Revista En Femenino

'Everlasting' de andar por casa

Publicado el 30 diciembre 2010 por Historiadea
Últimamente me ocurre que, como los trenes antiguos, suelo llegar a mis posts con retraso. O sea... Que desde que la Voz empieza a azuzarme por dentro hasta que materializo en plan exprés lo que me va dictando pasan, por regla general, un par de días o tres o semana y media. Y así ocurre, que se me acumula la tarea y este blog se muestra, por momentos, anacrónico.
Digo todo esto porque, al hilo del pasado sorteo de Navidad y la lluvia de millones que la suerte dejó caer por todo el territorio español, quise _y no pude_ escribir inmediatamente acerca de lo marciana que me siento cuando la gente expresa lo que haría si le tocase la lotería o San Calvo bendito dejase en la puerta de su domicilio un canasto con un millón de relucientes fajos de billetes de 500.
Ante semejante cuestión, lo más frecuente es escuchar planes de inversión del tipo 'comprar un piso' y/o 'comprar un coche'. Seguidos de cerca por los genéricos y no menos importantes 'hacer un crucero', 'ayudar a los hijos' y 'tapar agujeros'. Planes que, a priori, me parecen estupendos si no fuera porque para mí, el caviar de la cosa no está tanto en los pisos ni en los agujeros que tapar _se me ocurren algunos, pero no creo que coincidan con los que evoca el común de los mortales tras el diluvio crematístico_ sino, más bien, en poder mercar _como quien adquiere un kilo de tomates o cuarto y mitad de ternera_, tiempo y silencio.
De ahí que diga que me siento marciana cuando, tras asistir al troglodítico baño de champán que cada 22 de diciembre se retransmite por obra y gracia de San Ildefonso y la televisión por cable a los cinco continentes, nadie, ni el más pintado, diga mirando a cámara que va a dejarse un pastizal en adquirir bonos de tiempo de aquí a la eternidad o que va a emplear la recién adquirida fortuna en aprovisionarse de silencio para cuando el decibelio arrecie en cualquiera de sus chirriantes modalidades.
Si mañana me tocase la lotería _cosa harto difícil si tengo en cuenta que, paradójicamente, solo juego por azar_ buscaría desesperada por todo el orbe mundial a un tiburón de Silence Street experto en transacciones intangibles y le ofrecería todo el canasto antes citado para que, al menos en este espacio-tiempo, me localizase un paraíso personal e intransferible en el cual descomprimirme del mundanal ruido cada vez que se me antojase. Un paraíso que, además, llevara incorporado un botón con tecnología 'Stop timing' y 'Silos' Rythm' que, directamente, me teletransportase a un estado de felicidad perpetua sin ruido, interrupciones, tocamientos de gónadas convencionales o reclamos exasperantes varios.
Hasta entonces, me conformo con estos momentos del día en que todo se apacigua gracias al fenomenal invento de la siesta y en los que hasta una mami numerosa saturada de decibelios, gritos, cacas, mocos y una lista de peticiones inabarcable como yo, encuentra esos escasos minutos que hacen posible un café, un cigarrillo, un post, una canción, un baño caliente... Esas pequeñas evasiones que hoy constituyen mis grandes placeres, esos paisajes suspendidos en el espacio-tiempo que trato de alargar y ensanchar todo lo que puedo. Esos paraísos cotidianos que disfruto como el gran premio de una lotería impopular, silenciosa, marciana y largamente anhelada que ya hace viable, de algún modo, mi retiro sine die y a la carta.
Mi Sefarad soñado. Mi Hawaii - Bombay particular.
Mi 'Everlasting' de andar por casa.

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