuestra casa, se provocará la "rebelión de la naturaleza", como había escrito Juan Pablo II en su Encíclica Centesimus annus de 1991.
Ahora bien, una vez que debe haber quedado claro el diagnóstico de nuestro tiempo y cómo hemos llegado hasta aquí, debemos pasar a plantearnos como hacemos efectiva esa actitud de contracultura que se nos exige para purgarnos de esta bilis cancerígena.
Para ello quizá convenga comenzar diciendo que la correcta interpretación del texto bíblico que ve al hombre como un "señor del universo", consiste en verlo como un "administrador responsable", tal como lo expresaron las Conferencias Episcopales de Asia de 1993. O, como habría dicho el filósofo Martin Heidegger: "El hombre es el pastor del Ser", quien debe dejarse guiar por él en contra de la idea del dominio y del poder destructor. Se trata de comprender que la realidad de la naturaleza es un misterio que nos sobrepasa a nuestra razón cientifizante. Por supuesto, como nos recuerda el Sumo Pontífice, no se trata de volver a las cavernas. Sino que cada vez que intervengamos en la naturaleza nuestra actitud sea de "acompañar… plegarse a las posibilidades que ofrecen las cosas mismas… y de recibir lo que la realidad natural de suyo permite como tendiendo la mano".
Una vez que obtenemos esta actitud procedemos a una subversión en clave de revolución cultural que se nos reclama. Para ello es interesante recordar el ejemplo de San Benito de Nursia. El filósofo neo-tomista, Alasdair MacIntyre, en su ya clásica obra Tras la virtud de 1980, había escrito en su último y conclusivo capítulo que, haciendo un paralelo con la Edad Media, vivimos nuevos tiempos de barbarie y oscuridad. Algo que el pensador italiano Umberto Eco también habría llamado 'la nueva Edad Media'. Pero que, a diferencia de la anterior, escribe MacIntyre que "en nuestra época los bárbaros no esperan al otro lado de las fronteras, sino que llevan gobernándonos hace algún tiempo". Pero, al igual que en aquellas épocas, debemos esperar a San Benito, es decir, "construir formas de comunidad para continuar la vida moral" en estas nuevas épocas oscuras.
De la misma forma, el Papa Francisco ahonda en este punto para ponernos el principio benedictino del "ora et labora" que practicaron los monjes y que consistió en buscar la santificación compenetrando recogimiento y trabajo. De tal forma que esta actitud del trabajador "nos vuelve más cuidadosos y respetuosos del medio ambiente". Y a esto lo llama "un sentido espiritual revolucionario". Así que se trata de reorientar el trabajo, organizándonos primero como comunidades dentro de la sociedad civil, reconociendo el valor espiritual de lo que hacemos y reduciendo la sobreproducción y el despilfarro. Sólo así el trabajo puede significar una realización de la dignidad humana en el mundo.
A partir de allí, habría que comenzar a denunciar todas las formas inadecuadas de relación con la naturaleza que destruyen la vida humana comenzando con la denuncia de la eliminación de las especies y el maltrato a los animales no humanos. En ese sentido, una de las más importantes frases del Papa Francisco señalan que: "Por nuestra causa, miles de especies ya no darán gloria a Dios con su existencia ni podrán comunicarnos su propio mensaje. No tenemos derecho". Repetimos: "No tenemos derecho". Y, así mismo, nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica en su numeral 2418 que "es contrario a la dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los animales y sacrificar sin necesidad sus vidas".
El mensaje es claro excepto para el que no quiere oír. Por una parte, cada especie animal tiene su sentido dentro del orden de la naturaleza que Dios ha creado. Así que cada una de ellas tiene su papel como parte de la glorificación de Dios y nosotros no somos nadie para acabar con ellos. Recuerden, acabar con una especie es eliminar una fuente de alabanza a Dios. Mientras que, por otro lado, la casa común que compartimos con estas otras especies animales fue pensada como dentro de una armonía paradisiaca. Y el hombre no se realizará plenamente sino consigue religarse con la naturaleza que es parte de religarse con Dios y con uno mismo, a la vez que con todos, lo que incluye también la religación entre el varón y la mujer.
