Revista Educación
Sentado frente a la pantalla del ordenador rememoras cómo años atrás comenzaste a pensar sobre este estudio. Ha sido un arduo camino de varios años lleno de retos y dificultades: las primeras lecturas sobre el tema, las elucubraciones que cuajaban en hipótesis, la redacción de proyectos, la búsqueda de fondos, los interminables trámites burocráticos…Y, finalmente, el pistoletazo de salida que trajo consigo una actividad frenética alrededor del reparto de tareas, la preparación de instrumentos, el estudio piloto, el muestreo, los contactos, la recogida y picado de datos, es decir, todo lo que conlleva una investigación de cierto calado. Durante todos estos años has tenido decenas de reuniones con el grupo de investigación,que quedan reflejadas en un buen montón de actas, han surgido problemas de todo tipo y habéis preparado incontables documentos. Pero, al fin, ha llegado el momento decisivo y delante de ti tienes un diagrama diabólico, con flechas y figuras elípticas y rectangulares, que recoge algunas de las hipótesis del estudio. Has construido la sintaxis, y sólo tienes que presionar una tecla para ver si los datos recogidos confirman estas hipótesis. Dudas unos segundos pues temes que el esfuerzo de tanta gente sea en parte en vano, pero, “alea jacta est”, cierras los ojos, cruzas los dedos y corres el programa. En un par de segundos la pantalla te da una repuesta casi inmediata: el modelo ajusta. ¡Eureka!, no estás tan emocionado como Arquímedes, y tampoco sales desnudo a la calle de pura excitación. Pero sientes que la dopamina fluye por tu circuito mesolímbico. Parece mentira pero una de tus intuiciones parece ser cierta. Sí, la intuición, ese desprestigiado recurso, que lejos de ser un pensamiento inacabado es la cristalización de muchos años de experiencia. Y es que estás a punto de cumplir 51 años, y de ellos la mitad los has pasado dedicado a esta tarea de buscar respuestas a algunas preguntas.
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