Excalibur fue un título mítico en los ochenta, entre otras cosas por la estética mostrada en la película, que reflejaba un mundo misterioso repleto de magia y violencia logrado gracias a un magnifico diseño de producción que se beneficia de la oscuridad imperante en la trama. Vista hoy día, la obra de John Boorman ha envejecido regular. Sigue siendo una película impactante en bastantes aspectos, pero se le nota cierta pobreza de medios, sobre todo en las escenas de batalla, en la que serían necesarios más personajes para otorgarles más verosimilitud. Además, la trama avanza de una manera irregular, no desarrollando lo suficiente a sus personajes principales y queriendo abarcar demasiado, por lo que es mejor conocer, aunque sea de manera superficial, los mitos artúricos para comprender muchos aspectos de la misma, ya que muchas de las cosas que ocurren en la película suceden sin dar muchas explicaciones. Eso sucede por ejemplo con el triángulo amoroso entre Lancelot, Ginebra y Arturo, que debería haberse mostrado de manera más profunda para enfatizar el drama y las decisiones que luego va a tomar Arturo. Lo cierto es que aquí muchas de las cosas suceden porque sí: de pronto el reino es próspero y en la escena siguiente está en decadencia y su principal dirigente decide que que para restaurar la armonía hay que lanzarse a la búsqueda del santo grial, sin más explicaciones al respecto. Excalibur es un buen espectáculo, pero debería haberse trabajado mucho más el guion y su credibilidad interna para conseguir que la película fuera perfecta.