Revista Opinión

Europa como «destino»

Publicado el 30 enero 2013 por Vigilis @vigilis
Guido Westerwelle es el ministro de Exteriores de Alemania, cosa que le da todo el sentido a una tribuna suya que lleva por título «Mucho más que un mercado interior». En esta tribuna, el señor Westerwelle nos habla de mitos. No nos habla de mitos para aportar sabiduría, esto es, destruirlos, sino para reforzarlos. Es decir, no busca la iluminación, sino asegurarse de que continúe la oscuridad.
GW acepta que Europa necesita más libre comercio y subsidiariedad. Esta es, en sus propias palabras, la parte «constructiva» de su discurso (en la traducción al español le llaman «positiva», pudiendo dar lugar a error). Acepta que una mayor unión (entendida por compartir más instituciones y responsabilidades) puede no ser plato de buen gusto, pero «no solo hace falta más Europa, sino una Europa mejor».
Europa como «destino»
De partida, GW no acepta otra posibilidad que no pase por «más Europa». A eso le llamo yo jugar con las cartas marcadas. El debate no es Europa sí o Europa no, el debate tampoco es qué tipo de Europa. El debate es para esta gente «más y mejor» Europa. Es decir, no es un debate.
«Más» se refiere a cantidad. Puede ser más instituciones europeas, más presupuesto, más directivas comunitarias, más competencias. «Más Europa» también se puede interpretar como una mayor cantidad de Europa, es decir, una ampliación. Como nadie sabe qué diablos es Europa (desde Estrabón discutimos dónde está el límite entre Europa y Asia), a lo mejor estamos hablando de un horizonte que contemple toda la isla-mundo. Sea cualquiera de las dos acepciones, necesitamos más. Yo lo necesito y tú también. No entiendo por qué ni para qué, ni siquiera me dicen qué tengo que dar a cambio.
Existe una idea de Europa a la que debemos aspirar porque sí. A mi si me dicen, «debemos aspirar a tener un Ferrari», sé de lo que me hablan. Sin embargo, la idea de «más Europa» no la entiendo. No porque me atrinchere en no querer oír nada, sino porque no sé qué significa la idea de Europa. Ni sé por qué va a ser mejor para mi. Y bueno, ya ni digamos que no es que Europa sea necesaria, sino que además, «más». Es decir, no solo nos dicen que necesitamos algo que no conocemos, sino que necesitamos más. ¿«Más» hasta cuándo? ¿Dónde está el límite de esa acumulación? ¿En el continente europeo (que no tiene límites geográficos claros), en el planeta Tierra, en la galaxia? ¿En decirnos el color de pelo de nuestros hijos?

Europa como «destino»

Propaganda japonesa de la SGM.

Claro, esta tribuna no la escribe el liberal Westerwelle de forma gratuita. La escribe porque el primer ministro británico ha puesto sobre la mesa un referendum para que sus vecinos decidan si seguir dentro de la UE o no. En este sentido, es importante señalar que el alemán apunta, aludiendo a un diálogo entre gobiernos para evitar que Cameron consulte al molesto pueblo británico: «Entre Londres y Berlín habrá puntos en los que coincidamos y otros en los que no podrá contarse con nuestro concurso».
Un alma cándida pensará que Westerwelle habla aquí en su calidad de ministro alemán. Sin embargo, cambiar el código de una forma tan abrupta no lo acabo de ver (y aquí sí me puedo equivocar). Westerwelle comienza hablando desde una tribuna de defensor sin apellidos de una idea mítica de Europa, y de pronto identifica Europa con Berlín. Más claro agua.

Europa como «destino»

Es ley de imperio usar la propaganda para mantener la unión de sus partes. Cuando la propaganda falla, se meten los tanques en Praga.

Resulta revelador que en el siguiente párrafo «Europa» pase a ser «Bruselas». «Deberíamos convenir pautas claras para determinar en qué áreas está efectivamente justificada la intervención de Bruselas y, a la inversa, en qué casos sería más sensato un mayor grado de reserva». Es decir, para hablar del mito hay que llamar a Alemania, para la burocracia, a Bruselas. Más claro agua, insisto. En una empresa, cuando hay que hablar del futuro de la empresa o de su núcleo esencial, llamas al Director General. Para cambiar el tóner de una impresora, llamas a mantenimiento.
«Con el hacha de la crítica no se tarda en destrozar la casa europea». Pero si Europa es el plano ascendente, puerto de llegada a aspiraciones maravillosas, ¿cómo es posible que la crítica la destroce y no suceda lo contrario? Es decir, la idea fuerte es Europa, la idea débil la no Europa. ¿Dónde están las críticas a no Europa? No existen (bueno, tan solo en forma de amenazas veladas, pero una amenaza no es una crítica).
«Estamos absolutamente convencidos de que la lección de la crisis financiera y de la globalización no puede ser otra que más y no menos Europa». Desconozco el relato oficial de la crisis financiera (una entre varias crisis actuales) que manejan en Berlín, como para valorar esto de forma informada.

