Por Liz Beatriz Martínez Vivero
Después de una aciaga cosecha en el recién concluido Mundial de Atletismo en Moscú, el equipo nacional de Judo se ciñó las cintas negras e hizo la tarea.
Uno siempre espera más, porque la fanaticada deportiva cubana es inconforme hasta la médula. ¿Qué puede hacerse? Me anoto en el grupo de los que soñamos con una cerrada porfía entre la pinareña Yarisley Silva (al final medalla de bronce) y Yelena Isinbáyeva (a la postre campeona).
Desperté con un comentario leído en alguna página de Internet donde elogiaban a la rusa, sin demeritar a la criollita, y explicaban estadísticamente hablando lo superrecontracomplicado que es bailar en casa del trompo.
Así, para no sorprenderme, esperé la medalla de Idalis Ortiz en este Campeonato Mundial de Río de Janeiro. Incluso pensé en Asley, nuestro Asley, que se vistió de oro no solamente en el tatami, superando mis expectativas.
Me alegra que lo hicieran bien, quizás la cienfueguera Yanet Bermoy por debajo de sus posibilidades reales, me dejó el sabor amargo de que se podía más, pero con certeza les digo: este Campeonato Mundial dejó gratas impresiones para mí.
Los atletas siempre quieren ganar, eso no es discutible. Unas veces las competencias son más fuertes que ellos y ven sumergidos sus sueños de alcanzar puestos cimeros.
El deporte cubano, ahora mismo, en mi opinión, no atraviesa su mejor momento. Hay que repensar las formas de entrenamiento. No voy a caer en especificidades. De todos es sabido que es menester que los nuestros compitan en el más alto nivel.
No puedo dejar de felicitar a los Tigres avileños que pusieron en alto al béisbol cubano en tierras canadienses. Pero falta señores, falta ser más críticos y dejar de pensar en Cuba como una superpotencia deportiva. Que el deporte es derecho del pueblo, enhorabuena, nos alegramos todos, pero al más alto nivel tenemos que exigirnos más.