Revista Cultura y Ocio
1.
AÑO NUEVO, VIAJE NUEVO
Se acerca el fin de año y en mi caso, con él, la llegada de un nuevo viaje. Para muchos esto puede significar algo sin demasiado sentido, o común, pero para un periodista-bloguero es la concreción no sólo de un momento muy esperado, sino, además la posibilidad de vivir - durante el tiempo que dure el viaje- con otras culturas, otras lenguas, otras idiosincrasias sin olvidar el efecto sorpresa que los viajes tienen escondidos para aquellos que deciden dejar el sofá de su casa y largarse al nomadismo en busca de conocimiento, nuevas sensaciones o ponerse en otros zapatos que no sean los propios (en definitiva, expandir la conciencia como dicen los metafísicos)
El próximo viaje me llevó un año de preparación previa. Primero fué elegir los destinos, luego planificar cuántos días iba a pasar en cada ciudad (ésto teniendo en cuenta los lugares que tengo pensado visitar y algunas actividades para llevar a cabo), después la compra de vuelos, hoteles y todo lo referente a lo "administrativo" que siempre prefiero llevar resuelto de antemano, puesto que como cuando viajo entro en un "estado de gracia" que no me permite hacer otra cosa más que no sea contemplar y vivenciar cada una de las imágenes y situaciones que los destinos me proponen.
Como muchos de ustedes sabrán, éste no es mi primer viaje a Europa. Desde que tengo 21 años lo he recorrido incansablemente y siempre tengo la sensación de que es más lo que me falta que lo que conocí. A Europa le cabe perfectamente el mote de viejo continente, ya que, al igual que sucede con las personas entradas en años, atesora y esconde mucho más de lo que muestra.
Algunos de los destinos que conforman este próximo viaje los tuve en mente desde hace mucho tiempo (como Lisboa y Berlín) y es la primera vez que los voy a visitar. En cambio en los otros (Roma, París, Budapest y Atenas) si bien ya estuve en varias oportunidades, por diferentes razones los tengo identificados como escenografia de mi vida y quizás sea por eso que siempre tengo la necesidad de "estar volviendo" a ellas como si fuera víctima de un trance hipnótico.
A continuación comparto el porqué de la elección de cada ciudad. De cada una de ellas espero algo diferente e intentaré encontrar aquello que me hizo incorporarlas en el itinerario (Las fotos de las ciudades en las que aún no estuve pertenecen a fotógrafos que admiro y están en blanco y negro en representación de lo que aún no ví. Para las de color tendrán que esperar a enero)
2.
EL QUÉ DE CADA CIUDAD
Lisboa,- junto con Moscú - fue una de mis grandes deudas con el viejo continente. Siempre que llegaba a la estación de trenes de cualquier ciudad y veía su nombre en la cartelera me prometía incorporarla en el "próximo viaje". Eso nunca sucedió, hasta este momento.
De ella espero una ciudad quedada en el tiempo, con gente agradable, perros callejeros durmiendo en las veredas, gatos apoltronados en ventanas con geranios, bares cargados de bohemia, músicos callejeros en esas rúas con formas geométricas que parecen salidas de la cabeza de un pintor surrealista y la famosa "saudade" de la que hablan quienes la visitaron.
Además de visitar los sitios tradicionales, tengo pensado asistir a algún espectáculo de fado, donde alguna "Senhora da noite" vestida de negro (todas las fadistas se visten de ese color en homenaje a Amalia Rodríguez, la fadista más emblemática que tuvo Portugal en toda su historia) transforme en música la poesía. El espíritu de Saramago y Fernando Pessoa también estarán presentes en esa búsqueda por conocer la identidad de la capital lusitana. Quizás los reconozca en algún atardecer en el Miradouro de Santa Luzia o en las sinuosas calles blanquinegras del barrio de Alfama o la Baixa.
Fuera de la ciudad un día visitaré Sintra, una bella ciudad amurallada y con un colorido castillo en la parte más alta. El mismo día pasaré por Cascais.
Roma, cittá eterna. Es totalmente cierto el mito que reza que quien tira las monedas en la Fontana di Trevi volverá a Roma. En mi primer viaje fué tanta la necesidad de asegurarme la vuelta que arrojé un puñado que casi no me entraba en la mano. La del 2013 será mi décima estadía en la capital del antiguo imperio romano.
Esta vez la recorrida por los imprescindibles de la ciudad no estará ausente (de hecho es imposible obviar los lugares icónicos) pero me voy a centrar en descubrir algunos otros que desconocía como la Villa Borghese, la Villa Giulia, la Bocca della veritá, las catacumbas y varios de los museos más tradicionales como la Galería Doria Pamphili o el Museo Nacional de Arte Moderno.
Desde Términi pienso tomar un tren hasta Pompeya para ver la ciudadela tal cual como quedó luego de que en épocas del imperio el volcán arrasara con buena parte de la población. El resto de días la consigna será salir sin plan fijo y ver que me regala Roma, que como dije antes de los viejos, siempre, pero siempre me pone en un lugar donde no estuve antes y me renueva los votos para volver a la Fontana y tirar una moneda más.
a Budapest la conocí en el fin del milenio. Pocos días habían pasado de la llegada del 2000 y pese a contar con un largo historial vivido, tuve la sensación de que los dolores y achaques del siglo XX comenzaban a calmarse y un horizonte próspero se avecinaba para ella. Por entonces no era una capital turística y en cada esquina se percibían los negros años del comunismo y un derroche de historia como en pocas otras ciudades del continente se pueden ver.