No hay otra opción: tenemos que fortalecer la Unión Económica y Monetaria. Porque no nos debe ocurrir nunca más que una gestión presupuestaria inconsistente de algunos Estados pueda provocar un escoramiento de toda Europa. Por eso Bruselas debe tener fuertes facultades de intervención también en este terreno. 

Entiendo la perspectiva funcional que no es única en Don Guido: tener una moneda común en Estados que actúan en función de sus intereses egoístas, puede ocasionar perturbaciones en La Fuerza. Economistas hay que puedan explicar los rudimentos del sistema monetario —rudimentos que tampoco son unívocos—, ahí no entro más. Lo que me pica un poco es que no me den opción. Mira, es que como ya tenemos el euro, ahora sólo se puede ir hacia adelante. ¿Qué clase de acuerdo es este? ¿Qué tipo de nuevo Mefistófeles —ya que a mi primo le gusta Goethe— nos están aplicando sin opción a decir no?

Europa como «destino»

Borrachines y glotones. Sacado de la imprescindible Strangemaps.

El propio Westerwelle apunta una respuesta: «para Alemania hay algo que no será negociable: para nosotros la Unión Europea es mucho más que un mercado interior, es una comunidad de paz y de destino». Esto lo dice Westerwelle y no pasa nada. La política alemana (lo dice él, insisto) es crear una Europa común, de la que no se puede salir porque existe una idea de destino épico. Para este viaje no hacían falta tantas alforjas. Si de unidad de destino se trata ¿por qué no aceptar la de Primo de Rivera, que incluso parece tener más sentido pues España al menos ya está constituida como estado nación a partir de un Estado previo consolidado en el Antiguo Régimen?
Muchos eurócratas y mucha eficiencia alemana para que al final la clave resida en la magia, los númenes, la brujería, el mito... Si es que lo ponen a huevo. Edificios de acero y cristal en Estrasburgo y Bruselas, coches oficiales con banderitas, tratados internacionales, enviados especiales a zonas en conflicto ¿y todo por qué? Porque existe un «destino». Porque los dioses han hablado, porque el hombre-medicina interpreta las nubes.

Europa como «destino»

Funcionario de la Eurocosa.

Tengo para mi no ser especialmente euroescéptico por razones funcionales (evitar otra guerra europea), éticas (la Europa construida por los Estados Unidos fue necesaria para destruir a la Unión Soviética, cosa que me parece un acto de bondad) y de provecho propio (me parece estupendo poder viajar sin trámites (es más, me gustaría hacerlo por todo el planeta)), pero al descubrir que detrás de todo se esconde la puta magia es algo que no puedo aceptar por una mínima coherencia intelectual (por llamarlo de alguna forma, no soy bueno con las palabras).
Otorgo que esta tribuna de Don Guido Westerwelle no es el súmun de la explicación de la construcción europea, pero apunta maneras. Siendo así, de momento, yo no puedo tragar con este tipo de Europa. ¿Qué queréis que os diga? Mi fe comienza y acaba en Dios, no tengo espacio mental para la magia. No la acepto. No puedo comenzar siquiera una conversación cuya precondición sea aceptar el pensamiento mágico. Muchísimo menos cuando de esa conversación se deriva la forma en que la gente se organiza: nos jugamos las habas y eso es muy serio.
Es que si necesito un tractor y las piezas se fabrican en Polonia, contar con un mercado sin aranceles, me beneficia y entiendo ese beneficio. Si necesito conducir por Eslovenia y allá aceptan el carnet que me saco aquí, es un trámite menos y eso es estupendo. Estas cosas las entiendo. ¿Por qué no se quedan en esto y van hacia una fantasía? ¿Por qué cada cincuenta años el idealismo alemán tiene que tocar las narices?

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