Sin embargo, alguien podrá objetar: ¿De qué clase de mensaje hablamos por parte de las otras especies animales? A lo que hay que responder: ¿Y cómo lo vamos a saber si nos dedicamos a eliminarlos de nuestra casa común? Y eso es lo urgente que hay que denunciar.
De la misma forma, deben denunciarse y eliminarse también todas las manifestaciones que pretendan justificarse bajo una malhadada cultura de sufrimiento y tortura tales como las corridas de toros, las peleas de gallos o de perros sólo para la diversión morbosa si considerar lo que sienten nuestros hermanos menores. Y, disculpen que se los diga, pero no hay nada más contradictorio que premiar al que sacrifica torturando innecesariamente a los toros con un escapulario del Señor de los Milagros. Deben saber que la mayoría de psicópatas asesinos comenzaron matando animales siendo niños. Y así queda claro que el maltrato a los otros animales trae como consecuencia la corrupción de la propia alma.
Y no sólo se trata de denunciar el maltrato delos otros animales y la extinción de las especies, sino también de hacer algo sobre la casa común que compartimos con ellos. Así, citando al Patriarca Bartolomé, afirmamos lo siguiente: "Que los seres humanos degraden la integridad de la tierra y contribuyan al cambio climático desnudando la tierra de sus bosques naturales o destruyendo sus zonas húmedas; que los seres humanos contaminen las aguas, el suelo, el aire. Todos estos son pecados" ya que "un crimen contra la naturaleza es un crimen contra nosotros mismos y un pecado contra Dios".
Como pueden darse cuenta, estas frases nos afectan particularmente a nosotros como peruanos. Los "bárbaros", como diría MacIntyre, que nos gobiernan hace tiempo, proponen internacionalizar la Amazonía para servir a intereses económico de corporaciones internacionales como denunció la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en el Documento de Aparecida del 2007. Como en muchas otras partes del mundo se presiona a las comunidades de aborígenes para que abandonen las tierras para proyectos mineros que no ponen ningún interés en la desaparición paulatina del Amazonas, uno de los pocos pulmones del mundo que nos quedan. Esas mineras destrozan los árboles, contaminan los ríos y acaban con nuestros humedales en beneficio siempre de los intereses económicos privados alimentados por el egoísmo del afán de lucro.
Y esto sin mencionar la red de prostitución infantil que se genera alrededor de estas mineras. A los bárbaros que nos gobiernan debería caérseles la cara de vergüenza al permitir tamaña infamia contra nuestra casa y contra la persona humana. Pero, ya sabemos: sólo les interesa su beneficio político y no tienen sangre en la cara. Para purgar revolucionariamente y espiritualmente este país, sin duda, también habrá que purgarse de ellos. Recuerden, se trata de una revolución espiritual de contracultura. Y una vez que echamos en marcha este proceso, podemos comenzar a desarrollar recién la instancia de la Iluminación que es nuestro segundo punto.
II.- La belleza de la creación rumbo a la perfección
Para comenzar esta parte, quisiera hacer mención a algo que, de pasada, nos recuerda el Papa Francisco. Y es el hecho de que, cuando nos enamoramos auténticamente de una persona, lo que nos suele nacer espontáneamente es ponernos a cantar. Y así también San Francisco de Asís lo hizo cantando el "Loado sí oh mi Señor por todas las criaturas". Así, nuestra relación más elevada con el mundo no es científica o matemática. Es poética. Como repetimos varias veces con Hölderlin, "poéticamente habita el hombre en el mundo". Y es la belleza el sentido de ese habitar. La iluminación que conseguimos al cambiar de mirada respecto del mundo que no rodea. Viendo la belleza que nos rodea, no como algo que expresa una regla estética de las corrientes de moda, sino como algo que manifiesta la belleza espiritual del misterio invisible en el mundo visible de animales, plantas, amaneceres y auroras, en la lluvia, la luna, las estrellas, las montañas y el océano.