Bella a sobremanera y melancólica por antonomasia, enseguida me sentí parte de su esencia (quizás sean mis genes este-europeos que al estar en esas ciudades se resienten y hacen que me conmueva). Tanto que prometí volver y por eso es destino en este viaje.
Berlín me llamó la atención desde que comencé a ver documentales de la Segunda Guerra Mundial.
Separada por ese muro siniestro durante años y escondedora de un sentimiento de xenofobia que se ocultaba tras el maquillaje de la modernidad, el nuevo siglo la vió resplandeciente y mucho más amable para visitarla. En ella la historia negra pesa pero no dejó la cicatriz imborrable que subyace en otras ciudades (como Praga, Budapest o Varsovia).
Cuando ví Las Alas del deseo de Wim Wenders (además de identificarla como la única película que salvaría de un incendio) me dí cuenta de que en algún momento tenía que conocer esa ciudad. Hoy dista mucho de aquella urbe arrasada y con ángeles carentes de amor sobrevolándola como los jueces de lo que alguna vez en ella se hizo, tal cual la interpretó el director alemán, pero sin lugar a dudas, sé que ella será el puntapié inicial para comenzar a descubrir la ciudad. Si bien voy a hacer fotos en color, no esperen muchas de ellas. Mientras dure mi estadía allí intentaré realizar un ensayo fotográfico (una especie de "La Berlín de Wenders") el cual compartiré con ustedes con mucho gusto a mi regreso - o si mi ansiedad no me lo permite - en cuando lo tenga montado.
París: para ella una vida no basta. Alguna vez publiqué un posteo titulado: Paris, siete vidas para conocerla y, ahora que lo pienso, no me equivoqué al catalogarla así. Al igual que Roma, París es una de mis debilidades cuando estoy en el viejo continente.
Al ser una ciudad enorme y plagada de sitios históricos y con miles de actividades para hacer siempre es bueno volver a ella. Y tendiendo en cuenta eso, la decisión es fácil de tomar.
De las cinco veces que estuve, aún no he conocido algunos de los sitios más emblemáticos de la ciudad, como por ejemplo el Museo Pompidou, el Museo D´Orsay, el Cementerio de Pere Lachaise, el Palacio de la Opera, los interiores de la Madelaine o el Palacio de Versalles. En cambio sí fui siempre al Museo del Louvre, subí a la Torre Eiffel y al Arco de Triunfo, caminé incansablemente por Champs Elyseés, me perdí durante horas en Saint Michel y en la bohemia de sus bares, bistrós y brasseries y disfruté de las pocas horas de sol que regala el invierno en el siempre concurrido Parc de la Villette.
Esta vez pienso hacer los lugares que no conozco, voy a ir a Versalles, iré al Barrio Latino ( a ver si me cruzo con el fantasma de la Maga u Oliveira), desayunaré algún día en el Café Aux deux Moulins (donde se filmó Amelie) y cenaré en Montmartre en algunos de los restós ubicados al borde de la Place du Tertre, entre pintores, esculturas de Dalí y acordeones como en el famoso fotograma de los fideos de la Dama y el vagabundo.
Atenas. Cuna de la civilización, madre de la democracia, ágora infinita en la cual las cabezas de los primeros filósofos dejaron en claro que los hombres tenían una gran capacidad de pensamiento (aunque lo hayan disimulado a la perfección durante todos los siglos que los separan de entonces). Estar en ella es como abrazar el mundo occidental todo.
Mi primera vez estuve tres días y creí que habían sido los suficientes para recorrer lo imprescindible de la ciudad, puesto que es muy pequeña y todo queda a un paso. Pero al regresar e investigar un poco para publicar las notas descubrí cuántas cosas no había visto y ahí me decidí a volver. El segundo intento de visitar la ciudad fue en el 2011, pero debido a los episodios que me tocó vivir en El Cairo, tuve que cambiar el destino y volar a Roma, puesto que era la única opción para salir del país que estaba prácticamente en llamas.
Esta vez recorreré nuevamente la ciudad ( tan bella como austera), subiré los peldaños de la Acrópolis e intentaré tomar las mejores vistas desde allí y luego intentaré ingresar al Museo de la Acrópolis, ya que antes no pude hacerlo, debido a las refacciones que se estaban llevando a cabo por entonces. La previsión de estadía es de cinco días, así que en uno de ellos iré a Delfos (donde se supone que estaba el famoso oráculo del que hablaba Homero) y otro a Meteora, donde se encuentran los monasterios ortodoxos-griegos más interesantes del mundo, ubicados en la cima del Monte Athos.
Esta vez no pienso volverme sin probar el ouzo o algún plato típico griego (la otra vez despunté el vicio de la comida turca que es una de mis favoritas) y también sin una escapada nocturna al Monte Lycabeto, desde donde dicen, se tiene la sensación más parecida a estar en el Parnaso.