Pero, una vez más, no se confundan. No es un romanticismo barato y superficial como el que se nos está acostumbrado a presentar en los reductivismos economicistas de San Valentín, o en la propaganda de Coca Cola de Navidad o en el imperioso regalo de una refrigeradora por el día de la madre. No. Se trata más bien de reconocer la hermosura del misterio divino de la belleza en la naturaleza. Y este reconocimiento nos llevará a reorientar nuestra vida para rodearla de paz, arte y belleza.
En ese mismo espíritu Marcuse, el filósofo de la contracultura había expresado en una de sus últimas conversaciones antes de morir que "es más bella la naturaleza cuando no hay un edificio de sesenta plantas junto al mar". Y es que vivir disfrutando de la belleza del medio ambiente no se puede hacer ciudades como Lima donde cada vez más estamos rodeados de puros adefesios, perdón, edificios. Para comenzar, el caos del transporte de combis y otros contaminando tóxica y acústicamente la ciudad crean uno de los peores ambientes para vivir la vida buena. Se destruyen parques para hacer estacionamientos o edificios que terminan por consumir los recursos de agua y energía que poco a poco van escaseando. Es sin duda una alienación del hombre por una ciudad que ya fue bautizada hace años por el autor peruano Salazar Bondy como "Lima la horrible".
En consonancia con ello, la Encíclica Laudato Si dice: "No es propio de habitantes de este planeta vivir cada vez más inundados de cemento, asfalto, vidrio y metales, privados del contacto físico con la naturaleza" (escucharon señores alcaldes). Así que primero debemos encontrar el espacio para disfrutar de la naturaleza en alabanza con Dios y así alcanzar la Iluminación de la belleza; y segundo, debemos proponer también una arquitectura urbana que brinde espacios de belleza visual pensando más en hacer obras de arte que en mega-construcciones asfixiantes que sólo sirven a intereses económicos de las grandes inmobiliarias que no tienen ninguna responsabilidad social.
Será claro que no se trata de condenar todo avance tecnológico, sino de reencaminarlo en función de valores más elevados que son los valores morales y espirituales. De hecho, bellas películas como extraordinarias obras musicales han sido el resultado del desarrollo de la tecnología al servicio del arte. Y así el ser humano puede reproducir la belleza a través de la tecnología si se conecta con el Espíritu que está detrás de la materia. Por ello también el Papa Francisco afirma que "en la intención de belleza del producto técnico y en el contemplador de tal belleza se da un salto a una cierta plenitud propiamente humana".
En esa medida se debería construir, no casas en serie que reflejen la monotonía de la vida posmoderna totalmente desesperanzadora o departamentos de cincuenta metros cuadrados publicitados con la expresión "vive como te mereces", sino crear algo bello para la contemplación y que considere también los espacios de adaptación a un medio ambiente natural para que se dé también el adecuado compartir inmediato de las redes del dar y recibir entre las personas. Esto nos lleva al último punto que es el de la búsqueda de la perfección en el amor.
Si hemos entendido bien lo que significa la catarsis de nuestro tiempo, la purgación de este mundo de corrupción relativista, economicista, cínica y posmoderna. Y si hemos cambiado de mirada al contemplar la belleza tanto en la naturaleza como en las auténticas obras de arte, entonces estamos listos para tomar ese contacto personal del amor generoso que incluye: "el contacto directo con la angustia, con el temblor, con la alegría del otro y con la complejidad de su experiencia personal". Lo cual significa también aprender a valorar lo propio del cuerpo en su femineidad o masculinidad "para reconocerse en el encuentro con el diferente". Se trata de esta manera que la contemplación de la belleza, que incluye la belleza de nuestra naturaleza corporal, nos encamina a la realización de la perfección del amor.
Finalmente, se trata de entender que todo está conectado y que hay que aprender a asociar la actitud de amor hacia la naturaleza con la ayuda al desvalido, al pobre, al enfermo, al anciano, y en general al vulnerable de nuestra sociedad y de nuestra tierra. Y por eso les pido, para terminar, que me acompañen, si pueden de pie, en la lectura de la oración que el Papa Francisco nos propone para nuestra tierra al final de la Encíclica Laudato Si. …
Gracias a todos por su atención